El Raval: un bar en cada esquina

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MARÍA G. SAN NARCISO / BARCELONA

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Muchas veces los bares son el reflejo de la zona donde se ubican. Partiendo de esta premisa, y teniendo en cuenta que el Raval es una mezcla de nacionalidades -alrededor del 50% de la población es extranjera-, así como de estudiantes y jóvenes atraídos por su oferta cultural y de antiguos vecinos del llamado barrio chino, la interculturalidad y la diversidad son dos de los atributos que caracterizan los 322 locales que suma el barrio con más abrevaderos de la ciudad.

El Makinavaja es uno de los que aún conservan su carácter local. El bar toma el nombre del personaje de Ivà y mantiene su espíritu canalla y ochentero. En la puerta no cuelga ninguna pegatina de TripAdvisor ni de Yelp. Leandro Crespo, el dueño, no está muy a favor de estas nuevas plataformas. Como vecino de toda la vida del Raval, conoce bien la evolución del barrio. "Hace años solo en la calle Carretas había hasta 15 bares -explica- donde se servían de media unos 60 o 70 menús diarios. Ahora solo queda uno". Tabernas que han ido cerrando para dar paso a espacios muy diferentes. "Los bares del señor Paco se han acabado, ahora todos tienen algún tipo de temática", explica. 

Su bar también esta decorado, aunque de forma más vivencial que estética. De la pared cuelgan viñetas y fotografías, como la suya cuando era niño en la primera manifestación que hubo en la Diagonal tras la muerte de Franco, 1977. "Es un bar de cerveza, tapas y rock and roll", afirma. Quizá por eso la media mínima de edad está entre los 25 y 35 años los fines de semana, siendo superior el resto de los días. 

El bar Marsella es otro de los que forman parte de la historia de Barcelona. Su olor a anís, característico de la absenta que le ha hecho famoso, se mezcla con el ambiente cargado no de viejas glorias, sino de jóvenes extranjeros buscando un trago fuerte. 

KITSCH & KEBAB

Muchos de los bares míticos han ido cambiando de propietario, público y función con los años. Como La Rouge, un local que antiguamente albergó distintas bodegas. "La más famosa fue la de 'la Patata'", explica su dueña, Betlem Sangrà. Abierto durante todo el día, organizan actuaciones de música en directo y su clientela es principalmente local. Se encuentra en la rambla del Raval, como Madame Jasmine, un bar que resulta un buen ejemplo de lo que es hoy en día el barrio. Su decorado excéntrico, con azulejos setenteros tras la barra, una zona cubierta de tejido de leopardo y unos servicios que son dignos de ver, sumado a su ambiente 'gay friendly', contrasta con los comercios que tiene a su lado: un kebab y una carnicería islámica. 

El Raval es también un punto de encuentro del moderneo, ya sea local o extranjero. La calle Joaquín Costa acoge a centenares de jóvenes los fines de semana en bares que nada tienen que ver con aquellos llenos con máquinas tragaperras y surtido de comida en la vitrina del mostrador. Además de por clientela, los bares se puede catalogar por música. Los hay indies, como el Manchester y el Cassette; punks, como el Nevermind, con pista de skate incluida; de orientación electrónica, como el 33/45, donde el encargado, Denis Felipe, explica que hacen una exposición de arte una vez al mes; con flamenco, jazz y otras músicas en directo, como Robadors 23...

Para los vecinos, la parte buena es que ahora el barrio es más seguro, dicen. "Ahora hay más seguridad a la una de la mañana que a las once", asegura Crespo. La parte negativa es la suciedad. Carmen Sandalinas, una vecina, cuenta resignada que los jóvenes manchan siempre su puerta, aunque a ella, por suerte, la música y el jolgorio no le molesten para dormir. Pros y contras de vivir en un barrio que tiene casi literalmente un bar en cada esquina.