BARCELONEANDO

Que no te cierren el bar de la esquina

El dueño de L'Ascensor publica sus reflexiones sobre el ecosistema etílico barcelonés

Àngel Juez

Àngel Juez / periodico

Olga Merino

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España alberga un bar por cada 175 habitantes. De manera que, remedando a Tarzán de los monos, de liana en liana, podría cruzarse la Península desde Algeciras hasta Portbou de cantina en cantina, sin que se desbravara la cerveza. Es este un país tabernario en muchos aspectos. Tascas para despotricar de fútbol y de política. Cervecerías para hacer amigos o sucedáneos. "Bares, qué lugares tan gratos para conversar", cantaba Gabinete Caligari en los años de la movida. De ellos, de los bares y el ecosistema etílico barcelonés, sabe un rato Àngel Juez, el alma de uno de los locales más emblemáticos de Barcelona, que sobrevive milagrosamente a la invasión guiri y la sangría peleona. ¿La razón? Quizá porque está muy escondido, justo detrás del ayuntamiento, y por el carisma del propietario. Hablamos de L’Ascensor (Bellafila, 3).

Nada más atravesar las puertas correderas del bar, que son las puertas de un ascensor modernista de madera noble —mejor dicho, la cabina entera, con sus botones del principal al ático— se escucha en los altavoces la voz de María Callas, garantía de que aquí se puede conversar tranquilo. A eso venimos. Porque el dueño de L’Ascensor, que celebró su 50º aniversario este verano, ha publicado un libro cargado de anécdotas jugosas y reflexiones en torno al ecosistema etílico barcelonés. Se titula 'Històries de bàrbars' (Comanegra), con preciosas ilustraciones de Ramon Moscardó.

El mítico bar, detrás del ayuntamiento, abrió en 1968 de la mano de un sobrino de Tarradellas

Casi medio siglo de barra nocturna da para mucho. A Ángel Juez se le notan el oficio y las noches de guardia; tiene cara de chico listo, de esos que, en cuanto ven a un espécimen humano atravesando la puerta, son capaces de hacerle un escáner antes de haber mediado dos palabras. Él se quita mérito. Dice que para ser un buen barman se ha de saber escuchar y tener "mucho cuento". A pesar de su apellido, él no juzga; como las folclóricas, vale más por lo que calla.

El local abrió en la primavera de 1968, bajo el nombre de Pierrot, de la mano de Jordi Tarradellas, sobrino del presidente de la Generalitat entonces en el exilio. Pero la cosa no le fue bien, se desentendió enseguida del negocio y pasó a manos del anticuario Ramon Folguera, que fue quien instaló el ascensor y le dio el toque 'vintage' que todavía hoy conserva. Todo aquí se mantiene fiel a las esencias, incluso los combinados: el libro incluye la receta de un gintónic 'comme il faut', nada de copas de balón ni rodajas de pepino flotando en la ginebra. "¡Un gintónic no es una ensalada ni una macedonia!", dice el jefe.

"Un gintónic no es una ensalada ni una macedonia"

Àngel Juez

— Propietario del bar L'Ascensor

Por el método del boca oreja, L’Ascensor se convirtió en un local de culto en los años 70 que frecuentaban personajes como Nazario, Ocaña, Camilo y toda la divina golfería de entonces. También pisó el local Lou Reed en 1972 después de un concierto, y pilló en la barra una tajada antológica de la que pueden dar fe varios testigos. Tantos años de experiencia, por cierto, han permitido a Ángel Juez compilar un nutrido diccionario de bargot (el argot de los bares), que incluye al menos una cincuentena de términos, entre castellano y catalán, para referirse al hecho de ir piripi.

En 'Històries de bàrbars', el autor vierte reflexiones de primera mano sobre el mundo de la hostelería y sus transmutaciones en los últimos años: la ley antitabaco, la lucha por conciliar las terrazas con el descanso de los vecinos y sobre todo la maldita crisis, la que implantó los contratos precarios, laminó el poder adquisitivo de la juventud y castigó a los bares con la peor consecuencia para el negocio: el botellón, la playita, los lateros.

Sea como fuera, aquí, a orillas del Mediterráneo, los bares siguen siendo una institución, tal vez porque, como escribe Ángel Juez, son “la evolución de las ágoras de los griegos”, lugares donde el personal acude a conversar, a intercambiar información, a divertirse, a ligar. Sobre todo gustan los pequeños, los bares con alma, pequeños oasis, espacios de confianza, una suerte de refugio para gente sentimental, la que marca la diferencia. Como canta Sabina, "que no te cierren el bar de la esquina".