BARRAQUISMO
Las chabolas se extienden junto a Glòries en Barcelona
Guillem Sánchez
Redactor
Periodista de sucesos. Antes trabajé como redactor de sociedad en la Agència Catalana de Notícies (ACN).
Profesor asociado en la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna.
Libros Publicados: 'El Estafador' (Editorial Península) y 'Crónica del Caso Maristas' (Ediciones B).
Guillem Sànchez
"El problema es que quiero lavarme y aquí no puedo. Tampoco hay luz y tengo que ir a cargar el móvil al bar", explica Achraf (33 años, Marruecos). Él y Morad (35 años, Marruecos) están construyendo una chabola que piensan compartir. Pero es hora de la pausa y han comprado bocatas de hígado de toro para comer. Mientras los engullen, sentados dentro de una barraca que aún tiene por techo una tela de plástico y en la que todavían faltan palés para terminar el suelo, avisan, señalando la hierba que pisan, que "aquí hay ratas gigantes" que se oyen durante la noche. "Aunque no hacen nada, van a su rollo", zanja Achraf. "¿Lluvia? ¿Frío? No, tampoco son un inconveniente", medita; "el problema es la falta de agua". Su parcela está dentro de un solar lleno de matorrales desde el que los observan tres edificios gigantescos de Barcelona: la Torre Glòries, el nuevo Mercat dels Encants y el Teatre Nacional de Catalunya (TNC).
Barracas en construcción
Aunque Achraf y Morad ahora solo charlan, los golpes de martillo no cesan, porque la construcción de barracas en este espacio abandonado no se detiene. "Cada día aparece una nueva", aclaran. Los que golpean ahora son dos jóvenes, también marroquís, que tienen más prisa porque parecen saber que esta noche lloverá. Estas cabañas no tienen paredes de ladrillo, están hechas de retazos de puertas viejas y de maderas de muebles abandonados.
Abubakar (33 años, Nigeria) ha sido de los últimos en llegar. Lleva solo un mes en España y asegura que no tiene amigos. Él explica que trabaja cargando muebles en los Encants. Los cuatro marroquís son vendedores ambulantes, pero "no de material falsificado", aclaran enseguida. Ellos venden, también en los aledaños de los Encants, objetos de segunda mano que encuentran por la calle: sobre todo piezas de ropa usada. No les resulta sencillo porque la Guardia Urbana hace cuanto puede por impedirlo, dado que se trata de una actividad ilegal.
Vendedores y chatarreros
Los moradores más antiguos de este campamento están en el extremo más alejado de la calle de Tànger. Fueron expulsados de un espacio anexo hace un mes, cuentan Abdel (31 años, Marruecos) y Hamid (66 años, Marruecos). Les conviene estar estar cerca de la plaza de Glòries por dos motivos: los Encants atraen a compradores de segunda mano y en esta zona existen varios negocios que compran chatarra, la otra vía principal de ingresos de todos ellos. "Por un carro lleno de latón, cobre, hierro… te dan de seis a ocho euros", explica Hamid. Los inquilinos de este asentamiento también son los que se dejan ver cada vez más por toda Barcelona arrastrando carros de supermercado y rebuscando en los contenedores municipales.
Además de marroquís, aquí hay sobre todo rumanos, dueños de las chabolas de la esquina. A diferencia de los primeros, los segundos viven en familia. Hay mujeres y hay niños con ellos. Los rumanos se dedican casi exclusivamente a la chatarra. Florin explica que agentes de la Guardia Urbana los visitan a menudo. Y también que lo hacen asiduamente los servicios sociales del Ayuntamiento de Barcelona. "Los niños van a clase y tenemos asistencia", asegura.
Un techo sin renunciar a la chatarra
Tanto Florin, como Hamid, Abdel, Achraf o Morad llevan mucho tiempo residiendo en España. Más de 10 o 15 años, en algunos casos. Pero hablan castellano con dificultad, sobre todo Hamid y Florin, y coinciden en que, a pesar de tener los papeles en regla, no logran encontrar otro trabajo. Sobrevivir en un campamento de chabolas les permite almacenar y vigilar la chatarra y los objetos que recogen por la calle. En cambio, dormir en las camas que el ayuntamiento ofrece a los sin techo implica renunciar a 'sus pertenencias', el único modo que tienen de ganarse la vida.
Ninguno de ellos acepta una fotografía para salir en este diario. Correrían el riesgo de que la vean sus familias y estas desconocen que viven en chabolas. No quieren que eso cambie.
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