BARCELONEANDO

Entre gallinas y venados

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Olga Merino

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Uno de los principios no escritos de la ley de Murphy pasa por que los asuntos más tontorrones comparten una tendencia natural al enmarañamiento. Las despedidas de soltero, por ejemplo. Lo que hasta hace bien poco se resolvía con el trámite de una simple cena ha terminado por dilatarse hasta ocupar el fin de semana completo, tres días de desparrame con la pandilla en lo que se supone la última noche de libertad antes de pasar por el juzgado o la vicaría. Suena todo muy viejuno pero se ha puesto de moda, qué se le va a hacer.

Parece que se trata de una tradición anglosajona o, por lo menos, los británicos la tienen muy arraigada entre sus costumbres. 'Hen and stag parties', las llaman; o sea, las fiestas de gallinas (para ellas) y ciervos (para ellos), celebraciones que, dejando las cuestiones etimológicas a un lado, consisten mayormente en pillar una cogorza monumental separados por géneros. Muchos de los solteros en capilla optan por celebrar en casa el tránsito a la vida marital -Bristol y Bath son las ciudades más frecuentadas en las islas-, pero lo suyo, lo que se lleva ahora, es una escapadita al extranjero de tres días antes de la boda. ¿Y cuál es el destino preferido de los brits? Barcelona, ¡bingo!

183 euros en cerveza

El miércoles pasado, un artículo en 'The Telegraph' contaba que, en efecto, la capital catalana es, a pesar del 'brexit', la ciudad favorita para abandonar la soltería, seguida por Berlín, Hamburgo y Dublín (para los chicos) y Marbella, Dublín y Benidorm (para las chicas). Hace tres años, en junio del 2015, otro reportaje, esta vez del 'Daily Mail', también colocaba a Barcelona la primera de la lista; los demás destinos bailaban, pero la 'gran encisera' se mantenía a la cabeza del despiporre. ¡Sol, arena y sangría! El gasto de cada parrandero en alcohol, calculaba el texto, se acercaba a las 160 libras esterlinas (183 euros, que dan para bastantes cervezas).

Clases de pintura con el modelo en cueros completan la agenda festiva

Basta teclear en Google las palabras 'hen', 'stag', Barcelona, y enseguida aflora una montonera de páginas con entretenimientos variados para saturar la agenda de viernes a domingo, de manera que el fin de semana resulte inolvidable: a los venados les ofrecen visitar el Camp Nou, partidos de fútbol con trajes burbuja gigantes, batallas de 'paintball', unas vueltas en el 'kart' o paseos en catamarán; a las gallinas, catas de jamón, sesiones de pintura con el modelo en cueros, cenas con un mayordomo en idéntica tesitura, una visita a los baños árabes del paseo Picasso o bien una lección sexy de baile en barra. La despedida se confecciona a gusto del consumidor, como un traje a medida. Según los cálculos de 'The Telegraph', los británicos en despedida de solteros suelen gastarse un promedio de 570 euros por barba.

Para unos y otras, la actividad estrella es el 'pub crawling' o ruta de borrachera, esto es arrastrarse de bar en bar hasta alcanzar una tajada memorable, incluidos chupitos de colores improbables escanciados en el gollete de los participantes. Van en manada y, como los acompaña un guía, no han de preocuparse por la orientación. Los operadores turísticos suelen fijar una hora y un lugar de salida, ya sea el Milans Cocktail Bar o los pubs irlandeses del final de la Rambla, como el Flaherty’s o el Wild Rover, y de ahí la fiesta se va extendiendo por los garitos del Born, el Gòtic o la Barceloneta hasta culminar en las discotecas del Port Olímpic. ¿Las más frecuentadas en las despedidas? Club Opium, Shoko, Catwalk y Pachá.

El novio ('groom'), la novia ('bride') y la entusiasta cohorte recorren las calles más cercanas al mar ataviados para la ocasión, con camisetas estampadas con algún lema, gorritas o bandas cruzadas sobre el pecho al estilo de las misses. Entre las chicas, abundan los aditamentos de formas fálicas; los grupos de chicos suelen obligar al novio a vestirse de mujer o de peluche.

El viernes último, el jaleo de las comitivas ebrias se mezcló con el barullo del partido España-Portugal y las aglomeraciones frente a los televisores gigantes. En una 'stag party' improvisada, los cervatillos, que en esta ocasión procedían de Londres, arrojaron al novio a la fuente de las tres gracias que corona la plaza Reial. Por suerte, no lo lanzaron desde el balcón, al estilo Magaluf.