El ataque del turista Godzilla

Existe el turismo de las ferias, el médico, el de borrachera, el de la Mercè y hasta, se rumorea, el cultural

MIQUI OTERO / BARCELONA

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Seis turistas de cuatro metros de altura deambulan por Barcelona bajo un cielo de tormenta.

No es el argumento de una adaptación catalana del subgénero kaiju, esas películas japonesas en las que monstruos gigantescos sintetizan las neurosis de un país. Es el resumen de un espectáculo itinerante de la compañía parisina Les Grandes Personnes titulado 'Les touristes', que se paseó ayer por el parque de la Ciutadella.

Estrenar un 'show' titulado 'Los turistas' (también en la Ciutadella el sábado y el domingo) en Barcelona es como estrenar 'El libro de la selva' en la selva india de Madhya Pradesh o 'Crónicas Marcianas' en Marte. Una de las mayores preocupaciones del gobierno de Ada Colau ha sido la gestión de las dimensiones gigantescas de un sector que, por otro lado, aporta casi el 15% del PIB de esta ciudad. El argumento de este 'show' pintaría una mueca lívida en las caras de una población que en las últimas encuestas situaba el turismo en el cuarto puesto de sus mayores preocupaciones. Imaginen el rictus de pavor al ver a estos turistas Godzilla.

GEGANT DEL PI AFRICANO

Cristophe Evette, creador del espectáculo, poco sabe de todo esto. Visitó la ciudad por última vez hace 18 años, cuando era "muy diferente". Sus enormes marionetas representan a un par de familias: una caucásica y la otra procedente de Burkina Faso (Yabako Konaté, uno de los titiriteros, proviene de ese país). "El gegant del pi!", grita un niño al descubrir la enorme marioneta del africano con chilaba y kufi de lana multicolor. En Madrid se polemiza con el Rey Negro de la cabalgata, pero un estupendo alardeará de que aquí el Gegant del Pi sea africano.

Los gigantes se pasean con planos enormes de la ciudad y cámaras hipertróficas. Una acordeonista abre la comitiva y ellos ensayan coreografías, rodean palmeras y se esconden tras los setos. Sortean a lateros y a bandadas de turistas en Segway. Hasta las gaviotas patiamarillas y las garzas reales los miran ojipláticas. En la Glorieta Transexual Sonia una chica con velo lila de paramecios los atrapa con su teléfono móvil: Faezeh Dadras viene de Irán y pregunta si esto es normal. Fuentes municipales explican que existe un turismo asociado a las fiestas. Existe el turismo de las ferias, el médico, el de borrachera, el de la Mercè y hasta, se rumorea, el cultural. Se podría montar un Arca de Noé del turismo barcelonés cogiendo a cada pareja (chilena, italiana, japonesa, filipina) que sigue a los gigantes, pero a la gran mayoría, chica iraní incluida, les ha pillado la Mercè como quien pilla un catarro otoñal: por sorpresa.

NEGAR Y ODIAR

Los turistas fotografían a los turistas XXXL. Inaudito: la única condición para ser un turista, además de negar que tú lo eres, es odiar a los turistas. Yo mismo, sorprendido un ocho de agosto bajo el reloj astronómico de Praga, con riñónera y sandalias Quechua sobre calcetines, negaría rotundamente ser turista y diría con tono rabioso: "Yo no hago turismo, yo viajo" y "esto está lleno de turistas". Pero parece que la Mercè obra milagros.

-Bless Jah, rastafari -berrea un joven que sorbe una Voll-Damm sentado en un parterre-. Rastaman Catalonia, África Connection.

El joven con rastas intenta entablar una conversación con el gigante de Burkina Faso. Imanol (así se llama este ghanés que llegado de Londres tras ennoviar allí con una catalana) cambia de idioma:

-Visca tots, visca la vida, visca la gent, Ciutadella Party -grita, con los ojos como pelotas de pimpón tras una calada.

Una abuelita que por allí pasa elogia su catalán y se lo agradece. "Mica en mica, pica", responde. Pero él solo tiene ojos para el gigante. Intenta cederle una litrona de cerveza que en la mano del turista gigante parece un quinto.

Nunca unos turistas lograron tal consenso en esta ciudad.