Barceloneando

Fábricas y barro

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Olga Merino

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Si la Albufera de Blasco Ibáñez estaba hecha de cañas y barro, el paisaje del extrarradio en el tardofranquismo era de fábricas y barro, un lodo pastoso y rojizo que se pegaba a las suelas de los zapatos. Un fango muy rojo; por lo menos, el de la Prospe lo era. Barrio y barro eran sinónimos entonces. El cieno se amasaba en los descampados, en los solares a medio construir, en las calzadas sin asfalto, en cuanto caían las cuatro gotas barcelonesas de siempre, esas que no saben llover. En el caso de La Florida, de Bellvitge, de Pubilla Casas fue Esteve Lucerón (La Pobla de Segur, 1950) quien se encargó de consignar sus orígenes cenagosos a través del objetivo de una cámara.

Hasta el próximo 28 de octubre, el Museu de L’Hospitalet y el centro L’Harmonia albergan 'Ciutat i lluita', una exposición de las fotografías que el artista tomó sobre todo en la Flori, como la llaman los de allí, entre los años 1978 y 1980, una colección de imágenes en blanco y negro cuyos negativos ha donado al archivo de la ciudad. Se trata del testimonio de una época, sin imposturas ni poses, porque Esteve Lucerón vivía allí y retrataba a las gentes que conocía, a sus vecinos, las calles que pisaba cada día. Trabajaba de peón en una fábrica metalúrgica y, cuando lo echaron, se compró dos buenas cámaras, una Mamiya y una Canon F1, con la indemnización. Volvió a encontrar trabajo al cabo de seis meses, y así. A veces se olvida que los años 80 fueron muy duros, de paro a mansalva.

La cincuentena de fotos que acoge la muestra bien merecería la edición de un libro si no fuera porque a los asuntos de la cultura se les dispensa aquí un trato parecido al de la Cenicienta. Son historia viva de cómo se construyó la democracia en los barrios (o al menos el sueño de ella). Lucerón, de la escuela de los documentalistas, supo captar con las manos en la masa a los protagonistas de aquel relato épico: ahí están el tropel de mujeres a la salida de la fábrica Vanguard; el bar Las Cuatro Puertas, centro neurálgico del barrio; los críos que juegan en un cuatro latas abandonado; un tatuaje de barrio en la piel, con el “amor de madre” dentro de un corazón; el cigarro entre los dedos de un abuelete, un pitillo liado de lo que se llamaba “caldo de gallina”; y, cómo no, el barro y los bloques Onésimo Redondo, construidos en los años 50 por la Obra del Sindicato del Hogar, los de las placas del yugo y las flechas.

Son retratos en blanco y negro sin impostura realizados por un artista trabajaba en una fábrica metalúrgica

Tal vez sean la construcción más significativa de La Florida, el barrio con más densidad demográfica de toda Europa. Se trata de 20 edificios, conocidos a secas como Los Bloques, que contenían 816 pisos destinados a acoger a población inmigrante, barraquistas del Somorrostro, de Montjuïc, de La Bomba, nichos precarios de apenas 35 metros cuadrados que lograron ampliar hasta los 40 a base de protesta.

Los barrios periféricos fueron eso: lucha vecinal, solidaridad y marchas populares pidiendo escuelas, asfalto, ambulatorio, transporte público para dejar de cruzar las vías del tren o que se llevaran a otro lado el humo contaminante de las fábricas, como La Bóvila, donde se hacían los ladrillos para construir las celdas destinadas precisamente a las larvas obreras. Se percibe cierta ingenuidad entrañable en las pancartas que captó el ojo avizor del fotógrafo: “Queremos profesores”. “Monumento Nacional de Ratas y Basuras”. O ese otro cartel, pintado por los trabajadores despedidos de Cetrisa, que dice: “¿Cómo vamos a levantar Cataluña si mandan al hambre y la miseria a 126 familias?”. Fue la mala política la que trajo consigo el cinismo.

Esteve Lucerón, que se identifica con la estética intimista y sin artificios de Walker Evans y Dorothea Lange, dos de los mejores fotógrafos de la Gran Depresión norteamericana, es conocido sobre todo por el trabajo que hizo con los gitanos de la Perona durante una década, desde 1980 y hasta los Juegos Olímpicos, un reportaje a base de paciencia, de visitarlos casi a diario en las barracas, de ganarse su confianza regalándoles copias de los retratos que les tomaba, más de 2.000 negativos. Ya retirado, ahora está realizando una interesantísima investigación antropológica en Nou Barris, por la que volveremos a invitarlo a estas páginas. Con alfombra roja.