El nuevo arte de Leo Messi
El delantero argentino encadena tres goles de falta en los últimos tres partidos, algo que nunca hizo, y descubre la escuadra baja en el gol a Gorka
Marcos López
Periodista
MARCOS LÓPEZ / BARCELONA
Se preparaba entonces Xavi para lanzar la falta. El Atlético estaba algo aturdido (octubre del 2008) porque había recibido dos goles del Barça de Guardiola en apenas cinco minutos. Márquez (m. 3) y Etoo (m. 5) tenían desorientado a Gregory Coupet, aquel portero francés cuyo paso por la Liga española resultó algo efímero. Una temporada estuvo en el Calderón y, de nuevo, se marchó a su país. Andaba Coupet, melena rubia, con pinta de galán, camiseta amarillo chillón, pegado al palo izquierdo de su portería ordenando a su barrera sin saber que segundos más tarde pasaría a la historia por ser el primer portero a quien batió Messi con un lanzamiento de falta directa. Leo no le dio ni tiempo a pensar a Xavi, su compañero, ni al despistado Coupet, que vio colarse mansamente el balón en sus redes.
Desde entonces, Messi ha construido un nuevo arte, cada vez más sofisticado, como si se aburriera de hacer los goles normales con las faltas normales. Hasta entonces, Leo aprendió pacientemente de Ronaldinho, un mago en ese oficio, y de Deco, los dos amigos que le tutelaron en su inserción en el primer equipo con Rijkaard. Se fueron ellos y emergió el lanzador que nadie imaginaba. "¿Koeman? No, no me recuerda a nadie. No hay nadie mejor que él", pregonó orgulloso Luis Enrique tras asistir a la falta nunca vista antes en el Camp Nou ni tampoco en ningún otro escenario. "Da igual que sea con una falta, con una jugada, da igual con lo que sea...", añadió el técnico azulgrana, destacando la maravillosa "interpretación" futbolística de Leo.
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DOMINIO PSICOLÓGICO
A Coupet, que terminó apoyado en el palo izquierdo como si se estuviera tomando un café en pleno Paseo de Gracia tras ese gol, lo dominó Messi desde la sorpresa. Nadie, ni siquiera Xavi, intuía que iba a tirar la falta antes de lo previsto. A Iraizoz, el meta del Athletic, le dominó, en cambio, desde el aspecto psicológico. Quiso el portero vasco meterse en la cabeza de Messi intuyendo que el lanzamiento iría a la escuadra derecha.
Un rincón por donde ya le batió en San Mamés no hace ni una semana. Pero entonces Leo, en el último suspiró, giró el tobillo izquierdo y cambió la dirección de la pelota. Piqué, que estaba de espaldas al balón, y Busquets, que tuvo que agacharse para no interrumpir la trayectoria, asistieron en primera fila a esa obra de arte. En Vila-real, en cambio, ambos, pegados a la barrera rival, observaron de pie la penúltima genialidad de su amigo.
Una nueva obra de arte. Nueva porque Messi descubrió la escuadra baja de la portería ya que el balón voló a media altura antes de tocar en la cepa del poste izquierdo de Iraizoz. El palo del portero, sostienen algunos. Es, en realidad, el palo de Messi. ¡Que se lo pregunten a Asenjo! En los últimos siete días, idéntico ritual: brazos en jarra, carrera corta -tres pasos-, giro de tobillo y...
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