El pueblito de las lonas

Un pueblo artificial de lonas miméticas como la de la Casa Vicens colmaría las necesidades fotográficas de algunos turistas

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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La Casa Vicens está en obras. Una pequeña valla que se levanta a la izquierda del edificio informa de que al finalizar los trabajos –otoño de este año– se habrá convertido en casa museo, con espacios destinados a exposiciones. Se ha hablado largo y tendido de este asunto: del proyecto, de los propietarios, de la luz verde del ayuntamiento; de la nueva incorporación al catálogo de obras visitables de Gaudí. Ese no es el tema. El tema es la lona mimética, la que cubre la fachada mientras duran las obras, que es mimética porque es una fiel reproducción del frontis original; de su aroma oriental y mudéjar, que se ha de decir para hablar con propiedad. “Esta no es la fachada, pero es la fachada que hay bajo esta fachada”, parece decir la lona. Como todo lo que es mimético, la lona es una promesa. Y como es una promesa, los turistas le sacan fotos. Se llevan a casa la foto de una lona, y una vez en casa, al hablar del viaje y enseñar las fotos dirán: “Esta no es la fachada, pero es la fachada debajo de esta fachada”.

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La Casa Vicens no atrae hordas como sus amigas la Pedrera o la Casa Batlló, o como el parque Güell. No hay autobuses estacionados en las calles adyacentes y los vecinos aún disfrutan de una cierta tranquilidad. La calle de Les Carolines viene siendo una especie de típica calle 'graciense' estrecha y no se ve muy bien cómo podría aguantar los gentíos –sin colapsar–, pero seguramente ocurrirá. Los turistas llegan a pie: bien por el lado este o bien por el oeste o bien por Aulèstia i Pijoan, que es perpendicular. Llegan de a pocos. Una familia aquí, una pareja allí, un solitario allá. Llegan con una guía en mano o con un folio impreso en mano, deseosos de contemplar uno de los enclaves menos famosos y menos visitados de la ruta Gaudí. Salvo algunos –pocos– extremadamente bien informados, que sabían de antemano que habría una lona en lugar de fachada, los otros componen caras o palabras de decepción. “¡Oh!”, exclaman en inglés, en francés, en alemán. Pero no dura mucho. La metamorfosis se produce enseguida.

LA CASA BATLLÓ EN LA MINA

El turista suele ser una criatura bien dispuesta, más bien inmune a la frustración. Ha gastado un dinero para llegar hasta aquí. Ha pasado por aeropuertos, y por otras experiencias no del todo agradables. Está de vacaciones y tiene por fuerza que disfrutarlas. ¿Una lona? Una lona es el obstáculo menos hostil que se puede encontrar. Entonces se produce ese momento que tiene mucho de simbolismo, y el turista saca la cámara y dice a sus hijos que se pongan ahí, no, más a la derecha, que se vea bien la fachada. Ahí, perfecto, quietos. Clic. ¿Simbólico? Sí: si lo que importa es la lona, entonces lo que importa es la imagen. Visto así, no sería del todo un disparate vestir los edificios abandonados y en desuso con lonas monumentales. Una lona de la Pedrera en Sant Andreu, una lona de la Sagrada Família en Nou Barris. Una lona de la Casa Batlló en… La Mina. Mejor aún: el ayuntamiento podría construir un Poble Espanyol de las lonas, y ponerlas todas todas en el mismo lugar, y así el turista se ahorraría el trasiego en busca de la foto. Podría estar, el pueblito, cerca del aeropuerto, y habría restaurantes con gambas y sangría y un par de discotecas, y cubatas, y mojitos, y alguno juzgaría inútil desplazarse hasta la ciudad, la verdadera ciudad. Si lo que importa es la foto, no importaría.

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No es fácil trasladar esta idea al turista. Sea francés, estadounidense u holandés, la pregunta sobre el valor de la lona en general no le sienta bien. ¿Por qué sacar fotos de una lona? “¿Y qué voy a fotografiar, si no? ¿Me va a quitar la lona, usted, para que pueda ver el edificio?” Es el resumen del sentimiento turístico. Hay que fotografiar algo: se le hizo caso a la guía, se caminó hasta aquí y se encontró esto, una lona. O quizá es todo al revés: quizá el turista es consciente de que lo que se lleva a casa, en su cámara, en su móvil, en su tableta, en su cabeza, es una imagen, nada más que una imagen, una representación de la realidad. Con lona o sin ella. Así que, ¿qué más da? Solo es sumarle un escalón: una representación de la representación.

Razón de más para montar el pueblito.