EXPULSIÓN DE LA POBLACIÓN FRUTO DE LA BURBUJA DEL ALQUILER EN BARCELONA

Cómo se vacía la ciudad de vecinos (y qué pasa después)

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HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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Los primeros de su familia que se instalaron en el 31 de la plaza de Tetuan fueron sus tíos abuelos durante la Setmana Tràgica. Ella llegó no recuerda en qué año exactamente, pero antes del 60. A sus 91 años, Pura Solano, quien cuando se instaló en la finca era la más joven del lugar, es hoy la última vecina con contrato de renta antigua. "Ya soporté una reforma. Mi piso es distinto a todos los demás, que ya fueron reformados. Y ahora, a ver qué hacen. Tenerme que ver así, a mi edad...", comparte Pura en el comedor de su casa. Habla arropada por sus vecinas. "A mí no me han dicho nada, pero yo quiero luchar por mis vecinas, no quiero que las echen. ¿Por qué tienen que dejar sus casas, si nunca han dejado de pagar un recibo?", reflexiona la anciana haciendo emocionar a sus vecinas.

La promotora AAA adquirió el inmueble en que vive Pura el pasado mes de marzo. "Hacía meses, desde noviembre del año pasado, que nos lo temíamos. Entraron en los pisos a mirarlo todo y a tomar medidas", señala Alicia Pañart, quien lleva ocho años viviendo en el edificio junto a su marido y sus dos hijos de 14 y 16 años. Les termina el contrato el 31 de enero y sabe que no se lo van a renovar, como al resto de sus vecinos.

Los temores que empezaron con las visitas de los técnicas y se vieron exponencialmente incrementados con la carta en la que se les anunciaba la venta se confirmaron hace un mes y medio, cuando Pip Nolan, una de las reunidas en el comedor de Pura y la primera a la que le vence el contrato, el 30 de junio, recibió el temido burofax anunciando la no renovación. La mujer, que vive en el edificio desde hace seis años, está pendiente de un trasplante de riñón. "Yo sé que tengo que irme y estoy buscando otra cosa, pero no encuentro nada. Las inmobiliarias hacen 'castings' de inquilinos, y nadie quiere alquilarle el piso a una extranjera, autónoma, sola con dos niños pequeños", expone. 

COMUNIDAD UNIDA

Los vecinos han hecho piña para ayudar a Pip, conscientes de que después de ella, irán el resto, ya que la intención de la propiedad es no renovar los contratos actuales, "al no estar a precio de mercado", según indican fuentes de la propiedad -son pisos de más de 100 metros a menos de 1.000 euros-, que insisten en la legalidad de todo el proceso y en "la buena fe de su hacer".

Fruto de esa "buena fe", y, sobre todo, de la organización vecinal, la propiedad ofreció un preacuerdo para que los inquilinos a los que les venza el contrato durante este 2017 puedan quedarse seis meses más, "conscientes de que un mes, que es lo que marca la ley, puede ser insuficiente para encontrar otra cosa", en palabras de la propiedad. En un primer momento los vecinos recibieron bien la propuesta, conscientes de que irse, se tendrían que ir, ya que la propiedad no tenía ninguna intención de renovar. Hasta que leyeron la letra pequeña. El documento de la tregua incluye cláusulas como el cobro de 100 euros de penalización por cada día de más que tarden en abandonar la vivienda una vez transcurridos los seis meses o que, 15 días después de la fecha límite, la empresa procederá a sustituir la cerradura. "Tengo claro que eso no lo puedo firmar, pero no sé qué voy a hacer", concluye Pip, a escasos días de finalizar el contrato.

El caso de Tetuan, 31, suena a 'déjà vu'. Su situación es ya un clásico en la ciudad, enclave de moda. Prácticamente lo mismo que explican hoy en esta finca del Eixample lo explicaban hace unos meses los vecinos de Leiva, 37, en Hostafrancs -en este caso, historia con final feliz, ya que el ayuntamiento ejerció el derecho de retracto y 'rescató' la finca; o la también recientemente comprada por un fondo inversor finca de Sant Bartomeu, 16, en el Raval, donde también queda una mujer con renta antigua que vive sola, quien también está en pie de guerra para defender a sus vecinos, a los que también han invitado a marcharse. Y, también en el Raval, es ya famoso el caso del ruinoso edificio de Lancaster, 13, en el que solo queda una familia, que se resiste a abandonarlo. El resto aceptó el dinero que le ofrecía la compañía y se marchó. Todo piezas del mismo engranaje, que empieza con los anuncios de compro finca "con o sin vecinos". Así empieza pero, ¿cómo termina? En el Gòtic lo tienen claro. Sigan leyendo.

LA ÚLTIMA ETAPA

Si hay un distrito que lleva una cabeza de ventaja en eso de la expulsión de vecindario -los desahucios invisibles, como los definen los grupos en defensa del derecho a la vivienda-, es Ciutat Vella. Lugar que ha perdido 106 vecinos cada mes en la última década, y donde las fincas vacías se cuentan por decenas. La plaza del Duc de Medinacelli, en el Gòtic, es el claro ejemplo de la sustitución del vecindario clásico por la dominada población flotante. En este caso concreto, de nivel adquisitivo alto o muy alto. "Del párquing solo salen cochazos. Ferraris con matrículas extranjeras", explica Lau Feliu, vecino del 27 de la calle de Nou de Sant Francesc, una de las que desemboca en la desalmada plaza. Se refiere al aparcamiento de la finca de la plaza de Medinacelli -colindante a su finca-, vaciada hace años y recientemente transformada en pisos de lujo adquiridos por población extranjera que los usa como segunda, tercera o cuarta residencia.

"Lo del viernes pasado fue la gota que colmó el vaso. Si no teníamos bastante con las fiestas en los pisos de Erasmus y en los pisos turísticos, ahora tenemos que soportar también con las fiestas de los ricos", señala el vecino. "Lo del viernes", relata Feliu, fue una fiesta en uno de los patios de la citada finca de lujo el viernes de la semana anterior. "Fiestas con bafles y mesa de mezclas, ¿eh? Uno de los vecinos no pudo más y les tiró globos de agua", confiesa. Desde Resistim al Gòtic están convencidos de que el de Medinacelli es el futuro que ya tienen escrito el goteo de fincas que en los últimos meses están siendo adquiridas por grupos de inversores en el barrio, icono de la gentrificación.