La Barcelona de la que no gusta presumir

"Mi abuelo estuvo en una checa de Escorza"

Unos manuscritos ocultos en un libro aportan luz, tétrica, eso sí, sobre las infames cárceles de la retaguardia de la guerra civil que Barcelona recuerda con cuentagotas

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Carles Cols

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La historia de Susana Frouchtmann, que de niña creció al cuidado de quien fuera la esposa del artista de las torturas en Barcelona, Alfonso Laurencic, se publicó en esta misma sección en plena Semana Santa sin la pretensión entonces de que hubiera una segunda entrega, pero las checas (porque de eso iba aquel relato, sobre las terribles 45 cárceles y centros de tortura que la izquierda puso en marcha entre 1936 y 1939 en esta ciudad) son como las cajitas de pañuelos de papel, tiras de una y sale el siguiente. “Mi abuelo estuvo preso en una de las checas de Manuel Escorza”, reaccionó Roser Messa en Twitter tras leer aquel relato. Escorza... Ni que fuera solo por la mención de ese apellido merecía la pena ponerse en contacto con ella, pues este pasa por ser uno de los más temidos dirigentes del anarquismo en la retaguardia barcelonesa, un personaje, por decirlo fino, poliédrico, y por decirlo con el refranero español, la constación in extremis de no hay hombre malo que no tenga algo bueno. A Laurencic lo fusilaron en el Camp de la Bota. Escorza, mil veces más diablo que él, huyó y se exilió en Chile, donde renació profesionalmente como crítico en la sección de cultura del diario El MercurioDicen que sus artículos sobre los estrenos teatrales solían ser siempre hirientes. Pues claro. Cómo no. Con sus antecedentes...

Mil veces más diablo que Laurencic, Escorza huyó a Chile y renació como crítico teatral, cómo no, implacable e hiriente

Igual que Frouchtmann, Messa tuvo que sobreponerse primero a un momento de pasmo y estupefacción. La primera no sabía que su institutriz tenía un pasado inconfesable. La segunda no solo no sabía que su abuelo, Pere Freixas Badia, pasó 12 días en una de esas cárceles de inspiración soviética, sino que vivía además en el error de pensar que él, el padre de su madre, había sido un convencido republicano y, al contrario, no lo era. La cosa sucedió así.

Messa no conoció en persona a su abuelo. Solo tuvo con él una relación epistolar y unidireccional. Las cartas que él dejó escondidas dentro de un libro. Un día, hace menos de un lustro, su madre encontró en casa un librito publicado en 1923, Historias morales, y como sabía de la bibliofilia de su hija, se lo regaló. Dentro hay algunas notas manuscritas y otras mecanografiadas de tu abuelo, le dijo. Al abrir aquel libro se le abrió también la puerta a aquella checa de la FAI. “Al frente de ella estaba un individuo de baja estatura llamado Escorza, natural de Alcañiz, el cual no podía sostenerse derecho y andaba a duras penas con dos muletas. De tipo degenerado, giboso, estaba a las órdenes de otro superior, al cual comunicaba y de él recibía las órdenes de muerte por teléfono”. Era Manuel Escorza.

Roser Messa abrió un libro que había sido de su abuelo y, al hacerlo y por sorpresa, se vio dentro de la checa en la que Pere Freixas pasó 12 acongojantes días

El abuelo había hecho dinero durante el primer tercio del siglo XX. Fundó una naviera dedicada al tráfico de mercancías. Cuando Europa estaba inmersa en la primera guerra mundial, Barcelona fue un excelente puerto en el que hacer fortuna. Cuando en 1936 comenzó al guerra en España, la ciudad pasó a ser un lugar en el que de la noche a la mañana se podía perder todo por, por ejemplo y salvo que se fuera mago de varietés, y Pere Freixas la llevaba. La nieta aún la conserva, fabricada en la antigua Casa Gasol, poca broma. Ese sombrero era una señal que no pasaba inadvertida para los distintos grupos políticos de izquierdas que tomaron las calles de la retaguardia. Entraron en su casa, le encañonaron y se lo llevaron a la checa. En sus cartas lo explica con detalle. Calcula que le confiscaron medio millón de pesetas en joyas y dinero en efectivo, un potosí en aquellos años. Supone que por eso salió vivo de aquel infierno, porque se dieron por bien pagados.

Lo interesante de los relatos en primera persona que Messa encontró dentro de aquel libro no es solo lo que le pasó a su abuelo, sino, sobre todo, lo que vio. El siguiente párrafo es un sobrecogedor ejemplo de ello. Leído sobre la cuartillaa manuscrita original, frágil y envejecida tras 80 años dormida entre las páginas de un libro, incluso impresiona más.

"Acusáronle de vil burgués"

“La misma noche de mi libertad y en el mismo coche subieron al farmacéutico señor Surós, hermano del catedrático del mismo nombre, por haberle hallado en las listas del partido radical fue acusado y condenado a muerte. También condenaron a la última pena a mi amigo Francisco Pujol Campins, natural de Vilassar de Mar y director de la fábrica del vidrio de Badalona. Acusáronle de vil burgués, haciéndole los cargos de que había tratado mal a los trabajadores. Al desgraciado le ataron una soga al cuello y lo llevaron arrastrando más de dos kilómetros por carretera hasta que la cuerda se rompió y entonces, parando el auto, hicieron bajar a Surós para que viera al ahorcado. Mientras lo estaba, le descerrajaron a tiros, quedando el señor Surós tendido en cruz encima del otro. Al día siguiente se pudieron ver sus cadáveres en el Clínico, uno de ellos aún con la soga al cuello”.

Le ataron una soga al cuello y le arrastraron dos kilómetros. Hicieron bajar a su amigo del coche y le dispararon. Los dos cadáveres quedaron como una cruz

Tras la primera anexión de Alsacia y Lorena por parte del Imperio Alemán, los franceses acuñaron una expresión que perduró hasta la segunda ocasión en que volvieron a perder esos territorios, ya durante la segunda guerra mundial. “Siempre pensar en ello, nunca hablar de ello”. Sobre mucho de cuanto acontenció en la retaguardia barcelonesa, sobre todo en los dos primeros años de la guerra civil, ni se piensa ni se habla. Esto no es Francia. Es Catalunya. En el relato de Pere Freixas que encontró Messa hay tres líneas que llaman la atención, tal vez las que más. Antes de ellas, no obstante, el abuelo explica el miedo que pasaban cuando la puerta de la celda (“mazmorras inmundas chorreando agua por todas partes”) rechinaba de noche al abrirse. “Sabíamos que el que era llamado no volvía más”. Pero algo peor, más silenciado, ocurría al otro lado de la pared. Son las tres líneas antes citadas. “Las mujeres estaban en un departamento contiguo al de los guardianes y más de una noche oímos hororizados sus demandas de socorro en defensa de su honor, cuyos horrores borraba la muerte después”.

Tabú

Ya se decía en la primer capítulo, el de Laurencic, que a Barcelona le gusta más recordar la épica de sus refugios de guerra que la infamia de sus checas. Lo mismo sucede en esta segunda cuestión. Le gusta presumir de Marina Ginestà, la miliciana en lo alto de la plaza de Catalunya con el arma al hombro, que sacar del silencio las violaciones en la retaguardia. La violencia sexual contra las mujeres suele ser un tabú en toda guerra hasta que deja de serlo, en Berlín con la entrada de los rusos, en Corea durante la ocupación japonesa, en los Balcanes... Barcelona disimula, como si eso nunca hubiera sucedido.

Da gusto publicar la foto de Ginestà, la hermosa miliciana arma al hombro, pero casi nadie habla de las violaciones en las checas

Los textos del abuelo Freixas están fechados en su mayoría en 1937. Cuenta su paso por las checa de la FAI, situada en Sant Gervasi, pero en episodios posteriores, mitad venganza, mitad terapia, recorre las calles de la ciudad y describe con inflamado sarcasmo todo aquello cuanto observa. Por ejemplo, en una carta escrita en verano de 1937 va desde lo alto del paseo de Pi i Margall hasta la parte baja de la Rambla y relata el paisaje de colectivizaciones que encuentra a su paso. El convulso mayo del 37 ya había quedado atrás, es decir, Escorza, como anarquista, ya había perdido parte de su poder. La batalla en la retaguardia la ganaron los estalinistas. Las purgas fueron terribles. Aquel cabecilla de torturadores que andaba con muletas por culpa de una poliomelitis, sin embargo, no huyó a Suramérica hasta que la entrada de las tropas fascistas ya era inminente. Se supone que se llevó parte del botín que confiscó a sus víctimas. Murió en Chile en 1968, como respetado crítico de arte. En el 2012, Catalunya Ràdio, tras una paciente negociación, logró una entrevista con su única hija, Núria Escorza. “Era el hombre más cariñoso de la Tierra”, dijo en aquel programa la hija, que esquivó el turbio pasado de su padre con la excusa de que “en casa no se hablaba ni de la guerra ni de política”. Parece que como en casa de Messa, nieta de una de sus víctimas.

Curiosa variante de la receta alsaciana la de Barcelona: nunca se piensa en ello, nunca de habla de ello”.

La topografía del terror que Barcelona no exhibe