El día que descubrimos la aluminosis

Puntales para aguantar un baño en la calle de Cadí, en febrero del 2000.

Puntales para aguantar un baño en la calle de Cadí, en febrero del 2000.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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No están muy pendientes de la efeméride. Solo las preguntas de la prensa que estos días visita el barrio en tropel les traslada al 11 de noviembre de 1990. La parte interior del número 33 de la calle del Cadí se vino abajo. Una mujer, Ana Rubio, perdió la vida y Barcelona empezó a familiarizarse con la endeblez del cemento aluminoso, perfecto para construir a granel porque secaba con gran rapidez, pero que con la acción de la humedad y el paso de los se volvía poroso y extremadamente peligroso. En ese mismo ático, según un vecino, viven hoy los nietos de la mujer fallecida, pero no quieren acordarse ni recibir a nadie. Aquella desgracia les queda lejos en el tiempo y cercana en la memoria. Hoy, superados los problemas derivados de aquel material traicionero, tras años de paredes apuntaladas, con medio centenar de edificios derribados, el Turó de la Peira es otro; con otros problemas.

En los años 50, el tiempo apremiaba, la demanda era enorme, el ayuntamiento metía prisa. El proyecto de levantar un nuevo vecindario coincidía en la historia con el desarrollismo que el alcalde Porcioles impondría en la ciudad a partir de 1957. El constructor Román Sanahuja se encargaría de moldear casi 200 edificios y 4.000 viviendas. Las ocuparían los barraquistas de la playa, o los de Montjuïc, y la nueva inmigración, sobre todo andaluza. "Aquel hombre se fue de rositas cuando se descubrió todo. No pagó ni un duro --la causa se archivó en 1993, sin culpables-- a pesar de que tuvimos que derribar y volver a construir más de 40 edificios y rehabilitar otros 150". Antonio Silva es el presidente de la asociación de vecinos. Le cabrea sobremanera escuchar que los hijos del constructor lograron el año pasado unos beneficios de 33 millones de euros gracias a su empresa Indicesa l'Illa, propietaria del 50% de la Illa Diagonal. "Es una vergüenza".

Caminar con Silva por estas calles es como recorrer Rosario al lado de Lionel Messi. "¿Cómo va tu padre? Le he visto un poco mejor". "¿Me has guardado aquello que te pedí el otro día?". "¿A dónde vas a estas horas?". Cuesta avanzar, pero el compadreo ayuda a entender que este escarpado rincón de Nou Barris, encajonado entre el parque del Turó de la Peira y el paseo de Fabra i Puig, es una pequeña aldea en la que todo y todos han envejecido juntos.

LLENO DE NIÑOS

Ese es precisamente uno de los problemas que hoy tiene el Turó de la Peira. En los 60 y los 70 estas calles estaban llenas de niños. Los moradores ocuparon las viviendas con dos, tres, cuatro hijos. Que fueron creciendo. "Y se fueron marchando", anota Antonio. El barrio tiene poco más de 15.500 vecinos, de los que hoy unos 5.000, según cálculos del líder vecinal, son inmigrantes, la mayoría latinoamericanos atraídos por el precio de los pisos. La población mayor de 64 años dobla a la menor de 14 años, impensable en el albor de la comunidad. "Cuando yo era pequeña, todo esto estaba a reventar de críos, paseaba por todas partes sola y mis padres estaban tranquilos. Ahora no se me ocurriría dejar a mi nieto que vaya solo por ahí, de ninguna manera". Quien habla es Rosa, de 72 años, que llegó a Barcelona con poco más de 10. La suya es una desconfianza innegociable. Pero Éric, el nieto, un adolescente en ciernes, dice que nunca le ha pasado nada. Tampoco sus amigos han sufrido percance alguno. "Bueno, solo aquella vez que...", pero no le viene a la cabeza. La amargura de la mujer parte de un miedo más irracional que objetivo, de ese pensar que genera el paso de los años y que dicta que antes todo era mejor; y que todo esto eran campos. El barrio tiene centro cívico, ambulatorio, comercios de primera necesidad, transporte público. Pero el sentir general habla de una cierta alma perdida. Algunos le echan la culpa sin contemplaciones a la nueva inmigración. "Se pelean por las noches, hacen botellón, no se integran", se indigna Alfonso, sevillano. No ayudan imágenes como el tráfico de droga en pleno día, poco después de la salida de los coles. Basta una tarde para testimoniar cómo en la esquina de Cadí con el paseo de la Peira un joven trapichea sin disimulo.

"¿AMANECEREMOS MAÑANA?"

"Antes la policía venía más por aquí". María Dolores vive en los terrenos ocupados a mediados del siglo pasado por un enorme embalse cuya agua se usaba para solidificar ese cemento francés que Cementos Molins trajo a España en exclusiva en el año 1928. "Yo he visto gente ahogada aquí", dice la mujer, natural de Cádiz, residente en el Turó de la Peira desde hace 53 años. Antes de la desdicha, vivía en el bloque A, uno de los que hubo que derribar. "Cada noche le preguntaba a mi marido si amaneceríamos vivos al día siguiente". Le costaba dormir porque oía el lamento del edificio, los crujidos en la pared, el implacable avance de la aluminosis.

La convivencia. La regeneración social. Pero también el paro. Según datos del Consejo Económico y Social de Barcelona, el Turó de la Peira fue en el 2013 el barrio en el que más creció el desempleo, el 3,1%. Esa es una de las razones, sostiene Arturo, cordobés de 67 años, "por las que la gente joven se larga". "Ya no tenemos la construcción, y los viejos tenemos pensiones de miseria que no nos dan para mantenerles. ¿Quién querría quedarse?".

No están pendientes de la efeméride porque tienen otras batallas, porque, según Antonio, "prefieren olvidar". O porque la rehabilitación se alargó tanto, que más que un aniversario, esto el mal recuerdo de cuando el Turó de la Peira volvió a empezar.