BARCELONEANDO

Turismo en escaleras

Parecen sacadas de un manual de hipnotismo. Son escaleras de caracol con las que entran ganas de pillar tortícolis. Las rastrea un fotógrafo francés, Gauvin Lapetoule

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Ana Sánchez / Barcelona

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Debería haber un cartel en el ‘hall’ de entrada: “Párese y mire hacia arriba”. Todos pasan de largo: ojos al frente, andares robóticos, ese semblante neutro de quien va al médico. Es la clínica Barraquer. Pero si te paras y miras hacia arriba, jurarás que James Bond va a salir pegando tiros del techo. Tuerces el cuello y aparecen unas espirales a lo inicio de las pelis de 007 en formato XXL. Tardas en desenfundar el móvil menos que Laura Escanes y Risto Mejide en colgar un vídeo cursi. Es carnaza de Instagram: siete pisos de escalera de caracol en blanco y negro.

“Puedes perderte cosas -advierte Gauvin- si te da pereza subir a pie”. Gauvin Lapetoule sube escaleras con más ímpetu que Rocky Balboa. Es un fotógrafo con tortícolis. Te lo encontrarás haciendo contorsionismo con una cámara en alguna escalera. Ya mueve el cuello con más soltura que la niña de ‘El exorcista’. Su última serie de capturas parece sacada de un manual de hipnotismo. “Lo que me gusta es que no sabes qué es”, sonríe él. No lo parece, pero son escaleras -casi todas de caracol, la mayoría de hoteles- que merecerían un círculo en rojo en las rutas turísticas.

Moraleja: se recomienda entrar por las salidas de emergencia. “Cuando la gente entra en un edificio, va directamente al ascensor -Gauvin se encoge de hombros- y no se toma el tiempo de subir y bajar por las escaleras. Y mirar. Hay un arquitecto que ha pensado esas escaleras”. 

Un 'hobby' internacional

Lo de evitar ascensores se ha convertido en ‘hobby’ internacional. Hace tiempo que los ‘hashtags’ de Instagram claman que el mundo necesita más escaleras de caracol: #worldneedsmorespiralstaircases. La cuenta correspondiente supera los 67.000 seguidores.

Gauvin ha descubierto una quincena de escaleras fotogénicas en Barcelona. Las más curiosas: las del Ohla Eixample, de rojo-neón psicodélico. No sabes si subes escaleras o estás teniendo un subidón discotequero. Gauvin y su cámara también han pasado por las del AstoriaAvenida Palace, las del Massimo Dutti de paseo de Gràcia, Cotton HousePark HotelH10 UrquinaonaOhla Barcelona. “Hay un montón”, resopla el fotógrafo. Pero es como ver a un famoso de incógnito: uno no se detiene a mirar hasta que ve a alguien haciéndole fotos.

¿Lo más difícil? “En general hay poca luz y la poca que hay no está muy bien –explica el fotógrafo-. Además, intento hacer la foto al medio del, digamos, ‘ojo’, así que a veces estoy así [hace equilibrios sobre una barandilla invisible]. Puede ser un poco peligroso”, se ríe. Pero no se le ha caído ninguna cámara al vacío. “Todavía no”, dice tocando madera. 

No puede disimilar su acento francés. Hace dos años y medio que Gauvin vive en Barcelona. Antes estuvo instalado en París, Estrasburgo, Montevideo, Londres. Tiene 26 años y un máster en márketing. Eso significa que en su antiguo trabajo solía mandar “10 millones de mails cada mes”. Sonríe al recordarlo. “Soy el tío que te mandaba mails”. 

Gauvin ve lo que nadie mira. Además de escaleras, fotografía techos y párkings 

Con la cámara al cuello, Gauvin ve lo que nadie mira. “Sí, tengo problemas de tortículis”, se ríe. Aparte de escaleras, ha fotografiado medio centenar de techos y está haciendo una serie de párkings. ¡¿Párkings?! Coge el móvil y rebusca entre sus fotos. “Mira”. Enseña una colorida espiral con aura de obra de arte. “Es un párking de caracol -explica-. Está en Horta. La rampa es en espiral. El del Prat también es muy bonito”.

Su Google Maps está lleno de estrellas con las que marca “lugares fotogénicos”. “Hay que buscar -concluye-. Son muchas búsquedas”. De hecho, él se define como “explorador urbano”. A veces no le sobraría un salacot. Practica ‘urbex’ (Urban Exploration, según Wikipedia): explorar lugares abandonados. Gauvin vuelve a rebuscar en la biblioteca de su móvil y enseña unas vistas de la Diagonal desde un balcón grafiteado en ruinas. “Frente al hotel Princesa hay un edificio abandonado”, explica. Él suele ir con otros fotógrafos. “Los fotógrafos suelen trabajar solos -justifica sus expediciones en grupo-. Yo intento conectar con otros fotógrafos. Es una buena manera de aprender”.