El derbi de oro de Messi

La estrella del Barça rompe la monotonía y destroza al Espanyol en un recital de juego con Suárez como gran aliado

Messi, en la jugada en la que marcó el cuarto gol del Barça.

Messi, en la jugada en la que marcó el cuarto gol del Barça. / periodico

DAVID TORRAS / BARCELONA

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Andaba el derbi dormido, un poco en tierra de nadie, en un ir y venir del balón que invitaba a la modorra si no fuera por el frío, con el Barça recostado sobre el gol de Suárez y el Espanyol queriendo creer que estaba vivo, que lo estaba, y que quién sabe, igual sonaba la flauta si chutaban alguna vez a puerta. Hasta que  el balón le cayó a Messi.

Y la noche se iluminó. En medio de un universo de piernas y botas, un pie diminuto fue avanzando entre giros imposibles, izquierda, derecha, caño, derecha, izquierda, y chutó. No marcó. Ni falta que hacía después de driblar a todo lo que se movia. Hay goles que no fueron y que se recuerdan para siempre, como aquel de Pelé en el Mundial 70. Los grandes tienen estas cosas y ahí estaba Suárez para remachar otra gran obra de su querido amigo. Ya nada fue igual. A la que Leo levantó la voz, se acabó un derbi y empezó otro, que dejó al Espanyol por los suelos (4-1).

EL DRAGON KHAN DE LEO

No hay fórmula que pueda con el 10, el único que convierte en oro el balón cuando lo toca. A la que le dio por ponerse a jugar, después de andar un rato como si no estuviera, el Camp Nou se despertó de golpe y se subió al Dragon Khan, con Messi acelerando y quedándose quieto, subiendo y bajando, en un recital que, por repetido, no deja de ser excepcional.

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Fue apenas media hora. Pero esos 30 minutos valieron por horas y horas de fútbol, por cientos de partidos en los que nadie es capaz de imitar un gesto de Messi. Y muy pocos de Iniesta, el otro mago, autro de otro eslálon de regates levantándose del suelo justo antes del de Messi. Hay un Barça con él y otro sin él, y también hay un Leo con Andrés al lado.Todos son mejores cuando el 8 sube al escenario.

El derbi acabó como casi nadie lo esperaba con esa final explosivo. El Espanyol sufrió mayor condena de la que merecía, ni que fuera por su buena disposición futbolística, que le valió hasta que le dio la gana a Leo. En esa caída en picado hubo otra pieza determinante. No vestía de azulgrana. Estaba bajo los palos y a la que le crujió la rodilla, la portería se hizo mucho más grande. Diego López es media vida para el Espanyol. Robertó murió de mala manera, vencido más de la cuenta, y el equipo se desangró después de aguantar en pie.    

SIN TENSIÓN

No hubo foto amistosa fuera del campo entre Luis Enrique y Quique que, en cambio, acabó abrazándose a Messi y a Suárez, pero esa tensión labrada en tiempos del Madrid quedó fuera de un derbi que se jugó en son de paz, lejos de la guerra de guerrillas en que se habían convertido los últimos duelos.

Hubo menos leña y más ganar de jugar, y por momentos no estuvieron tan distantes unos de otros, con un Espanyol menos guerrero que en épocas recientes y con mejor gusto a la hora de tocar el balón. No le valió para librarse de un duro castigo y, de hecho, habrá quién se pregunte si no se le fue la mano en ese afán de jugar de tu a tu..

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El Espanyol dio un paso adelante, desde la defensa hasta la línea de presión arriba, y por ahí el Barça encontró el cámino más rápido para matarle. De portería a portería voló el balón, en un acción de vértigo que los amantes del contrataque deberían enmarcar. Mascherano lo inició a ras de suelo, Iniesta le puso alas con un pase brutal y Suárez, que tantas veces corrió a por esos balones en la Premier, celebró su renovación con otro gol de pistolero. Hasta el 2021, los que le quedan. 

HORA DE DIVERTIRSE

Pero esa ventaja se quedó ahí, con un Barça acomodado y un Espanyol que fue echando el culo atrás, empujado por el creciente dominio azulgrana, pero que no andaba muy exigido. Eso sí, no chutaba a puerta ni de lejos. La cuestión era ir tirando y estar metido en el partido, que el reloj corriera, llegar vivo al final y quién sabe, igual entonces sonaba la flauta y el empate. El derbi languidecía, sin siquiera ese toque emocional extra, respetuosos los unos con los otros.

Hasta que, para desgracia perica, Messi decidió que ya estaba bien de trotar aburrido y que era hora de divertirse. Que el año se acaba y que, aunque otros luzcan el Balón de Oro y el escudo en el pecho del Mundial de Clubs, el balón de verdad, el que no entiende de votos y bota según le tratan, sigue a sus pies, acompañándole por más que le lleve por caminos imposibles. Nunca se separa de él porque nadie le quiere tanto como Leo.  

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