BARCELONEANDO
El último modernista
El pintor Alexandre de Cabanyes tuvo una vida tan larga como prolongado ha sido su olvido
Natàlia Farré
Periodista
Natàlia Farré
Nació en Barcelona por casualidad. Aunque ni hablar de decir que se trata de un pintor barcelonés. Vivió y murió en Vilanova i la Geltrú, y ejerció de vecino del municipio. Pero parte de su longeva vida la pasó en la capital catalana. Ni que fuera a ratos. Largos, eso sí. Aquí, en el barrio de la Ribera, tuvo taller compartido con Xavier Nogués. Aquí frecuentó todas las sociedades artísticas: Sant Lluc y el Reial Cercle Artístic, y todas las tertulias habidas y por haber. Era asiduo de Els 4 Gats, aunque los testimonios que han quedado son pocos; y un incondicional de la Penya del Hotel Colón, también llamada Penya Plandiura por aquello de que era el coleccionista quien la lideraba. De su participación en esta última sí hay una prueba irrefutable: aparecía en el mural que Nogués y Manuel Humbert pintaron en una pared del establecimiento. Un fresco que durante la guerra civil desapareció al ser fusilado. Sí, fusilado. Cuentan que un grupo de anarquistas disparó contra la pieza, una manera simbólica de cargarse a esos burgueses que se reunían para hablar de arte.
En su época, tuvo prédica, Miró buscó su aval antes de irse a París
Y aquí, en Barcelona, expuso a lo largo de toda su vida, en la Sala Parés y en La Pinacoteca, galería del paseo de Gràcia además de punto de encuentro de creadores a la hora del vermut. En el Putxet se refugió durante la guerra civil, en la calle de Ferran Puig. Se escondió. Como propietario agrícola que también era no se sentía seguro. Su familia era adinerada. Llena de comerciantes y artistas. Dos de sus tíos abuelos, Joaquim y Manuel, fueron pintor y poeta, respectivamente. Y su abuelo Josep Anton, coleccionista. De hecho, los cinco lienzos firmados por Antoni Viladomat encontrados en la colección Muñoz Ramonet pasaron por sus manos antes de llegar a las del industrial. He aquí otra conexión con Barcelona.
Alexandre de Cabanyes, pintando su mural del Saló de Sant Jordi.
Pero hay más. Suyo es uno de los 12 plafones del Saló Sant Jordi de la Generalitat: 'Primera missa després del desembarcament de Jaume I a Mallorca'. Un encargo no exento de polémica. Por un lado tapaba los frescos pintados por Joaquim Torres-García y encargados por Enric Prat de la Riba; por otro, la propuesta se hizo durante el régimen del general Primo de Rivera y el noucentisme del uruguayo era sustituido por un estilo academicista e historicista. Hubo revuelo, pero allí siguen. La pieza no es la única de sus obras que custodia Barcelona. Hay tres más en el MNAC, pero en las reservas. Vilanova es más afortunada. En el Museu Víctor Balaguer tienen seis en la permanente y unas cuantas más en la exposición temporal actual. Además de las 153 de otros artistas que llegaron como legado de una de las colecciones de Lluís Plandiura, la de la amante gracias a la amistad que compartía con el coleccionista.
Uno de los 12 murales del Saló Sant Jordi de la Generalitat lleva su firma
El personaje en cuestión es Alexandre de Cabanyes (Barcelona, 1877- Vilanova de Geltrú, 1972). El último modernista como a él le gustaba autodenominarse. Último por cronología. Irrumpió en escena cuando el movimiento ya había pasado su ecuador. Y modernista por obra y espíritu: por su prédica del arte como ideal supremo. "El modernismo con todo lo que tiene de vitalidad y 'joie de vivre' encajaba muy bien con su psicología", apunta su nieto Oriol Pi de Cabanyes, comisario junto con Esther Alsina de las dos exposiciones y la publicación que recuperan, en Vilanova y la Geltrú, la figura de este artista "poco conocido o escondido". Un olvido actual pero no de antaño. Pues en su momento gozó de nombre. No en vano Joan Miró no quiso marchar a París sin una carta de recomendación en la que se constara que era su ayudante o su discípulo. La consiguió y se conserva en el Museu Víctor Balaguer, no lejos de una de las dos muestras dedicadas a De Cabanyes, 'La captura de l’instant'; la otra, 'L'entorn perpetuat', luce en la Masia d’en Cabanyes, una villa palatina que perteneció a la familia y que a la muerte del artista sus herederos donaron al ayuntamiento de Vilanova.
El porqué de tanto olvido es difícil de decir. Quizá vivió demasiados años. Quizá fue excesivamente fiel a su estilo. El caso es que el mundo del arte tenía una deuda con él que ahora Vilanova salda en parte. Queda mucho por hacer, como ahondar en su primera época, la más modernista. Pero el primer paso ya se ha dado.
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