Historias de la desbarcelonización

Gòtic, así es la vida en un parque temático

Una investigación académica pone voz a los vecinos del barrio más parquetematizado de la ciudad

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Carles Cols

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Mujer, de 80 años, vecina del Gòtic: “¿Que cómo lo hago para sentarme en el espacio público? Hay muchas paradas de autobuses con asientos y, en algunas ocasiones, las personas mayores, no solo yo, nos sentamos ahí, aunque no cojamos el autobús”. Así de inhóspita puede ser la vida en Gòtic, la Venecia de Barcelona, la zona cero de la gentrificación local, un barrio en el que con celo de agrimensor a veces se hace recuento de cuántos vecinos se van, se supone equivocadamente que solo por culpa del alza de los precios del alquiler, pero se repara menos de lo que se merecen en los que se quedan, en las víctimas del dépaysement, una palabra francesa deliciosa que define el sentimiento de sentir que el lugar en el uno vive ya no es su hogar.

"Salí con mi hijo en bici y al llegar casi a casa, al lado de la plaza de Sant Jaume, una señora me gritó y me dijo que a quién se le ocurre ir en bicicleta por ahí. Pensaría que esto es un parque de atracciones, pero yo vivo aquí"

Otra mujer. El informe no concreta la edad. Ella misma la apunta más o menos en su reflexión: “Es difícil vivir en un barrio donde no puedes comprar cosas cotidianas. Y, además, como mujer mayor uso cosas como tintorerías o mercerías. Parece una tontería, pero son servicios básicos para mí”. Son testimonios de la gente que no se va, pero para los que convendría buscar alguna nueva definición, los gentrificados emocionalmente o algo así. En su búsqueda ha ido durante meses Agustín Cócola, doctor en Geografía Humana por la Universidad de Cardiff y, de un tiempo a esta parte, autor de algunas de las más interesantes vivisecciones de esta ciudad. Se hizo un merecido hueco mediático en el 2011 gracias a lo que entonces fue su tesis doctoral, un minucioso análisis sobre la impostura arquitectónica del Gòtic, sobre cómo los edificios más fotografiados del barrio son recreaciones levantadas durante el siglo XX (la fachada de la Cartedral, el puente de la calle del Bisbe, media plaza del Rei…, por ejemplo), pero después puso el foco en las consecuencias de esa parquetematización pseudohistórica, primero en analizar estadísticamente la correlación entre pisos turísticos y desplazamientos de población y, ahora, en el impacto sobre lo cotidiano.

“La plaza de Sant Felip Neri es el patio de la escuela. Llegamos un día a la plaza a la hora del recreo y había 30 bicis de esas eléctricas. Entonces un padre se cabreó mucho”. Cócola no le pone nombres y apellidos a los entrevistados, porque el relato es coral, compartido por todos. No es por preservar la identidad de los menores, aunque sobre esa cuestión, la de los niños, hay que subrayar que son una especie en extinción. De los 17.035 habitantes del barrio, solo 930 tienen menos de 10 años. Es una anomalía estadística en una ciudad ya de por sí con una baja tasa de natalidad, Uno de los entrevistados hasta le pone unas amargas gotas de humor a ello. “No es un barrio preparado para los niños ni los ancianos, un niño corre muchos peligros, como que lo pille una manada y acabe en un crucero sin darse cuenta”. Y ya más en serio, prosigue: “Este es un entorno en el que la comunidad no existe o tiene difícil ejercer sus funciones de protección o acompañamiento”.

"Han desaparecido bares, comercios, fuentes, bancos..., los lugares para verse con los vecinos y hablar. Ha pasado de ser un lugar para estar y para vivir a un lugar para pasar de largo, consumir y largarse"

La cuestión es que Cócola, el pasado miércoles, compartió con vecinos del Gòtic los resultados de su estudio. Lo hizo en la plaza de Sant Felip Neri. El lugar era parte del mensaje. Echó mano de un par de detalles de su primera investigación sobre la ciudad, la de la gotificación del casco histórico. Dos de las paredes de la plaza son simulaciones erigidas en los años 50 a partir de edificios preexistentes en otras calles, Calderers y Sabaters, que ladrillo a ladrillo habían sido guardados en un almacén municipal. Una de las fachadas, para más guasa, fue empleada primero en la plaza de Lesseps, pero el resultado no gustó. Cócola, antes de pasar al repaso de sus entrevistas, releyó lo que en 1963 escribió un funcionario municipal sobre la recreación de la plaza de Sant Felip Neri: “Esa cantidad de monumentos en un espacio tan restringido dan como resultado un ambiente de una densidad histórica y emocional tremenda. Por esta razón su visita se ha convertido en imprescindible para todo turista”. Nada es casual. Todo es premeditado. Ese es el mensaje que subyace y que le ha sido revelado como una maldición a los vecinos del barrio, aunque ya sea tarde.

Ya en su día, Adolf Florensa, arquitecto municipal y, salvando las distancias incluso ideológicas, el Albert Speer local, explicó en 1955 que “la constante recuperación del barrio monumental ha llevado como nueva vida a aquellas zonas, porque los turistas, entre admiración y admiración, compran, y como es natural compran en los alrededores de los monumentos que van a admirar”.

"El supermercado más grande es el Carrefour de la Rambla, pero está lleno de turistas. Ahora lo han reformado para comer ahí comida rápida. Hay siempre mucha cola para pagar. Es agobiante"

Desde entonces, mucho ha llovido. Florensa no es el culpable de la turistificación de la ciudad. El solo puso la semilla. El problema, según se mire, es que la planta creció después sin control, sin que ningún alcalde socialista la podara y, es más, con algún alcalde derechas que, ya puestos, la regó. El resultado es el que es. Ahí va un buen ejemplo: “Han puesto una terraza en Sant Felip Neri que es de un hotel de lujo. Antes iba ahí a tomarme una Xibeca con los amigos. No había terraza. La comprábamos e íbamos a la plaza. Pero ahora, con la ordenanza cívica, no puedes beberte una cerveza si no es en la terraza”. Este vecino cuenta a continuación cómo trató en balde de citarse con los amigos en otras plazas. En la de la Verónica, primero, “pero pusieron rejas para que la gente no se sentara”. Luego, a la del Pi. Era estupenda, pues había bancos y escalones a los pies de la estatua de Àngel Guimerà. “Quitaron los bancos y los escalones. Antes del 2005 había solo una terraza en la plaza del Pi. Hoy hay 184 sillas de bares y restaurantes, ninguna pública. Te persiguen para que consumas o te vayas”.

A escuchar la exposición de Cócola fueron un centenar de vecinos, que parecerán pocos, salvo que uno se sumerja en el padrón del barrio. Es en realidad un barrio inmobiliariamente minúsculo. Solo hay censadas 6.565 viviendas (2.300 de ellas, apartamentos turísticos). Lo más común es que en ellas viva solo una persona. Solo en 927 de esos pisos hay menores de edad. Es cierto que 10 años atrás, los vecinos eran muchos más, 25.649, pero este último lustro la caída demográfica se ha ralentizado. De los 17.035 residentes, un 56,5% han nacido en el extranjero. Solo 4.500 nacieron en la ciudad. Visto así, que un centenar de personas se reunieran en Sant Felip Neri para compartir su desazón no está nada mal.

"Es muy difícil vivir en una comunidad de vecinos donde no hay vecinos. Es muy difícil la convivencia. No puedes dialogar con esa población flotante"

Allí, Cócola les confirmó lo que ya intuyen, que sufren todos los mismos síntomas. “He hecho una encuesta representativa. El 80% de los vecinos tiene problemas para dormir”. Por el ruido de las noches, por supuesto (“aquí hay despedidas de soltero con grupos de 10 a 15 personas con silbatos, a las tres de la madrugada y delante de la comisaría de la Guardia Urbana y no les dicen nada”), pero también por los sinsabores del día (“yo antes iba a comprar a la Boqueria y ahora ya no puedo ir, no por la Boqueria en sí, el desastre en que se ha convertido, sino también por el camino, ¿cómo vuelvo cargada con un carro cuando los turistas no me dejan pasar y si les pido permiso me insultan?”).

Las reflexiones de esos últimos del Gòtic sorprenden a veces por su perspectiva panorámica. “Contra la criminalidad se puede luchar, pero contra el turismo no. Antes de 1992 había criminalidad. Era un barrio estigmatizado. Estábamos todos contra la criminalidad para mejorar el barrio. Pero ahora todos los poderes están a favor del turismo. Es paradójico, porque yo nunca tuve ningún problema con la criminalidad y es ahora cuando no puedo vivir en este barrio”.

Hubo incluso, durante el coloquio, tiempo para abrir nuevos enfoques sobre lo que es ser vecino del Gòtic. José Ángel Carrey, en nombre de la Asociación Catalana para la Integración del Ciego, retrató cuán hostil es la calle en el centro de la ciudad para los invidentes, no solo por la masificación, sino también porque la reurbanización del espacio público, con ese propósito de que todo sea una plataforma única, una inmensa área peatonal, les ha dejado sin puntos de referencia. A esa reflexión quiso hacer un interesante epílogo otra vecina. Recordó que, efectivamente, este fue un barrio que peleó a favor de la peatonalización, no sin oposición de los comerciantes. Lucharon por unas calles sin coches y, ahora, sin saber muy bien cómo, se avanza hacia la despeatonalización, con tanta bicicleta eléctrica, patinete, rickshaw y otros ingenios sobre ruedas.

"Conozco gente que se ha marchado porque no podía llegar al colegio con el niño en brazos. El simple hecho de que no quepas en la calle es una forma de expulsión"

La cuestión es que a Cócola, no por este trabajo de pacientes entrevistas, sino por sus anteriores estudios académicos sobre turistificación y gentrificación de la ciudad, le pedían qué solución le que da al barrio para no llegar al punto de no retorno en el que se encuentra, por ejemplo, Venecia, si es que no lo está ya. No hay varitas mágicas para estos casos, pero algo propuso. “Hay que subirlo salarios que se pagan en el sector turístico”. No solo porque así mejorará la salud económica general de la ciudad, ahora exclusiva de unos pocos, sino porque así decrecerá el número de visitantes si esa alza en los salarios se repercute en los turistas. Que vengan menos y paguen más es un remedio extraño, pero a lo mejor es una vía posible. Austria, con la mitad de visitantes que Catalunya, ingresa al año en concepto de turismo lo mismo que Catalunya y, encuestas en mano, Viena no le tose a Barcelona en el ránking de ciudadades que la comunidad turística internacional desea visitar. Vamos, sin ánimo de que suene mal, o sí, Barcelona es que se vende muy barata, por no decir prostituye. Y lo más desopilante es que, a escala internacional, Barcelona es modelo a imitar. Lisboa, por ejemplo, donde actualmente Cócola es profesor de universidad, quiere seguir los pasos de Barcelona.

Vivir en el Gòtic, en resumen, no es fácil. “Yo quiero resistir, pero es que cada semana encuentro en el buzón un papelito que dice ‘estamos buscado piso en esta zona’ y me ofrecen lo que quiera. Es tentador. Es que tienes la sensación de estar resistiendo contra una situación en la que, muy delicadamente, te dicen que sobras, que estos es para los turistas y para el comercio, que como vecino sobras”. Según Cócola, no es extraño que el día a día repercuta en la salud, en el peor de los casos con una depresión. Aunque el efecto puede ser siempre el contrario. “Voy a quedarme.porque soy de aquí. Es duro pensar que tengo que batallar cada día por algo tan simplecomo comprar el pano caminar por la calle, pero si me voy es como reconocer la derrota. Voy a quedarme y voy a resistir. Vivir en este barrio es mi forma de activismo”.