Un año de los atentados en Catalunya
"Cuando veo a un niño marroquí, me acuerdo de mi hijo"
J. G. Albalat
Redactor
Ha trabajado en el Diario de Barcelona, El País y AVUI. Desde hace años en El Periódico cubriendo los acontecimientos judiciales. Premios Ortega y Gasset, Save the Children, Ramon Barnils y Josep Maria Planes por la investigación del 'caso Maristas' sobre abusos sexuales en los colegios. En el 2016, mención honorífica de la Generalitat en el Día de la Justicia. Colaborador de publicaciones jurídicas. Profesor asociado Master de Criminología de la Universitat de Barcelona.
J. G, Albalat
La casa de Francisco Javier Martínez en Rubí está llena de fotos de su hijo Xavier. El 17 de agosto del 2017 tenía tres años. Paseaba por La Rambla con su madre y su hermana Marina cuando la furgoneta conducida por el terrorista de Ripoll, Younes Abouyaaqoub, segó su corta vida, al igual que la de Francisco, su tío abuelo, que empujaba el cochecito. En una estantería, hay un pequeño altar dedicado al niño, con los juguetes que más le gustaban. “Cuando veo a un niño marroquí, me recuerda a mi hijo”, afirma el padre.
A los pocos días del atentado, Francisco Javier abrazó al segundo imán de Rubí. “Me salió del corazón. Pedí a la alcaldesa una reunión con él. La conversación es privada y no va a salir nunca. Él había rezado por mi hijo. La alcaldesa me dijo si podía bajar a la calle, que había una concentración de musulmanes. El abrazo me salió de una forma espotánea… ver a ese hombre llorando. No todos los musulmanes son culpables de lo que pasó. Salió un perdón sincero", rememora. Los abrazos se extendieron a unos niños árabes que estaban sentados. “Si no perdonara”, agrega, “no podría seguir viviendo”.
Paquita, la abuela paterna de Xavier se desahoga: “A mí me quitaron mi vida. Era mi vida, mi sueño, mi luz, todo, lo más bonito.” Marina, de 8 años, una de las dos hermanas de niño, revolotea por el piso, sin entrar en el comedor, donde Francisco Javier recibe a EL PERIÓDICO. “Ella tiene en la mente grabado hasta el color del desfibrilador que sacaron de la farmacia y no funcionaba, el color de la furgoneta, la ropa del chico y que este llevaba una cosa en la mano. Se acuerda de todo (...) Vio morir a su hermano y a su tío abuelo ”, explica. La niña y sus padres reciben tratamiento psicológico desde entonces.
Agradece los apoyos recabados durante este año. “He recibido mucha humanidad cuando no sabes cómo gestionar los sentimientos. La gente te abraza, te toca, te besa y no sabe que decirte”, destaca. Pero el padre de Xavier no esconde su queja hacia las administraciones: “La Generalitat no ha hecho nada y el Gobierno central poco: nos envió a una psicóloga e ingresaron la compensación fijada para estos casos. El día del tanatorio, vinieron para decírnoslo y creo que no era el momento”, sostiene. Vivió en sus carnes la frialdad institucional. La alcaldesa Ada Colau, precisa, si que fue a verlo a su casa de Rubí.
"La autopsia a un ángel"
Ahora, Francisco Javier persigue, sobre todo, que la muerte de su hijo no caiga en el vacío. Que sirva para algo. "Mi hijo se lo merece", afirma. Por eso, se fue a Madrir a entrevistarse con el juez que investiga el atentado y le pidió que se cambiara los protocolos de actuación. “Los que se usaron con mi hijo fueron muy duros para la familia. No sabíamos cuándo podíamos enterrar a Xavi, ni cuándo sacarle de la Ciutat de la Justicia. Le hicieron la autopsia cuando ya había un certificado de defunción y se sabía de qué había muerto. Después, de noche, vinieron a tomar huellas a casa. No creo que hiciera falta. Sabía quién era el niño y sus padres”, relata. “A la forense le pregunté si había hecho la autopsia y si había visto la luz. Se quedó sorprendida. Le dije que había hecho la autopsia a un ángel. Le pregunté si tenía hijos y se puso a llorar”, recuerda.
No hay ningún gesto de odio o rencor en Francisco Javier, pero sí de tristeza, de dolor que perdura en el tiempo. “Haz un artículo bonito, mi hijo era muy bonito”, repite una y otra vez. Recuerda como si fuera ayer el atentado. Cómo la madre de Xavi le llamó por teléfono para comunicarle que habían atropellado a su hijo, cuando llegó a la Rambla y vio a la gente por el suelo y cuando fue al ambulatorio donde habían llevado al pequeño.
“Marina, mi otra hija, tenía mucho miedo. Su madre estaba descompuesta. La gente estaba sentada en sillas, en sillas de ruedas, callados, en silencio. Los médicos estuvieron 20 minutos con Xavier, lo pudieron reanimar, pero tras trasladarlo al hospital de Sant Pau, falleció”, afirma. “Todo el mundo estaba desbordado. La gente intentaba hacer lo mejor posible su trabajo”, sostiene. Después se enteró que Marina y su exmujer salvaron la vida porque se separaron del grupo para comprar unas pulseras. Francisco, el tío abuelo, no tuvo esa suerte y también fue arrollado. En ese instante, “el dolor que tenía dentro era muy grande”, dice.
Durante la 'Operación Jaula' para atrapar a los terroristas, Francisco Javier se encontró cuando circulaba con su coche con el remolque que se llevaba la furgoneta asesina tapada con una lona. “Iba solo en el coche, con los zapatitos de mi hijo que me había dado un mosso. En un control, les dije: cogedlos, pero no los matéis, que quiero mirarles a la cara, a los ojos, para que me digan por qué lo han hecho. No querían que los mataran. Quería mirarles a los ojos y ver si tenía la maldad en la cara”, afirma.
Visita a Ripoll
Francisco Javier tuvo las agallas de ir a Ripoll y entrevistarse con la asistente social que atendió a los terroristas cuando llegaron de Marruecos. Ha intentado encontrarse con su familia, pero todavía no lo ha logrado. "Si perder un hijo es duro, que tu hijo haga esa maldad, ¿cómo puedes asimilarlo? ”, incide.
Es consciente que los acontecimientos políticos en Catalunya en septiembre del 2017 “taparon” los atentados. “No se ha hecho el duelo. El primer aniversario es muy duro. Pero, la verdad, es que para nosotros recordar es duro cada día”, explica. “La vida ya no es la misma. Nada es igual”, sentencia Francisco Javier. Desde una foto, el pequeño Xavi, su hijo, no deja de mirarlo.
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