Iniesta, la luz del estilo
El capitán disfruta con sosiego de la gran ovación del Bernabéu y el calificativo de «patrimonio de la Humanidad» que le dio Luis Enrique
Marcos López
Periodista
MARCOS LÓPEZ / BARCELONA
Volviendo a Barcelona, tras completar quizá uno de los mejores partidos de su carrera deportiva, estaba tranquilo. Digiriendo con calma el impacto de dejó su majestuoso juego –golazo, asistencia a Neymar, 96% de acierto en el pase, solo tres errores en 77 minutos–, que no solo provocó la ovación del Bernabéu, sepultada en algunos instantes por pitos, sino de ese calificativo que le dedicó Luis Enrique, su entrenador. «Andrés Iniesta es patrimonio de la Humanidad. No solo de los culés».
Y él, al llegar a Barcelona, tenía el móvil echando humo con mensajes sin ser consciente todavía de la dimensión del monumento futbolístico que levantó en el Bernabéu, ese estadio que visitó convertido en el señor de los clásicos. Era el 32. El primero como primer capitán. Tardó un poco en encontrar la llave del partido, aunque no fueron ni tan siquiera cinco minutos. A partir de ahí, ubicado en el carril del ocho, completó un partido extraordinario. «Es único, hace magia, tiene ojos en la nuca», exclamó admirado Luis Enrique.
EL DISCURSO DEL BALÓN
Compinchado con Busquets, fue tal su superioridad futbolística ante Modric, Kroos o James, a los que ridiculizó a su manera. O sea, con el balón, huyendo de los discursos populistas, ajeno al ruido mediático, feliz porque sentía que el Barça era protagonista como a él le gusta. A él y a Busi. Con la pelota en los pies, fieles herederos ambos de la doctrina cruyffista, enriquecida por Rijkaard, sublimada por Guardiola y con matices nuevos en su cultura incorporados por Luis Enrique.
Iniesta es, sin embargo, la fusión de todo ellos. Fue el valiente Van Gaal quien le abrió la puerta del Camp Nou en tiempos de zozobra (octubre del 2002) después de que Rexach dejara la posibilidad de pasar a la historia como el técnico que hizo debutar a Iniesta. Se lo llevó, eso es cierto, a una Copa Catalunya en Terrassa (2002), pero no menos cierto es que lo tuvo 90 minutos sentado en el banquillo de Montjüic (diciembre del 2001). Prefirió Charly jugar con Christanval de medio centro junto a Cocu.
Llegó Van Gaal, sentó a Riquelme y puso a un niño manchego en el campo, que luego comenzó a «regalar caramelos», según definió el propio Rijkaard, hasta que apareció Guardiola para disfrutar de Iniesta y completar con Xavi y Busquets uno de los centro del campo que perdurará por los siglos de los siglos. Se fue Xavi, pero se quedaron sus dos herederos. «Todos los goles fueron bonitos, pero el de Andrés fue espectacular. Él, Busi y Neymar estuvieron de 10», contó ayer el excapitán azulgrana desde Catar, orgulloso de que su obra permanece intacta.
En apenas 24 segundos, la pelota transitó dulcemente de las botas de Bravo, fundamental en la jugada para eliminar líneas de presión del Madrid, a las de Neymar, quien dejó un exquisito taconazo para que Iniesta, como si fuera un interior inglés, soltara un furioso derechazo que tuvo a Kroos como invitado especial. El alemán lo vió más cerca que nadie. 24 segundos, nueve jugadores y 12 pases. Un gol del Barça de Luis Enrique –aceleración y vértigo- y un gol del Barça de Guardiola –paciencia y toque–.
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