Crónica de un trágico desenlace

La huella de Tito. Seny, pit i collons!

Vilanova supervisó su enfermedad hasta el último día, recibió a Messi en su casa antes de morir y anuló una entrevista que había pactado con TV-3

Tito saluda a los barcelonistas desde el autobús de la rúa para festejar la consecución de la Liga, en mayo del 2013.

Tito saluda a los barcelonistas desde el autobús de la rúa para festejar la consecución de la Liga, en mayo del 2013.

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Acabábamos de bautizar el año. Eran los días que sucedieron a los terribles meses de octubre, noviembre y diciembre del 2013. Tito Vilanova estaba animado. Hasta se creía que iba a salir de esta, sí, sí, él siempre tan optimista. Hacía tiempo que Ramón Alfonseda, presidente de la Agrupación de Veteranos del Barça, quería invitarle a tomar un café en su sede del Camp Nou para agradecerle lo mucho y bien que, en compañía de Pep Guardiola, había trabajado y peleado por sus excompañeros.

Y ese día llegó. Y ante un café, Alfonseda y Vilanova hablaron de todo. Cuenta Alfonseda, sin ánimo de herir creencia alguna, que la charla empezó cuando el anfitrión le explicó al míster cómo aprendió «de muy niño» que lo importante «es hacer el bien en la Tierra».

«Mi madre, Tito, murió cuando yo apenas tenía ocho años --le relató Ramón a Tito-, y estaba tan unida a sus dos hermanas que habían hecho un pacto: la primera que se muriese, si encontraba algo en el más allá, se pondría en contacto con ellas. A las dos semanas de morir mamá, mis tías me llevaron al comedor y me dijeron: 'Ramón, tenemos que seguir haciendo el bien aquí porque no hay más allá. Tu madre no se ha puesto en contacto con nosotras'».

Solo quería hablar de fútbol

Si alguien no pensaba en el más allá (no digo que no creyera) era Tito Vilanova. «Lo que hoy te parece importante, Adrià, mañana no lo será», solía decirle a su hijo. Desde que le detectaron su cáncer asesino, Tito solo pensó en los suyos. «Me preocupan mis hijos, aún me necesitan». Sus hijos; su esposa, Montse; sus padres, su familia y sus amigos, que, incluso, puso en contacto durante los últimos meses de su vida organizando encuentros y cenas para que, cuando él no estuviese, pudiesen seguir compartiendo experiencias y mantener la amistad. Todo eso, claro, y el fútbol. Tito solo hablaba de fútbol. Solo respondía a wasaps de fútbol. «¿Cómo van esos ánimos? ¿Te notas con fuerzas?» Ni mu. Wasap sin respuesta. «¡Menudo partido ha hecho Neymar, Tito!» Y, ¡zas!, respuesta inmediata e, incluso, de voz, como reconoce Xavi Torres, de TV-3. «Ney es buenísimo, Xavi, buenísimo. Pero ¡claro!, lo traemos aquí, pagamos un pastón, lo bajamos en paracaídas, le rapamos la cresta, lo metemos en un volcán llamado Barça y pretendemos que, en horas, en días, en semanas, se convierta en Messi. ¡Paciencia, hombre, paciencia!»

Tito sobrevivió a su enfermedad con coraje, con determinación pero, sobre todo, con un espíritu de superación, supervivencia y ánimo tremendo. No quería ser tratado diferente a nadie. «No creo en la suerte, creo en el trabajo diario, en la lucha, en la pelea», solía decir a sus amigos, a su entorno. Se ofrecía más que pedía. «Era bestialmente honesto, siempre de frente, mirándote a la cara, exigiéndote la verdad, muy optimista, mucho», explica Rexach, uno de sus inseparables amigos. «Tito quería sentirse útil pese a todo, que era mucho. Quería seguir arrastrando a los demás en la buena dirección. Defender lo suyo y a los suyos. Y, por supuesto, en lo futbolístico, solo pensaba en la institución», señala Charly.

«Me ha tocado. No hay otra. Estaba alerta, pero me ha tocado», decía. Eso sí, Rexach recuerda que Tito ha podido ser fuerte en la última putada que le ha gastado la vida porque desde niño, desde siempre, ha tenido un carácter valeroso, íntegro, pétreo. «Cuando lo dirigía siendo juvenil, solía sustituirlo para que jugasen minutos otros que no eran tan buenos como él. Y él, siempre, siempre, cuando se retiraba, me dirigía unas miradas que no veas. Yo no le hacía ni caso, ¡ni caso!», relata Charly. Un día, hasta le llegó a pedir explicaciones y Rexach se las dio: «Te he cambiado porque no la rascabas»«¡Qué no la rascaba? ¡pero qué dices?», le replicó. «No, hombre, no, te he cambiado para que jugasen los otros, hombre». Pero Tito seguía cabreado. Y mucho.

Querido por sus futbolistas

Fue ahí donde empezó a hacerse fuerte, a cultivar su carácter, a saber, a intuir, que nada le iba a ser fácil. Por eso, cuando se hizo cargo del equipo grande, tal como relata su amigo del alma Jordi Roura, «nunca fue zalamero, nunca fue un hombre de capillitas, de pasar la mano por el hombro a las figuras, de complicidades de cara a la foto y, sin embargo, los jugadores, que llegaron a desesperarse en el último año porque Tito, por imagen, por no dar penita, por coquetería tal vez, jamás dejó que le fueran a ver, lo adoraban».

En ese aprendizaje, Tito también supo cómo emplear mano dura cuando tocaba. Todos se acuerdan del día que dejó en el banquillo en Getafe al mismísimo Leo Messi y la noche que sustituyó a una de las vacas sagradas y, como había hecho él con Charly, el crack, al pasar por delante del banquillo, le lanzó esa mirada despectiva, tan políticamente incorrecta pero tan futbolera. Tito esperó que todo el mundo acabase de acicalarse y, antes de abandonar el Camp Nou, llamó aparte al ofendido. «Esa mirada que me has lanzado -le dijo sin pestañear--, comparada a las que lanzaba yo a mis entrenadores cuando me cambiaban injustamente, ¡es una mierda! Así que ve mejorando la mirada porque si te crees que me vas a acojonar con esa miradita, vas apañado, que lo sepas».

Ni quería ni pedía protección de nadie. Y menos mediática. Jamás quiso una guardia de corps periodística a su servicio. «Si gano, me adularán; si pierdo, me matarán. Que me juzguen por mis resultados y mi trabajo diario». Tenía suficiente con su fuerza y el respaldo de la familia. Y, eso sí, durante la enfermedad, necesitó y aceptó la ayuda del club que, desde Sandro Rosell hasta Josep Maria Bartomeu, que el primer día que tomó posesión le dijo «Tito, no va a cambiar nada, todo el Barça seguirá a tu servicio», pasando por las dos personas que la entidad puso a su servicio durante estos años (un médico y un asistente, que estaban a su disposición, día y noche) y terminando por sus excompañeros de vestuario, todos estuvieron siempre atentos a su evolución aunque muy pocos tenían acceso directo a él.

La crueldad de la enfermedad, cuentan aquellos que estuvieron próximos a Vilanova durante esos años y de los que alguno prefiere mantenerse en el anonimato, «le hizo libre», en la medida en que, a partir del terrible diagnóstico, trató de hacer lo que nunca había hecho. No podemos hablar de prioridades porque la primera prioridad siempre fue «dirigir su recuperación, su tratamiento», cuenta uno de los doctores que le atendió. «La medicina actual no esconde nada, siempre que el paciente quiera saberlo todo. Y Tito quiso saberlo siempre todo. Es más, fue él quien nos empujó a nosotros, fue él quien estaba pendiente de sus análisis, de si surgía o no alguna novedad farmacéutica que le pudiese ayudar a curarse». En ese sentido, todos recuerdan que el Barça, cuyo comportamiento ha sido calificado por la familia y la docena de amigos consultados por EL PERIÓDICO «como inmaculado, desde el pago íntegro de su contrato hasta viajar a la Luna por Tito si era necesario», apoyó, sin dudar, todas las iniciativas que propuso Vilanova, desde visitar a un médico que es una eminencia en el estudio de las células en Galicia hasta entrevistarse con un dietista prodigioso en Pamplona, pasando por el último tratamiento en París.

Siendo, en efecto, la supervivencia, estar y no molestar, no suponer una carga, su principal objetivo, Tito trató durante el último año vigilar, mimar, ayudar y, por supuesto, ver crecer y sentirse orgulloso de sus dos hijos que, tal como demostraron en el masivo funeral de la Catedral, han heredado la firmeza y determinación de su padre, aprendiendo, cómo no, que frente a la vida solo hay una postura, la esgrimida por su padre: «¡Seny, pit i collons

Mimando a sus hijos

Ese estar, ese acompañar, hizo que Tito se sintiese feliz porque Carlota, que había empezado Económicas y Empresariales en ESADE, hubiese acertado al cambiarse a Márketing y Relaciones Públicas, materias que le hacían más feliz. Ya no digamos el crecimiento futbolístico que apreció en Adrià, el central del cadete ya campeón, a quien papá Vilanova consideraba, hace un par de años, que debía mejorar «mucho» hasta alcanzar su sueño. Cuentan que Tito se despidió de él animándole a seguir peleando -«ahora ya puedes»- por debutar en el Camp Nou.

De la pelea con la enfermedad, del tratamiento, terrible, doloroso, padecido durante los tres últimos meses del 2013, cuando los médicos trataron de proteger sus células buenas bombardeando las malas, lo que le impidió salir de casa durante esos meses, de la vigilancia de sus hijos, del cariño y placer de estar y pasear con Montse, de algún que otro viaje, pocos, y de la comida -platos favoritos: los caracoles de su madre, de la Dolceta de la calle de Urgell de Barcelona y los de Can Manel de Sants, así como los erizos de mar-- hizo Tito su razón de ser, además de compartir con poquísimos amigos lo que le ocurría.

Uno de ellos fue Ángel Fernández, que no pronuncia 10 palabras seguidas sobre Vilanova sin que se iluminen sus ojos, grandote él, pero roto con cada recuerdo del que fue «el mejor lazarillo que uno puede tener cuando, cuatro meses después de saberlo Tito, los doctores me comunican que tengo el mismo cáncer que él». Solo un dato: Fernández se curó con 36 sesiones de radioterapia y Tito murió después de haber sido sometido a 110, imposibles en cualquier paciente, pero que Vilanova toleró torturando su cuerpo hasta el extremo de aceptar trasplantes de piel, de su propia piel, en la zona donde disparaban la radio. «Tito distinguía el silencio del ruido -recuerda Fernández--. Tito utilizaba el habla para decir algo, no para       interrumpir el silencio. Tito era muy joven, pero se comportaba como un anciano por su sabiduría. No se arrugaba ante nada ni ante nadie». Fernández reconoce que Vilanova y él hablaron mucho de la muerte. «Los dos la habíamos visto de cerca, sabíamos cómo era, qué cara tenía».

La comida en Casa Alcalde

El mejor año de la vida de Tito fue su peor año. A la Liga de los 100 puntos le sucedió el cáncer de las 110 sesiones que le destrozaban el cuerpo más que sanarlo. «De esta enfermedad --le contó un día a Aureli Altimira–, la gente se suele curar estando dos años en casa. Yo no puedo estar ni dos días, se me caen las paredes encima». Nadie quiere recordar una de las obsesiones de Tito, pero lo cierto es que Vilanova, duro como el mármol, estaba seguro de que esta plaga de dolor tenía su origen en un tratamiento de radiación al que le habían sometido a los 10 años y que, finalmente, se descubrió que era inútil y contraproducente.

Fue tan valiente, tan íntegro, tan suyo, tan dominador de su presente y destino que aún hay quien recuerda «con la piel de gallina» aquella comida en Casa Alcalde, de la Barceloneta, el día que los médicos le dijeron a Vilanova que padecía cáncer. Pep Guardiola, Rexach, Josep Maria Fusté, Jordi Roura, Ángel Fernández y Tito se citaron a las dos. Y Vilanova llegó a las tres. Y Charly le metió la misma bronca que de juvenil. Tito pidió disculpas y se sentó a comer. Y nadie notó nada. Porque Tito no contó que, horas antes, los doctores le habían anunciado que padecía cáncer.

Tratamiento, pelea, lucha, un ojo en Carlota y Adrià, el otro sobre Montse, y los dos en su futuro, en dejarles la vida resuelta. Fue entonces cuando descubrió que a Montse le hacía ilusión un ático. «Jaume –le dijo un día a su amigo Torras–, este cáncer me ha llevado a límites insospechados. Yo jamás discutí con Montse y la enfermedad ha hecho que, a veces, discuta con ella».

Fue entonces cuando, de la mano, cómo no, de Ángel Fernández surgió una estupenda oportunidad. Un ático impresionante, de muchos metros cuadrados, tanto habitables como de azotea-terraza, en la parte alta de Barcelona. Y Tito dudó. Temió equivocarse. Y un domingo, Vilanova se presentó en casa de Javier Faus, vicepresidente económico del Barça, persona de su confianza, para evaluar el riesgo de la operación.

En aquel desayuno, Faus y Vilanova hablaron de muchas cosas. «¿Le hace ilusión a Montse? Pues cómpratelo, no te preocupes, siempre valdrá ese dinero», le tranquilizó Faus. Pero hubo más. Tito se llevó anotados en una pequeña libreta cuatro consejos, solo para los más íntimos, para saber cómo proteger y hacer crecer su dinero. Hablaron de las sesiones que recibía en París, de las que Faus tuvo conocimiento de casualidad pues, en uno de sus semanales viajes a la capital francesa, se encontró a Tito en el avión acompañado del doctor Ramón Canal, del club. Faus reconoció a Canal, no a Tito. Con eso está dicho todo. Vilanova estaba ya desconocido. En esos dos encuentros, el vivido en el piso del vicepresidente azulgrana y en el avión rumbo a París, Faus detectó cierta desazón, lógica, en Vilanova porque el equipo técnico del Tata Martino no le diese más bola. Pero todo lo que comentó en esa dirección lo dijo con mucho tacto.

Vilanova se alimentaba de autoayuda. Por eso iba siempre que podía a ver jugar a Adrià. Fuese donde fuese (los últimos desplazamientos fueron a Mollet, Badalona y L’Hospitalet), Tito siempre estaba. De vez en cuando, solo de vez en cuando, hablaba de fútbol con los espectadores y aseguraba: «Con esta plantilla, yo hubiese hecho una temporada collonuda»Collonuda era la palabra. Dicen que quería a Neymar, que confiaba ciegamente en Deulofeu (ya ven). Que soñaba con Thiago Silva. Que quería fichar también a Ribéry…

Su defensa a ultranza de La Masia siempre la recordaba con un ejemplo: en octubre del 2012, cuando el Madrid empató (2-2) en el Camp Nou, a Pep y a Tito les llovieron muchas críticas. «¿Por qué no contáis que nadie tiene el valor que tenemos nosotros de poner a un canterano (Montoya) sobre Cristiano Ronaldo? Eso solo lo hacemos nosotros», insinuó en aquellos días a los periodistas.

Por esos campos de Dios

Era esa devoción por la cantera, además de ver a su hijo crecer, lo que le hacía acudir a esos campos donde trataba de pasar desapercibido. «Mira, está Tito, es aquel de la gorra... es aquel del cuello alto… es aquel que espera, en el coche, a su hijo». Pero nadie le importunaba, conscientes todos de que él quería normalidad a su alrededor, discreción.

«Su comportamiento en esos campos, siempre discreto, no dejó de ser curioso», relata Joan Franquesa, exdirectivo azulgrana y padre, dicen, de uno de los fenómenos de ese cadete ya campeón. «En los inicios de la enfermedad, siempre buscaba un rincón, prefería no ser identificado. Últimamente, ya le daba todo igual. O lo parecía. Ya se mezclaba con nosotros y compartía más conversación y tertulia que antes. Siempre, claro, sobre aspectos del juego del Barça y los problemas de la institución, que le preocupaban y mucho», termina diciendo Franquesa.

Quién sabe si, tal como ha podido saber EL PERIÓDICO, de todo ello y más, estaba dispuesto a hablar en la entrevista que había pactado con Bernat Soler, periodista de TV-3 y autor del libro Tito Vilanova. La garantia d’un model. Ocurrió el 20 de enero pasado, la misma noche que Rosell presentó la remodelación del Camp Nou y el mismo día que estalló el escándalo Neymar. Mientras los técnicos de TV-3 preparaban la conexión para el Telenotícies, Rosell arrinconó, con discreción, a Bernat Soler para anunciarle que Tito había decidido conceder una entrevista a TV-3 «donde va a contarlo todo y quiere que seas tú quien le entreviste». Soler, lógicamente, se sintió sumamente halagado. «Era la entrevista soñada, la que todos queríamos hacer, una oportunidad para dejar un testimonio estremecedor», reconoce el periodista catalán.

Los días que siguen a aquel anuncio presidencial son vividos con discreción por las dos partes. Cierto que Soler, amigo como Xavi Torres de Vilanova, intensificó sus charlas con Tito, preocupado por la imagen que ofrecería ante las cámaras. Soler le tranquilizó y le aseguró que todo iría bien. Le explicó que hay trucos de iluminación y maquillaje que le ayudarían a superar esa preocupación. Vilanova, que había dejado atrás la tortura de los horribles meses de octubre, noviembre y diciembre encerrado en casa, le dijo a Soler que, incluso, estaba ganando peso, lo que mejoraría su aspecto.

El caso es que la entrevista no llegó a realizarse porque, solo tres días después (23 de enero), Rosell dimite y a Vilanova deja de interesarle la entrevista porque el primer valedor de la misma había sido el presidente y, no estando él, prefiere no acudir a TV-3. Tanto Soler como TV-3 respetaron su decisión.

Hubo gente del entorno íntimo de Vilanova que sabían que se podía producir ese bombazo informativo. Jaume Torras, uno de los inseparables amigos de Tito, fuera y dentro del Barça, reconoce haber mantenido una comida con el técnico, el pasado mes de febrero, en el restaurante japonés Shibui, junto a plaza de Francesc Macià, en la que le pidió opinión acerca de la posibilidad de que concediese una amplia entrevista. «Yo preferiría que fuese a una radio porque no me atrevo a dar la cara en TV-3 pero, al final, la haré en TV-3. Lo hago para poner a cada uno en su sitio». Torras, al igual que Soler, no se atreven a pronunciarse sobre las intenciones de Vilanova. «Ese poner a cada uno en su sitio significaba que quería agradecer públicamente a todo el mundo, con nombre y apellido, cómo se había portado ante su enfermedad, empezando por Montse, sus hijos, la familia, el club, Rosell, Bartomeu, los servicios médicos, los doctores, los hospitales, los amigos, etc. Y, sí, estoy convencido de que también hubiera criticado determinados comportamientos». Aquel día, a la salida del Shibui, Tito le expresó a Torras su sorpresa: «Jamás hubiese imaginado que la gente me quisiera tanto como me quiere».

No hay duda de que Tito se ha llevado parte de su dolor con él. Dolor y mucha felicidad, mucha. Y es que, según ha podido saber EL PERIÓDICO, Vilanova mantuvo, pocos días antes de morir, una maravillosa conversación, hay quien la juzga de «trascendental», con Leo Messi, al que convenció para que siguiese en el Barça. Lo que no logró ningún otro componente del dream team por más que lo pidieron, lo consiguió Messi la noche del 19 de abril, justo antes de enfrentarse al Athletic en el Camp Nou y marcar el gol del triunfo (2-1). ¿Por qué Messi? Sencillo: ni Leo ni Tito olvidaron jamás que su crecimiento, su triunfo, nació de la mano. Cuando Tito se lesionó, a finales del 2002, mientras jugaba en la popular y carismática Grama, Rexach le ofreció un puesto como técnico en La Masia. Y Vilanova aceptó, haciéndose cargo del prodigioso cadete en el que estaban Piqué, Cesc y Messi, que no jugaba ni un minuto porque, decían, «era pequeño, un jugador de futbolín, de feria». Y Tito le dio la titularidad. Y ni la Pulga ni Tito olvidaron jamás aquellos tiempos.

La noche después de entrevistarse con Tito, Messi, que había ido a casa del entrenador con su amigo Pinto y Pepe Costa, de la Oficina de Atención al Jugador, recibió, en el Camp Nou, el cariño, calor y roce de los suyos tras lograr el gol del triunfo.

Aquella rosa de Sant Jordi

Ese encuentro, desconocido por todos, abre la última semana de vida de Tito Vilanova. Antes de ingresar en la habitación 701 de la clínica Quirón para morir en silencio, en paz y rodeado de los suyos, Tito hace un último encargo a su amigo Ángel Fernández, al que le pide que le compre un modelo de reloj «muy especial», de la marca Patek Philippe, para regalárselo a Montse. Fernández se vuelve loco removiendo cielo y tierra pero no lo encuentra y Tito no llega a tiempo de dárselo a su mujer, que ya lo luce en su muñeca. Como lució, esta sí, la rosa que Jordi Roura compró para que Tito se la diese a Montse el día de Sant Jordi.

El mismo Roura que, cuatro meses antes, le había acompañado al notario para dejarlo todo arreglado, pese a negarse. «Me tienes que acompañar al notario», le dijo un día de enero Vilanova a Roura, que le gritó: «¡No me jodas, Tito, no pienses en esas cosas!» Y Tito se puso como una moto. «Déjate de tonterías, Jordi, tú eres más cerebral que yo. Si estuvieses en mi situación, lo harías, ¿verdad? Lo harías, sí, claro, pues mañana a las diez en casa».

Míster hasta el último día

Cuatro meses después de aquella curiosa riña, Vilanova ingresaba, ya para no salir, en la Quirón. Y desde la 701 aún tendría coraje de, acompañado de algún médico y/o enfermero, descubrir por la ventana que daba al campo de L’Àliga, del Europa, cómo los niños realizaban rondos e, incluso, corregir alguna de las tácticas que practicaban. «Se ve clarísimo que esos chicos no están bien distribuidos en el campo, es imposible que ganen». Y perdían, cuenta un enfermero de la planta.

Todo ello ocurría durante las últimas 48 horas de vida de Tito, mientras Jordi Roura, Jaume Torras y Aureli Altimira, inseparables e íntimos amigos de Vilanova, guardianes y escoltas de su amigo, ángeles de la guarda de sus hijos y fieles compañeros de Montse, vivían con los ojos inundados de lágrimas los últimos minutos de vida del mister. Jordi, Jaume y Aureli no se separaban ni un minuto de aquel rincón, al fondo del pasillo, junto a la 701, donde Montse estaba acompañada de sus más próximas amigas.

«Y, ¿sabes en qué estábamos pensando los tres en aquel instante?», me pregunta Torras, con los ojos como platos, con los ojos encendidos, con los ojos inundados de lágrimas en un rincón del bar Velódromo de la calle Muntaner. Pues no, ¿en qué? «En qué hubiésemos hecho, cómo habríamos reaccionado, qué cara se nos habría puesto, cual hubiese sido nuestra actitud si, como los tres queríamos y ansiábamos, de pronto aparecía Pep por el fondo de aquel pasillo para darle el último adiós, el último abrazo, al mejor amigo de su vida. En eso estábamos pensando los tres mientras Tito moría».

Guardiola, que ese mismo día provocó la presencia de reporteros en la Terminal de Aviación Corporativa de vuelos privados de El Prat en espera de su aterrizaje, no viajó a Barcelona, sabedor de que la familia de Tito y, muy especialmente, su esposa Montse, no querían verle. «Esta tristeza me acompañará siempre», fue la contundente frase que Guardiola pronunció al día siguiente.