EL FUTURO DEL PATRIMONIO HISTÓRICO INDUSTRIAL

Can 60 existe y resiste

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HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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Pese a que queda lejos el ruido de los telares, aún hay máquinas en Can 60, la casa fábrica construida por el industrial textil Magí Tarruella en 1833. Por ejemplo, las muchas y muy preciadas cámaras de la Factoría Heliográfica, taller en el que trabajan Martí Llorens y Rebeca Mutell. O los tornos del taller de cerámica Can Fanga. El espacio, en los números 18, 20 y 22 (cambien la coma y la 'y' por un más y verán de dónde viene su nombre) de la calle de la Riereta, en el barrio del Raval, no se resigna a aceptar la sentencia de muerte a la que le condenó la venta del edificio de la propietaria histórica, la heredera, a un inversor alemán, hace un año y medio.

La nueva propiedad tenía, tiene, la intención de levantar pisos de lujo en el lugar, donde aún conviven talleres y entidades sociales y culturales y algunos vecinos (cada vez menos). Así lo comunicó a los distintos inquilinos cuando les anunció que no les renovaba los contratos. Algunos de ellos, como el escultor Francisco Roldán, llevan en la vieja casa fábrica del Raval desde 1977. "La calle de la Riereta fue uno de los centros del barrio con una mayor concentración de estudios artísticos. Can 60 es hoy el único espacio que queda. Merece la pena conservar tanto el patrimonio arquitectónico como las actividades que se desarrollan en él", asegura Llorens.

Tras las primeras cartas en que se anunciaba la no renovación de los contratos, los diferentes creadores del lugar -quienes hasta el momento no tenían demasiada relación los unos con los otros-, se unieron. Se dieron cuenta de que, para salvar el espacio, era necesario reivindicarlo. Abrir sus puertas y que no solo el barrio, que ya era conocedor de su actividad, sino la ciudad entera, supiera qué pasa tras la destartalada puerta de la vieja fábrica, que cuentan que dio lugar a la expresión 'ser un Can 60' (explican que al amo de la fábrica era gran amante de los placeres de la vida, y que en el lugar se entraba y se salía con alegría).

La compraventa de Can 60, que fue siempre una propiedad privada, coincidió en el tiempo con el cambio de gobierno en el lado mar de Sant Jaume, así que una de las primeras puertas a las que llamaron los moradores del espacio en peligro fue a la de la entonces nueva concejala de Ciutat Vella, Gala Pin, a quien pidieron salvar tanto el edificio como el proyecto. Los proyectos: desde una escuela de capoeira, hasta una de las mejores bibliotecas especializadas en fotografía de la ciudad.

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PROCESO DE CATALOGACIÓN

El distrito lleva desde entonces, hace un año, negociando con la nueva propiedad, que compró el recinto al ver una ganga en el centro de Barcelona, sin tener ni idea de qué era Can 60, lógico, ni de qué era el Raval. La finalidad era intentar que el inversor presentara un proyecto que hiciera compatible su objetivo -levantar pisos de lujo- con la permanencia del edificio actual y de sus proyectos, algo harto difícil. En paralelo, se inició, con el objetivo de salvar Can 60, la elaboración de un plan de protección de las 38 casas fábricas del Raval. Plan que, ironías del destino, por llamarlo de algún modo, deja sin protección a Can 60: la propiedad del edificio presentó el certificado de aprovechamiento urbanístico dos días antes de que la comisión de gobierno aprobara la suspensión de licencias de obras para los edificios en proceso de catalogación. 

Pin, quien se ha comprometido a darles una respuesta definitiva sobre su futuro en diciembre, no puede hoy por hoy asegurarles que, de tener que irse, les pudiera ofrecer un local alternativo, ya que hay muchas asociaciones en el distrito en lista de espera. "Eso es lo que nos cuesta de entender. Si el ayuntamiento se quedara con Can 60 mataría dos pájaros de un tiro. Nosotros tendríamos nuestro espacio y las asociaciones que esperan uno podrían recolocarse también aquí. Hay sitio para todos. Can 60 podría ser referente", apunta Quirze Serradell, miembro de la asociación Capoeira Canigó, que lleva décadas trabajando con los chavales del barrio.

SUMANDO FUERZAS

En esa línea, la de que Can 60 sea un lugar público y referente de la cultura comunitaria, va el proyecto que han elaborado desde el espacio y que cuenta con el apoyo de entidades del peso y la trayectoria de la cooperativa Sostre Cívic, la Fundació Tot Raval, y Arquitectes de Capçalera. La entonces directora de la Fundació Tot Raval, Iolanda Fresnillo, hizo pública en enero una carta en la que explicitaba su apoyo a la propuesta presentada por las entidades que conforman Can 60. "En Can 60 se ayuda desde la cultura a la cohesión, convivencia y dinámica sociocultural del Raval", indica en la misiva  Fresnillo, quien también plantea la actual situación de cambio como una oportunidad.

"Puede ser una oportunidad para dotar al barrio de nuevos espacios para diferentes usos", asegura la carta, que añade que los pisos vacíos de la casa fábrica podrían convertirse en sociales y ayudar a paliar la crisis de la vivienda. La fundación se ofrece incluso a dinamizar el debate entre el tejido social del barrio para definir los posibles usos de esos nuevos espacios.