Cuando la basura es un arte

CARLES COLS

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Francisco de Pájaro, aunque no haya unas olimpiadas que decidan quién se lleva el oro en esta categoría, puede que sea el artista de la calle más internacional y en forma que hay hoy en día en Barcelona, pues si no es así a cuento de qué la ciudad de Darlington (algo así como el Mataró inglés, ya que allí nació el ferrocarril) le invitó el pasado septiembre a una saturnal bastante insólita en la que los vecinos sacaban trastos a la calle (basura, para entendernos) y el convidado los convertía en arte. Su lema y firma desde hace cinco años es El arte es basura, que como quedará demostrado, es una venganza personal de De Pájaro, que por ser real y no ficticia hasta empequeñece las maquinaciones del Conde de Montecristo. Lo que a continuación viene es el relato de una estimulante noche de acción por las calles de Gràcia con este esquivo artista. Fue el pasado martes, más que nada porque es el día en que los vecinos de ese barrio pueden bajar sus muebles viejos para que los recoja el camión municipal. Y suerte de eso, porque, según cuenta, y en esto hay que reconocerle que es una autoridad, «esta ciudad está ahora más limpia que antes». Un asco, vamos.

Nació en Zafra, un pueblo de Badajoz del que en el siglo XVI se fueron hasta 221 vecinos a conquistar América, algunos más concretamente a ver si daban con El Dorado, pero con lo que se encontraron, ¡glups!, fue con el animalote de Lope de Aguirre, según algunos una suerte de bolivariano avant la lettre, pero según las crónicas de la época un compendio de todo el mal genio con el que Klaus Kinski le retrató sin necesidad de actuar. Esa, en cualquier caso, es otra historia. La que interesa aquí es la de Francisco de Pájaro, que buscó su particular ciudad de oro en Barcelona. Llamó a las puertas de galerías de arte y en algunas expuso sus primeros trabajos. «No vendí ni uno».

Arcángel, epifanía, catarsis

Saca de la mochila, negra pero salpicada de un chirimiri de gotitas de pintura, su material de trabajo (espray, cinta adhesiva, rotuladores gordos, pintura, una brocha…) y frente a lo que parece que horas antes era un armario, prosigue su relato. «Decidí que no valía la pena encerrarme en casa y volver a pintar de nuevo». Se le apareció el arcángel grafitero o algo así. El caso es que en una felicísima epifanía exploró una senda creativa en apariencia absurda, arte efímero -«el arte suicida», lo llama él--, que dura lo que tarda el camión de la basura en recoger las bolsas y los cartones. Fue un cambio de rumbo incluso catártico. Algunas noches llevaba a cabo sus intervenciones justo frente a la puerta de las galerías en las que antes fracasó. Al dueño de Base Elements, especializada en arte urbano, dice que le volvió tarumba durante unos días. Actualmente se venden ahí  franciscos de pájaro a precios que demuestran que como artista cotiza al alza, lo que le ha dado alas, al menos para volar a Londres y Nueva York y exportar su singular faceta creativa con notable éxito de crítica entre la prensa. Lo dicho. Edmundo Dantés tardó 14 años en consumar su venganza. Franciso de Pájaro, menos de un lustro.

La verdad es que no deja indiferente. Lo suyo tiene algo de la obscenidad y la grosería de George Grosz. La noche del martes, en la calle de Astúries, nadie le censuraba por lo que hacía. Al contrario. Los transeúntes se paran, hacen fotos, le felicitan... «A mí me gusta que esto luego muera en el camión de la basura». No siempre es así. Es un poco el Banksy local. A veces, a la que se da la vuelta, alguien se lo lleva a casa. «El fetichismo, ya ves».

«Estoy embargado por pintar la basura». Esa es la cara B y epílogo de esta historia. Ordenanza en mano, la Guardia Urbana le multa cuando le pilla. Bueno, no siempre. «Un día un agente de paisano me enseño la placa, cogió su teléfono, marcó un número y me dijo que su mujer quería hablar conmigo. Era para decirme que era superfán de mi obra». Es una anécdota deliciosa.