Un paseo con Johan

Hace poco más de un mes disfrutó de una caminata por Collserola sin poder dejar de hablar de fútbol y contemplar la ciudad que le conquistó

Johan Cruyff, en una imagen de una entrevista con EL PERIÓDICO.

Johan Cruyff, en una imagen de una entrevista con EL PERIÓDICO. / JORDI COTRINA

DAVID TORRAS / BARCELONA

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Hace poco más de un mes, dio un largo paseo por la Carretera de les Aigües. El médico le había dicho que tenía que andar y, entre la desagradable rutina que le imponía el cáncer, esa receta le sonó bien. Un poco de aire. Y una mañana para despejar la cabeza y no pensar demasiado, él que no dejaba de pensar nunca. Salió de casa sonriente. Tenía buen aspecto, recién llegado de sus obligadas vacaciones en su paraíso secreto: la isla Mauricio. No, este año tampoco faltó a la cita que cumplía encantado cada mes de enero, justo después de Reyes, el mejor regalo cuando el resto del mundo se ponía a trabajar, y que los médicos le permitieron ante sus deseos de seguir viviendo como siempre había vivido. El cáncer no le iba a quitar esa escapada. Tres semanas con Danny. Como dos reyes.

"Es bonito", dijo al contemplar el Camp Nou, con una sonrisa y la emoción que le hacía sentir el campo de su vida

Tuvo que renunciar, eso sí, al golf, y así Danny se perdió esa comedia suya de contar los golpes a su aire, y tal vez sacar alguna bola del pantalón cuando Danny y cualquiera que le acompañara sabían que esa bola aparecida de no sabe dónde no era la que misma que habían perdido de vista. «Siempre hay que llevar una bola en el bolsillo», decía con aquel gesto del chico travieso acostumbrado a que quienes le querían le querían así, por ser como era, tan especial, tan diferente, tan genial, tan Cruyff, y le dejaban contar los golpes que quisiera y dejar caer una y cien bolas casi sin disimular. Para qué iba a disimular alguien que siempre dijo lo que le parecía y nunca rindió cuentas a nadie que no fuera Danny, la única que conocía todas las cruyffadas imaginables. «Johan es el único que se hace trampas a sí mismo», comentaba, después de golpes y más golpes perdidos en las tarjetas de campos de medio mundo.

Sin saberlo, se despidió del golf a lo grande, como le correspondía a quien habría sido capaz de dar algún consejo a Tiger para volver a ser el que era: en el templo de Saint Andrews. No estuvo fino. Días después recibió el triste diagnóstico. El maldito cáncer. «Ahora ya sé porque jugué mal», le soltó a uno de sus grandes amigos. Otra cruyffada. Siempre encontraba una salida a todo, como cuando corría con aquella elegancia y esquivaba las piernas que salían a su paso, el holandés volador, tan por encima de los demás que no había manera de atraparle ni con la pelota ni con las palabras. Se explicaba a su manera, con la sabiduría y la lógica del lenguaje cruyffista, que a menudo encierra un jeroglífico que no siempre se resuelve a la primera por más simple que parezca, y cuando le convenía se explicaba para que nadie preguntara aunque no le entendiera, bien por respeto bien por miedo a que le dejara con el culo al aire.

EL MONTANYÀ, SU REFUGIO

Pero ningún césped, ningún olor, ningún paisaje, como el del Montanyà, su otra casa, el territorio donde se sentía uno más, casi un hombre de pueblo, por más que los hermanos Font, Joan y Robert, del restaurante l’Estanyol se desvivieran por hacerle feliz, y se les iluminara la cara cada día cuando entraba, con sus gafas de sol, y su polo naranja, y sus bermudas, y, por supuesto, sus bambas Cruyff, bronceado, imponente, cada día más joven, como un Benjamin Button al que adoraban, y que así por sorpresa un día les llevaba del Brull al palco del Ajax.      

"Siempre hay que llevar una bolsa en el bolsillo", decía cuando jugaba a golf. Su bola nunca se perdía

Paseaba Johan por Collserola, mientras los runners se cruzaban con él, y en medio del esfuerzo y el sudor recibían una bocanada de aire al reconocerlo, como quien acaba de tener una aparición, una imagen imposible en ese escenario. Y él no dejaba de hablar. De fútbol, siempre de fútbol. O de su fundación, el único tema que en los últimos años competía con la pelota, feliz porque iba a recuperar la alianza con el Barça, y por encima de todo, ese acuerdo suponía una ayuda para los niños.  

El fútbol le acababa de dar otra satisfacción, una más, gracias a otro genio. El día antes, Messi había recreado una de las muchas acciones a las que había puesto nombre: el penalti de Cruyff. El pase indirecto que él había ideado 33 años antes. Sentado frente al televisor de su casa, sintió un cosquilleo en el cuerpo. Leo le metió en el túnel del tiempo y con él a millones de personas, con el nombre de Johan de boca en boca, con los padres y los abuelos explicándoles a los hijos y los nietos el viejo penalti. «Me hizo mucha ilusión lo que hizo Messi. si alguien puede hacer algo así es él. Enseguida vi que se hablaba de mi penalti. Es una alegría que se acuerden de tí después de tantos años. Es bonito, son cosas que da el fútbol», decía. Una alegría que le llegó justo después de recibir buenas noticias sobre su salud. «Tengo la sensación de que voy ganando 2-0 en la primera parte de un partido que todavía no ha terminado pero que estoy seguro de que acabaré ganando», fue el mensaje que había enviado el día antes. «Era día 13, no me fijé  porque si no habría dado esa buena noticia el 14». El número de su vida.

El 'Dream Team' le llamaba Dios porque lo sabía todo, lo escuchaba todo y lo veía todo. Hoy todos le adoran

Convencido de que iba a ganar, como siempre. Johan nunca se rindió ante nada, ni siquiera ante esa ligera cuesta en medio del paseo, cuando se detuvo a contemplar la ciudad, sin querer dar signos de cansancio, y decirse a sí mismo que todo iba bien, y no ponerse a pensar. Así que mejor seguir hablando. Del Barça, del tridente, de reconocer que se alegraba de que Messi, Suárez y Neymar se llevaran la mar de bien, y del Ajax, de su Ajax, el club en el que se ha pasado la vida entrando y saliendo, y que nunca fue tan grande como cuando siguió la voz del profeta. Y del Bayern. Y de la Premier. Y de Pep, su gran discípulo, más cruyffista que Cruyff, que nunca dejó de llamar a su puerta para escucharle, desde el primer día en el filial hasta hoy, con una admiración y un respeto irresistibles.

LAS APUESTAS CON HRISTO

Y así iba hablando, entre el presente y el pasado, entre recuerdos y nombres. El de Romario, ante el que solo nombrarlo ya le arrancaba una sonrisa, otro de los que se rinde a los pies del «míster» como le llama, porque entre todos los entrenadores que ha tenido el «míster» es Johan. Y de Zubi, de quien sabía que no dejaba de preguntar por él, inquieto por su estado, y al que telefonearía cualquier día, como telefoneó a más de uno el día que lo despidieron, indignado con la decisión de Bartomeu. 

Y de Hristo, otro de sus devotos, a quien después de sacar de Bulgaria no dejó de ayudar en su obsesión de que el club le tratara como merecía y no como un extranjero de segunda al que colocaron en un pisito, lejos de las condiciones de los demás, y al que siempre aplicó la fórmula del palo y la zanahoria. Cómo se divertían. Cruyff recordaba la tozudez del búlgaro en desafiarle constantemente, en un sinfín de apuestas que… siempre perdía. «Yo le decía: Hristo, no ves que no puedes ganar nunca». Y él, duro. Un día se apostó 100.000 pesetas que metía dos goles en la primera parte. Metió uno rápido y le hizo un gesto a Johan, como diciéndole ve preparando la pasta. «Entonces, le dije a Txema saca el 8. Cuando Hristo lo vio…», y Johan reía y reía. «Me tiró la bota, me insultó, me quería matar…». Y más risas. Igual que Stoichkov al recordarlo, ahora ya con lágrimas.

Y así siguió hablando. Son tantos nombres. TxikiRonaldBakeroLaudrupSalinasEusebio,Nadal… todos los que le hicieron recordar uno de sus momentos más especiales. El 10 de marzo se cumplieron 17 años y, a propósito de los 25 que se conmemoran el año que viene de Wembley, revivió aquella escena en el centro del Camp Nou en el partido de homenaje que tanto costó organizar, en medio de sus interminables riñas con Núñez. No, no ha olvidado la frase que lanzó y que perdura en la memoria de todos los que estaban a su lado. «Solo Dios sabe lo que ha costado llegar hasta aquí...», y los jugadores se miraban unos a otros sonriendo, bromeando con ese mensaje que encerraba un doble sentido.

PALABRA DE JOHAN

Para ellos, Johan era Dios, el sobrenombre con el que hablaban de él, por su capacidad de saberlo todo, de verlo todo y de escucharlo todo. «En el vestuario habría que cambiar los bancos por reclinatorios para escuchar la palabra de Johan», solía decir uno de sus feligreses más rebeldes. Uno de los que vivieron momentos difíciles con él y como los demás, acabaron recordándole como alguien especial, el mejor entrenador que jamás tuvieron, y que cambió sus vidas cuando les eligió para su dream team.     

"Nos hemos quedado huérfanos", fue el mensaje que envió Pep a algunos de sus compañeros

Todos, incluso sus preferidos, purgaron algún pecado. Como cuando Pep apareció desfilando vestido de Toni Miró, y Johan le mandó de la pasarela al Miniestadi, al rincón de pensar bajo la amenaza de que por ese camino no llegaría. O cuando reunió al grupo que participaba en el programa de televisión Fantàstic (Txiki, Salinas, Guardiola, Alexanko, Eusebio) y les dijo que se había acabado, que basta de tele, que avisaran de que ya no iban a volver. Y ante los argumentos de que tenían que cumplir el contrato, que no podían dejarlo así sin más, les respondió: «Bueno, pues nada, será un programa hecho por suplentes».

Entonces, no hubo risas pero cuántas veces han reído al recordarlo, y cuantas más van a seguir recordándolo. Johan les unió y Johan les ha mantenido unidos, por más lejos que estén. En todos estos años, siempre ha estado con ellos. En tantos y tantos momentos. En tantas y tantas cenas. Y van a seguir sintiendo siempre su presencia aunque ahora se imponga el dolor: «Nos hemos quedado huérfanos», fue el mensaje que envió Guadiola a algunos de ellos.

Son ya 6 kilómetros andando («no está mal, ¿no?»), y en un momento dado, Johan se para y vuelve a contemplar el paisaje. Barcelona, a sus pies, una simbólica metáfora. Va distinguiendo diferentes puntos de la ciudad pero justo enfrente emerge el Camp Nou. «Es bonito, eh». Sí, es precioso. Y Johan lo siguió mirando. Con la gallina de piel