barceloneando

Almuerzo con un devoto pastafari

España admite que Odín existe, pero no el Monstruo del Espagueti Volador

Antonio Lobo, con los pertinentes tallarines japoneses entre los palillos, en el restaurante Ramen de Barcelona

Antonio Lobo, con los pertinentes tallarines japoneses entre los palillos, en el restaurante Ramen de Barcelona / MÒNICA TUDELA

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La Iglesia Pastafari no ha logrado aún ser inscrita en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia, pero sus fieles, pocos pero dotados de una sana tozudez, confían en que lo lograrán. La cita, un almuerzo teofágico, como a continuación quedará demostrado, es con Antonio Lobo, malagueño afincado en Barcelona y encargado en España de tocar las trompetas de Jericó ante las muy burocráticas murallas del Gobierno. La última vez que sonaron fue en septiembre del 2010 y lo hicieron en retirada. Lobo viene con las cuatro páginas de la resolución con las que el ministerio rechazó entonces que el pastafarismo pueda ser una religión de culto en España reconocida, como ya lo es en Polonia y Rusia. Lo fácil es concluir precipitadamente que ese registro oficial de iglesias es un club monopolizado por los tres grandes monoteísmos y sus distintas y muy peleadas escisiones, que no está para frivolidades, pero, caramba, resulta que esa lista incluye, por ejemplo, a los odinistas, adoradores del dios Odín, padre del superhéroe de Marvel Thor.

El pastafarismo requiere una breve presentación. Nació en el 2005 en Kansas de la mano de Bobby Henderson, un físico estupefacto ante el hecho de que las autoridades escolares de aquel estado de EEUU ordenaran que las teorías del diseño inteligente, es decir, la negación del azar en la evolución de las especies (más o menos lo que ahora pretende el Ministerio de Educación en España), se impartieran como lección en clase como contrapeso a las teorías de Dar-Henderson parece que se inspiró en aquella conocida parábola de la tetera con la que Bertrand Russell llevó al absurdo la existencia de dios. Aquel brillante matemático y filósofo defendía que entre la Tierra y Marte orbita una pequeña tetera china y retaba a refutar su existencia del mismo modo en que los creyentes retan a los científicos a demostrar que no hay dios.

Lo de Russell resultó ser una trampa para ratones comparado con el cepo para osos que terminó por construir Henderson, que dirigió a las autoridades de Kansas una solicitud para que se enseñara también en clase la existencia del Monstruo Espagueti Volador como gran hacedor del universo. Redactó unos nuevos evangelios bastante más graciosos («…dijo hágase la luz, y a la luz la llamó día, y a la oscuridad, noche o prime time…») que los que Joseph Smith, profeta fundacional del mormonismo, se sacó de la chistera en 1820 (bueno, él contó que se le apareció Jesucristo en persona), se inventó un calendario litúrgico (acaban de celebrar la pastua) e incluso unas tradiciones, como que los regalos de reyes los trae el pirata Roberts al grito de «como desees». Esa Biblia se vende incluso en Amazon.

El caso es que los mormones son religión reconocida en España y los pastafaris, toma ya, no. Hasta la brujería wicca esta en esa lista. Se supone --explica Lobo con un tazón de fideos japoneses en la mesa, toda una eucaristía visto de qué va la cosa— que el Ministerio de Justicia considerará que el pasatafarismo es una parodia de religión como lo son los maradonistas (argentinos y napolitanos que insisten aún en que Diego es dios), los dudeistas (estos creen que el buda moderno es El gran Leboswky) y los Caballeros Jedi, que poca broma con estos, porque en el Reino Unido, según el censo oficial del 2011, eran 176.632.

Un colador por montera

El pastafarismo es más que un chiste. En cierto modo es el espejo de las contradicciones de los estados que presumen de ser laicos y no lo son. Fue sonado en el 2013 el caso del pastafari checo Lukas Novy, que reclamó su derecho a lucir un colador en la cabeza en su documento de identidad si las autoridades permitían a los fieles de otras religiones aparecer con la cabeza cubierta. Y lo logró.

Con idéntico entusiasmo, asegura Lobo, los pastafaris españoles están dispuestos a que su tallarinesca deidad sea reconocida en España. Ya preparan un segundo asalto.

Lanzado el reto, solo resta desearles suerte, pagar la cuenta y añadir lo que los pastafaris dicen al final de cada rezo.

Ramén.