Barceloneando

De la unidad a lo único

El poder desgasta a quien lo ejerce, pero sobre todo hace papilla a quien lo soporta

El parque de la Trinitat, durante las fiestas de la Mercè.

El parque de la Trinitat, durante las fiestas de la Mercè. / ALBERT BERTRAN

Javier Pérez Andújar

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La evolución de la izquierda ha sido el paso de lo unitario a lo común. No digo que evolucionar sea bueno, pero peor sería involucionar. Estaba pensando en nombres históricos de organizaciones de izquierdas que llevaban la palabra unión (UGT, UHP, IU), y en como este viejo concepto del pueblo unido se ha quedado arrinconado con las casetes de Quilapayún.

Antes, en las manis a las que iban los militantes de izquierdas se gritaba mucho unidad. Sobre todo se lo decían los partidos que no habían ganado a los que ya podían gobernar en ayuntamientos o donde fuera. La unión hoy es otra cosa, otro sendero que se ha bifurcado, por escribirlo con la arena de Borges. La ha devorado su propio ismo como a todas las vanguardias, y ahora en vez de unidad se habla de unionismo. Se ha pasado de decir que la unión hace la fuerza a decir que la unión se hace a la fuerza.

Se ha pasado de decir que la unión hace la fuerza, a decir que la unión se hace a la fuerza

El poder desgasta a quien lo ejerce, pero sobre todo hace papilla a quien lo soporta. A las palabras también les sucede. Cada vez que oigo decir unión, me acuerdo de Convergència. Duran más las asociaciones de ideas que las asociaciones de partidos. Los lingüistas consideran que las palabras tienen un campo semántico, del mismo modo que el traje de Iron Man tiene un campo magnético, un campo de fuerza que lo envuelve y se proyecta hacia el exterior y le protege de otros significados, pero quizá no tanto de otros como él. Al campo de la semántica también llega el invierno lo mismo que en las pinturas de los dos Brueghel, y entonces esos terrenos se convierten en verdaderas pistas de patinaje, pasto de resbalones. Un resbalón semántico es por ejemplo deslizarse de unidad a único. Esto es lo que me viene a la cabeza siempre que oigo la expresión un solo pueblo. Pero qué podemos hacer ante esto, qué vamos hacer ante la imposición de lo único si vivimos en una sociedad de hijos únicos.

Sobre la pugna entre lo uno y el todo (por decirlo a la manera de Fernando Savater en su viejo y ácrata, ambos son adjetivos de elogio, 'Panfleto contra el todo'), sobre el enfrentamiento entre el individuo y el grupo, vi el pasado lunes un montaje de danza en estas fiestas de la Mercè. Fue en el Parc de la Trinitat, un parque urbano lleno de verde, de vida y de esperanza (el verde es el color de la esperanza), en una parte de Barcelona donde la palabra urbano pierde su magnitud humana pues brota en el seco corazón del alquitrán, del asfalto, en un brutal nudo de rondas y autopistas, igual que el lugar en que sobrevive el protagonista de 'La isla de cemento', la novela de Ballard. (Urbano alude a la urbe, la ciudad, donde vive la gente en grupo, donde la civilización y la cultura se desarrollan velozmente; pero también decimos urbano para referirnos a lo duro, a lo que todo esto cuesta. En tiempos de la revolución francesa se puso de moda la palabra ciudadano para dirigirse al vecino, para igualar a la gente desde un ideal de justicia; con el fracaso de todo eso dejamos de ser ciudadanos y nos convertimos en urbanitas. ¿Se acuerdan de cuando rock urbano era sinónimo de rock duro? Ya lo decía Leño: maneras de vivir).

Aquello también trataba de mostrar el sufrimiento como una forma de danza 

Se trataba de una compañía coreana de danza contemporánea. La compañía se llama Laboratory Dance Project y la obra se titulaba 'Look Look'. La verdad es que no tengo ni idea de danza, y de coreano tampoco tengo nada (soy polaco como la mayoría), y contemporáneo a ratos sí que me siento, esto sí. Quizá no entendí todo lo que vi, pero fue fascinante. Claro que escenificaban al individuo retorciéndose cuando es atrapado por el grupo; pero sentí que aquello también trataba de mostrar el sufrimiento como una forma de danza. La angustia, el miedo, también mueven nuestros músculos. Aquellos 14 o 15 bailarines y bailarinas (me lié contándolos) recordaban un bosque de muertos que no dejaba escapar a ninguno de los que formaban parte, y lo que se representaba en la escena (un rincón de la zona de pistas deportivas) era el momento en que llegaba un caminante con la ropa andrajosa (igual que el leñador que sale en la portada de ese disco de Led Zeppelin donde está 'Stairway to heaven'), y descubría el horror personal, particular, de cada miembro del grupo, digamos que de cada árbol. Los bailarines tenían las caras alisadas y deformadas (y al mismo tiempo uniformizadas, de modo que se entendía que toda uniformización es una deformación), y se les dibujaba en el rostro un gesto de aullido como el que puede verse casi idéntico en aquella cara que sale gritando de entre el muro de Pink Floyd.

Todavía más polaco que la mayoría de nosotros fue el premio Nobel Czesław Miłosz, que, aunque nació en Lituania, era de familia y cultura polacas. En su 'Abecedario. Diccionario de una vida' (que son una especie de memorias en forma de diccionario) define el miedo como “el principal habitante de Europa en el siglo XX”, y pone de ejemplo momentos de su vida en el bloque del Este. Tal vez ni siquiera tengamos derecho a decir que no tenemos miedo cuando el miedo en persona aún no ha echado abajo nuestra puerta.