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El edificio más importante y menos famoso de Barcelona

Un documental de Nihao Films y la Fundación Mies van der Rohe reivindica el pabellón alemán como la eva mitocondrial de la arquitectura moderna

Los directores del documental, Pep Martín y Xavier Campreciós.

Los directores del documental, Pep Martín y Xavier Campreciós. / .43153663

Carles Cols

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Cuatro años antes de que Adolf Hitler ganara también en Barcelona las últimas elecciones al Reichstag de la República de Weimar (cuestión a la que habrá que volver después, porque por aquí abajo arrasó en resultados más que en Berlín), Alemania brilló como ningún otro país del mundo en la Expo del 29, en la que obsequió a esta ciudad con el equivalente en hierro, cemento y mármol del Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, más aún, con lo que está considerado la eva mitocondrial de la arquitectura moderna. Si, es el pabellón Mies van der Rohe, un edificio minúsculo de dimensiones y mayúsculo de consecuencias y que, sin embargo, parece aún que en Barcelona provoca un ni fu ni fa injustificado. Para enmendar esa anomalía se estrenará en Filmin el próximo 19 de mayo y el mismo día en el CCCB, dentro del festival DocsBarcelona 2018, un documental sencillamente delicioso. Mies on scene, así se titula, que aunque tiene algo de juego de palabras de la expresión francesa mise-en-scène, lo que tal vez más sugiere el título es que esta obra crucial de la arquitectura es exhibida como nunca antes se ha hecho. Casi un estriptís, intelectual, pero estriptís.

La Barcelona del 29 era la repera. En menos de un año estrenó el pabellón, el futuro, y el puente de la calle del Bisbe, que llamarle el pasado sería hasta un elogio

Detrás de este recomendable trabajo coproducido con la Fundación Mies van der Rohe están, entre otros, los cineastas Pep Martín y Xavi Campreciós, el corazón de Nihao Films, durante años autores de los documentales que se realizan con motivo de la entrega del premio bienal de arquitectura Mies van der Rohe, un galardón prestigioso y bien dotado. Fue natural, pues, que en un determinado momento hicieran un alto y se preguntaran si había o no un trabajo cinematográfico adecuado que hiciera justicia al edificio barcelonés que mayor influencia ha tenido en el mundo. El más visitado, por supuesto, es la Sagrada Família, pero el arquitectónicamente más influyente es el pabellón alemán, lo cual no habla muy bien de Barcelona visto el caso que se le presta.

El propósito inicial, cuanta Martín, era (perdón por la redundancia) reconstruir la reconstrucción que en los años 80 se hizo de esta joya, porque como pabellón de una exposición internacional tuvo una vida muy corta, de apenas seis meses. Fue Oriol Bohigas, el padre de una de las barcelonas que se solapan entre el Besòs y el Llobregat, quien en los 50 comenzó a cartearse con Ludwig Mies van der Rohe para llevar a cabo lo que en su gremio, al menos entre los más integristas, se considera una aberración, reconstruir una obra ya inexistente, en este caso el pabellón. La feliz idea no fue posible hasta los 80, con Bohigas desde el ayuntamiento como autor de la nueva Barcelona.

Planos tras el Telón de Acero

Fue toda una aventura. Primero estaba el peliculón de los planos originales, que tras la segunda guerra mundial quedaron al otro lado del Telón de Acero y que, en una operación muy poco conocida del Departamento de Estado de EEUU, fueron rescatados y llevado al MoMA. Apetece soñar que fueron intercambiados por un espía ruso en el célebre puente Glienicke. Luego estuvo el reto de hallar los mármoles adecuados, con Jordi Marqués en faluca por el Nilo en busca de un ónice perfecto que, al final, encontró en una cantera abandonada de Argelia.

Ese propósito inicial, documentar minuciosamente lo sucedido, hubiera sido, sin embargo, lo fácil. De repente, Martín y Campreciós, y sobre todo, Iván Blasi, coordinador del Premio Mies y guionista del documental, vieron que tenían entre manos un potente relato por parte de arquitectos como Fritz NeumeyerCristian Cirici, el propio Bohigas e Isabel Bachs, un escritor como Eduardo Mendoza, un filósofo como Xavier Rubert de Ventós, y conservadores del MoMA como Paul Galloway y Barry Bergdoll. Este último merece unas líneas, porque protagoniza uno de los instantes más interesantes del documental, una suerte de expiación de sus prejuicios. Bergdoll confiesa que cuando en 1988 visitó Barcelona, él era muy doctrinariamente reacio a las reconstrucciones arquitectónicas, no quería enfrentarse a unas réplica o a un simulacro, pero reconoce que se emocionó casi como un mono o un hombre ante el monolito de 2001. Conmueve.

Barry Bergdoll confiesa a cámara que el era un doctrinario opositor a recrear edificios extintos hasta que se extasió frente al Mies van der Rohe

Mies on scene, ya puestos, es una bofetada a la indiferencia con la que aún se castiga a esta obra que supuso un antes y un después en la arquitectura. Tampoco debería extrañar. Se inauguró en 1929. Cuando Alfonso XIII pasó por el pabellón, preguntó a las autoridades si no habían tenido tiempo de terminarlo. No entendió ante qué estaba. Tampoco Barcelona. Entonces, lo que causaba admiración o rechazo era, por ejemplo, el puente neogótico de la calle del Bisbe, construido solo un año antes, en 1928. Que sea contemporáneo del pabellón Mies van der Rohe es realmente chocante. Pero todo entonces lo era. Barcelona estaba exultante con su exposición internacional, pero en realidad, era una cita muy convencional, muy mundana, en la que brillaba por su ausencia todo aquello por lo que España despertaba interés en el mundo, como PicassoDalíBuñuel… Un chien andalou, por ejemplo, se estrenó aquel mismo 1929, pero en París, claro.

El pabellón alemán era lo más revolucionario de la cita de 1929, mucho más, por supuesto, que los zepelines, también alemanes, que sobrevolaban la ciudad. Mies van der Rohe reiventó el concepto de espacio arquitectónico con una construcción en la que las paredes no son elementos estructurales, ya que no sostienen el techo, como hasta entonces era norma, sino simples elementos de distribución. La repera. Merece la pena observar con detemimiento el documental en todos aquellos momentos en que aparece el pabellón, más que nada porque con lo minúsculo que es ofrece decenas y decenas de puntos de vista distintos, como si mutara.

 Y ahora, lo prometido al principio. Hitler, que se dice pronto.

El pabellón de Alemania fue un faro de una sociedad y una cultura, la alemana, que pese a todas las convulsiones de los años 20 era admirable. Ludwig Mies van der Rohe floreció intelectualmente en ese ambiente. Pero el nazismo estaba latente. En 1933, la comunidad extranjera más numerosa de Barcelona era la alemana. Eran entre 7.000 y 10.000 personas. Llegadas las elecciones al Reichstag, Manuel Azaña vetó que se abriera un colegio electoral en territorio español, algo que se resolvió de un modo singular. Un buque mercante alemán echó el ancla en aguas internacionales y por 10 pesetas los alemanes que querían eran llevado en barca allí para poder votar. La participación fue baja, pero con un 65% de los votos ganó el partido nazi. En Alemania no alcanzó el 44%. Aquello fue el principio del fin. Simbólicamente, el pabellón Mies van der Rohe ya no existía.