Tres perfiles para un solo modelo

Los exdirectores de EL PERIÓDICO supieron mantener el espíritu del diario más allá de las tecnologías y de los cambios de la profesión

ALBERT GARRIDO

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El primer cambio en la dirección de EL PERIÓDICO DE CATALU-NYA se dio en la primavera de 1982. A Antonio Franco le sucedió Ginés Vivancos cuando en el horizonte se avizoraba la aparición de una nueva especie, los ordenadores, y la extinción sin remedio posible de otra, las máquinas de escribir, que retumbaron en las redacciones durante un siglo. Ginés asomó por la casa con una misión semejante a la del Tata Martino: incorporar alternativas sin cambiar el modelo. Enseguida se vio que Ginés tendía a la calma, la reflexión y la ironía, a una sutil retranca donde los aspavientos no tenían sitio y sí, en cambio, los lances de humor.

En aquella etapa de transición, con la informática como desafío y la adecuación de los periodistas a una herramienta nueva, hubo momentos de tensión colectiva porque había que domesticar a la especie recién aparecida y, al mismo tiempo, prestar atención a sus requerimientos. Así fue como un viernes de rayos y truenos la rebelión de los ordenadores impuso una parada técnica de cuatro horas por lo menos; así sucedió que una noche desaparecieron las carteleras del alma enloquecida de un servidor; así, en fin, aprendimos todos a fajarnos con aquella otra manera de hacer EL PERIÓDICO sin tipógrafos, correctores y otros profesionales que poco a poco fueron ocupándose de tareas nuevas porque desaparecieron sus oficios a toda prisa.

A aquellos días, probablemente el verano de 1983, se remonta un suceso divertido que retrata la personalidad de Ginés. Un día pegajosamente caluroso, la refrigeración dejó de funcionar a eso de las once de la mañana. Conforme fueron llegando los redactores, arreciaron las protestas; Josep Pernau aterrizó sudoroso y cansado, y sacó a relucir su facilidad para la frase rotunda: «Hoy habrá desgracias». Cuando apareció Ginés, el termómetro andaba por las nubes y entonces, en un gesto insólito, se sentó en el suelo, en medio de la redacción, durante un tiempo suficiente para que se pasara de las malas caras por el clima sahariano que nos invadía a la risa irrefrenable: fue un gesto de protesta eficaz y socarrón que diluyó los malos humores de un segundo antes. Creo que Ginés es el único director al que descubrí una vis cómica tan fuera de norma.

En octubre de 1984, Enrique Arias, hasta entonces director adjunto, sucedió a Ginés. El respeto por el modelo siguió siendo el requisito esencial para pilotar la nave. «Llegó un momento en el que el modelo era lo más importante», recuerda Enrique. Y al echar la vista atrás para reconstruir el relato de aquel entonces, se adentra en el bosque de la nostalgia: «Tengo la impresión de que trabajé en una profesión que ha desaparecido». Al ordenar sus experiencias hasta febrero de 1988, pone una pausa para aquilatar una vez más qué supuso publicar el sumario del caso Banca Catalana, pero también para rememorar en qué condiciones pudo afrontar aquel y otros momentos delicados: «La libertad que me encontré con Antonio Asensio dudo que se haya dado en otros medios. Le consultaba de uvas a peras, y eso me llamó poderosísimamente la atención».

 

Cambio de ciclo

En los recuerdos de Enrique se mezclan la certidumbre de que EL PERIÓDICO apareció «en el momento oportuno, en el lugar oportuno» con la gran incógnita del futuro que hoy imponen las nuevas tecnologías, y que nadie supo prever hace tres decenios, época que bien puede definirse como la edad de la inocencia del cambio de ciclo. «Se ha acabado un modelo histórico de periodismo -dice Enrique-, pero no sabemos cómo será su final. Se ha acabado una manera de entender la profesión, pero quienes forman a los nuevos periodistas no lo hacen para trabajar de otra manera».

 

De la dirección de Enrique recuerdo su disposición a deslizar de forma sutil el reconocimiento del esfuerzo de su entorno. Cualquier día podías encontrarte en tu casillero de correo un sobrecito con una nota en su interior, escrita a menudo con estilográfica, donde daba las gracias por haber soportado una guardia enloquecida o por haber acertado en las portadas del fin de semana. «El tema es saber distinguir lo que es bueno de lo que es malo; la joyería de la bisutería», destaca Enrique.

Rafael Nadal se atiene al mismo mensaje con otras palabras. Cuando en mayo del 2006 sucedió a Antonio Franco, director de nuevo desde marzo de 1988, la revolución de los medios digitales era el futuro inmediato, había que poner rumbo hacia innovaciones que retuvieran a unos lectores velozmente educados en el acceso gratuito a los diarios a través de internet y en la navegación por un espacio virtual con muy pocas cortapisas. La edad de la inocencia había dado paso a los designios del universo tecnológico de Bill Gates, Steve Jobs y otros visionarios, aderezado todo con la crisis económica que en el 2008 se adueñó de los mercados. «Supimos encontrar una nueva manera de interactuar mucho con los lectores sin perder el control de la información, que creo que es el futuro del periodismo», dice Rafa.

Al servicio de la información

A partir de la búsqueda de nuevos espacios, explica la orientación que dio a su tarea de director: «Investigar, informar y dar entrada a la opinión de los ciudadanos». A la revolución digital y la crisis de los servicios -la del aeropuerto, la de Rodalies, la del gran apagón- respondió con portadas imaginativas, incluso rompedoras, que a nadie dejaron indiferente, pero que «nunca fueron un culto al diseño», sino que se pusieron al servicio de la información; buscó salirse de lo previsible para poner a salvo la continuidad de un modelo.

Hoy, al resumir sus experiencias hasta febrero del 2010, acuden a su memoria las presiones que desencadenaron la crisis de los servicios y «la soledad en el momento de la editorial conjunta» -La dignidad de Catalunya-, que dio pie a «ataques personales de otros medios de los que no los esperaba», que, dice, «interpretaron aquella iniciativa como una muestra del pensamiento único». Pero al reconstruir el pasado y vislumbrar el futuro incorpora asimismo la convicción que tuvo como director de que las ediciones digitales han de ser las primeras interesadas en que perviva la prensa escrita: «Sin ella, de momento, las versiones digitales no tienen viabilidad económica».

La reflexión de Rafa se cruza en el recuerdo con otra de Ginés Vivancos, un día de hace 30 años en el que todo andaba manga por hombro: «Quien resiste, gana».