LA FINAL DE LA COPA DEL REY

Leo deslumbra, Luis llora

Messi consuela a Luis Suárez, que abandona el campo lesionado durante la final de la Copa del Rey entre el Barça y el Sevilla.

Messi consuela a Luis Suárez, que abandona el campo lesionado durante la final de la Copa del Rey entre el Barça y el Sevilla. / periodico

MARCOS LÓPEZ

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Iba cojo. No podía ni caminar. Tenía el músculo roto y el alma destrozada. Iba cojo Suárez. Iba a cámara lenta, incapaz de llegar ni siquiera al banquillo porque estiró su pierna derecha para atrapar un balón aéreo en el corazón del área del Sevilla. Pero la estiró tanto que se rompió. Por eso, caminaba abatido, arropado en todo momento por Messi y Neymar, quienes no le abandonaron en ningún momento, conscientes ellos de que su amigo estaba viviendo sus peores momentos. Y por Luis Suárez quiso jugar y ganar el Barça. Por el delantero uruguayo se levantó el equipo de Luis Enrique con una entereza admirable, no solo desde el carácter sino por el fútbol.

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Suárez iba llorando a lágrima viva. Messi no lo dejó solo; Neymar, tampoco. Tardó una eternidad, asumiendo quizá que hasta podría perderse la Copa América cuando abandonaba el resbaladizo césped del Calderón. No podía entender que después de una temporada celestial (59 goles en 53 partidos, además de repartir 22 asistencias) se quebrara. A Messi también se le quebró el alma, como a Neymar, convencidos de que tenían que darle algo más por ese amigo herido en una batalla. Llegó con muchos problemas al banquillo, agarró una toalla y se tapó el rostro como si el dolor pudiera esconderse de verdad. Pero era poco menos que imposible.

Se jugaba el partido y Luis Suárez, desconsolado, no tenía ni ganas de mirar lo que ocurría en el terreno de juego, con el Barça jugando con 10 por expulsión de Mascherano. Pero esos socios que tiene en la delantera no estaban por dejarle tirado en la desgracia. Y su capitán, menos aún. Iniesta, que acogió en su regazo al uruguayo cuando era tratado como un delincuente por su sanción por la FIFA, también entendió que él se merecía algo más. Entonces, y con uno menos, el Barça dictó una lección que tardará años en olvidarse, no únicamente por el valor de la victoria sino por el admirable esfuerzo que tuvo que realizar.

POR TODOS LADOS

Luis lloraba y lloraba. Sin parar en ningún momento, recibiendo consuelo de Rakitic, a quien le tocó ser sustituido en el descanso porque Luis Enrique necesitaba las piernas frescas de Mathieu para detener a Gameiro. A lágrima viva estaba el delantero uruguayo, mientras Messi entendió, con la mágica complicidad de Andrés, Don Andrés, Andresín, que la final era suya. Para empezar, diseñaron un triángulo junto a Neymar para desmontar al Sevilla en el último suspiro del tiempo reglamentario provocando la expulsión de Banega y el inicio de una nueva final.

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En esa, el Barcelona fue el mejor sin discusión alguna. Fue entonces cuando Messi, quizá acordándose de su amigo Suárez, elevó el balón a cámara lenta buscando la desesperada carrera de Jordi Alba, transformado en un extremo, como lo descubrió Unai Emery en el Valencia. Ese pase no existía. Ese pase no está patentado. Ese pase no se puede ver en ningún otro equipo. Ese pase le pilló al Sevilla desordenado para encender la luz de un Barça genial. Leo regaló el primer maravilloso de gol. Era para Luis.

En el 2-0, cuando el equipo andaluz estaba aturdido, Messi se inventó otro pase. Nada similar al primero. En el 1-0, largo, bombeado y profundo, venenoso como siempre. En el segundo, de manera delicada, suave, precisa y, sobre todo, astuta para dejar solo a Neymar. Por todos lados inventó el 10, repartiendo bombones para sus socios en honor a Suárez, el delantero de raza que acabó un año impresionante llorando. Pero cuando Iniesta levantó la Copa del Rey (tiene 32 años y suma 31 títulos) estaba Luis Suárez a su derecha, con Benjamin, su hijo pequeño, colgado de los hombros. Y Messi debajo de ambos, disfrutando de una Copa que no olvidarán nunca más. Leo deslumbró, Luis lloró y sonrió, mientras Andrés decidió que no hay mejor capitán que aquel que coge la pelota y se va del mundo. Así levantó Iniesta su imperio.