Rigor desde el compromiso

EL PERIÓDICO ha demostrado que puede hacerse un diario popular sin renunciar a la información de calidad y desde una óptica progresista

Blair, Bush y Aznar se citan para la guerra en las Azores, el 16 de marzo del 2003.

Blair, Bush y Aznar se citan para la guerra en las Azores, el 16 de marzo del 2003.

JOAN MANUEL PERDIGÓ

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En noviembre del 2003, EL PERIÓDICO concedía el primer Premio Antonio Asensio, creado ese mismo año en homenaje a su editor, fallecido en el 2001, al diario italiano La Repubblica por su «modernidad en las fórmulas periodísticas, su apuesta por la información clara y objetiva, y la defensa de una sociedad justa, abierta y solidaria». Unos valores, según rezaba el editorial de nuestro diario, que coinciden con los que presidieron el nacimiento del rotativo del Grupo Zeta y que siguen inspirando su trayectoria.

Fundado en 1976, el diario romano se había convertido en poco más de tres décadas en el más influyente del panorama italiano, sometido ya entonces al  imperio mediático de Berlusconi. Dos años después, en 1978, nacía en Barcelona EL PERIÓDICO con una clara vocación de ser un diario global, de aportar una mirada distinta sobre la realidad no solo cercana, sino española e internacional, desde una perspectiva catalana y desde un punto de vista progresista.

Conviene recalcarlo ahora aunque el diario nunca lo haya ocultado. Este es un periódico progresista o, si se quiere, utilizando una palabra en desuso, de izquierdas. En un panorama claramente dominado por medios conservadores, y no solo en el periodismo escrito, el nacimiento de EL PERIÓDICO aportaba algo más de aire fresco a la forma de ver la realidad.

Dice un conocido principio periodístico que las opiniones son libres y los hechos, sagrados. Una frase que resume en dos las bases  de este oficio, al amparo de la cual, sin embargo, pueden hacerse multitud de trampas. Muy sencillo, basta con decidir qué hechos se cuentan o se magnifican y cuáles se desechan o minimizan para que el puzle de la realidad que mostramos adquiera una u otra forma. Una tarea fácil de gestionar en las épocas doradas del periodismo impreso y de espacio finito, y hoy radicalmente subvertido en el mundo digital, en el que precisamente la cantidad de información que circula por la red -mucha de ella sin contrastar o simplemente inventada- por infinidad de emisores nos asfixia hasta el punto de no poder discernir la que es relevante o la que nos falta.

Por eso, entonces, en la edad de la información impresa y audiovisual y ahora, en el imperio de internet, sigue siendo fundamental que medios con la reputación contrastada  logren aportar un poco de luz en una realidad cada día más compleja. En el fondo se trata de responder con honestidad a las famosas preguntas que se explican a los estudiantes de este oficio el primer día de clase para dar contexto a una información: quién, qué, cuándo, dónde, por qué y cómo.

Joven pero curtido

La apuesta de EL PERIÓDICO tenía un reto añadido. Pretendía ser un diario popular, que abriera el raquítico mercado de la prensa española a sectores más amplios de la población, sin  concesiones temáticas al  modelo de éxito de los tabloides sensacionalistas anglosajones. Había que encontrar la fórmula para hacer un producto atractivo, que no renunciara a abordar en toda su amplitud la información de las áreas de Internacional, Política y Economía, reservada casi en exclusiva a la llamada entonces prensa de calidad. Esa fue una apuesta irrenunciable desde el primer momento, hasta el punto de que actualmente, el bloque Panorama, que agrupa las tres secciones antes citadas está ubicado en el primer tercio del diario, tras el Tema del Día y las páginas de Opinión.

EL PERIÓDICO es un diario joven, en comparación con aquellos nacidos en los albores del siglo XX o incluso antes, pero con suficiente mili como para haber presenciado las tribulaciones de toda una época en la que han vivido buena parte de catalanes y españoles de hoy. Desde los albores de la transición, con los primeros y esperanzados pasos de la preautonomía, al clamor por una consulta sobre la independencia de Catalunya; de los pactos por salir de la enorme crisis económica que nos legó el franquismo, a la llegada a la meta europea, y la posterior debacle en la que aún estamos sumidos; del mundo bipolar soviético-norteamericano, al multipolar surgido de  la caída del Muro y la globalización;  del éxito de quienes encontraron las claves para abrir las puertas a una transición pacífica a la democracia, al inmovilismo actual que cierra todas las salidas ante una crisis de régimen; del compromiso con la política como servicio, común en una época que ya parece muy lejana, a la corrupción sistemática -política y económica- que arrastramos desde hace demasiado tiempo; del «puedo prometer y prometo» de Adolfo Suárez, al exasperante rosario de promesas incumplidas que caracteriza hoy la tóxica relación de los políticos con la ciudadanía. Todo eso y mil cosas más ha vivido y ha contado EL PERIÓDICO a sus lectores en estos 35 largos años.

Y lo ha hecho con la honestidad, desde una óptica progresista y desde una realidad como la catalana, con voluntad de llegar al último rincón del mundo sin perder de vista lo que ocurre en la esquina de casa. La lista de ejemplos de este doble objetivo: proximidad y globalidad, podría ser muy extensa, pero valen como muestra dos muy recientes, cuando ya la crisis económica y la particular de los medios de comunicación hacen aún más difícil el  trabajo serio y comprometido. El año pasado este diario logró con un paciente trabajo de investigación liberar de una cárcel italiana a un ciudadano sin recursos de Montgat,  condenado a una larga pena de cárcel por un delito que no había cometido, y hace solo unas semanas, uno de sus redactores -Marc Marginedas, valga esta única referencia personal en estas líneas a uno de los miembros de esta redacción como homenaje a su labor- fue secuestrado por un grupo insurgente mientras cumplía la arriesgada labor de informar a sus lectores de la guerra civil siria desde las mismas entrañas de la tragedia.

Son dos buenos ejemplos de por qué el periodismo y los periodistas siguen siendo necesarios. De por qué la libertad y el compromiso son imprescindibles para seguir contando historias, realidades, no rumores o fantasías, para ayudar a la sociedad a tomar decisiones, porque una sociedad sin información es una sociedad maniatada y esclava.

Por eso hace falta también compromiso y honestidad a la hora de poner el foco. EL PERIÓDICO no solo envió a sus redactores a contar la guerra de Irak –como lo hizo en Afganistán, Chechenia, Argelia o Bosnia, o en catástrofes como el terremoto de Haití–, sino que también apostó fuerte en la cobertura de todos los movimientos que se oponían a aquella guerra. La movilización en favor de la paz tuvo un lugar destacado en la información porque el diario se comprometió sin complejos con esa causa pese a las presiones que el poder político del momento ejercía para vender desde Washington a Madrid una verdad –la de las armas de destrucción masiva– que se demostraría rotundamente falsa.

Este diario ha estado comprometido desde su fundación en la labor de informar de primera mano -como reclamaba en su primer editorial, el 26 de octubre de 1978- de todo aquello que pudiera ser de interés para sus lectores. Desde lejanos conflictos a los casos de corrupción que golpean nuestro sistema democrático hace demasiado tiempo: Filesa, Casinos, Naseiro, Palau, ITV, Método 3, Urdangarin, Bárcenas... En unos y otros se ha esforzado el diario por aportar la mejor información sin reparar en el color político del presunto delincuente para lograr que los lectores tuvieran una visión lo más completa posible de las marañas que la corrupción suele tejer, con la connivencia del poder.

La crisis, su tremenda dureza y su exasperante duración han socavado buena parte de los pilares del Estado del bienestar que logramos levantar con duro esfuerzo en estos últimos 35 años. Hacer llegar las claves de lo sucedido en forma rigurosa pero accesible al conjunto de los lectores ha sido un objetivo primordial del diario. Explicar los hechos, analizar las responsabilidades sin rehuir nombres propios y, frente a la lógica implacable del sistema, dar voz a quienes en este huracán han perdido empleos, derechos e incluso un techo bajo el que cobijarse. Volviendo la vista atrás, podríamos decir que este diario ha procurado que la cabecera de la sección de Economía no haya desplazado a la de Laboral que hace tres décadas exhibían con orgullo unos cuantos diarios progresistas.

La optimista visión macroeconómica que el Gobierno ofrece estos días no ha de fagocitar el espacio donde explicar la dramática situación de los trabajadores de miles de empresas que han cerrado sus puertas o languidecen pendientes de un hilo: Sony, Samsung, Honda, Panasonic, Derbi, Chupa-Chups , Panrico... Nombres otrora emblemáticos que componen una lista sin fin. Porque la destrucción de empleo persiste por mucho que el pulso macroeconómico dé algunas señales de recuperación. 

Para llevar adelante con éxito estos objetivos, no lo olvidemos, hacen falta recursos y buenos profesionales. Una tarea, resumida por Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique durante 18 años y galardonado también con el Premio Antonio Asensio en el 2010, como «la capacidad de saber y comprender, para poder transmitir». Trabajo paciente, de duda, análisis y reflexión, que tan poco se adecua a estos tiempos de culto a lo instantáneo. Un buen diario precisa hoy más que nunca capital profesional, pero también económico, ahora que hay que redoblar esfuerzos para huir de la trivialidad, de la simplificación de la realidad. Y de la banalización del trabajo, de combatir esa idea dominante de que todo está al alcance de un clic y a coste cero; que la producción intelectual, el esfuerzo por transmitir información veraz, sea en el soporte que sea, no tiene precio porque todo es muy sencillo de conseguir y de consumir.

Treinta y cinco años después del inicio de esta aventura, que pudo ver la luz gracias al capital que su editor, Antonio Asensio, logró reunir gracias al éxito de otra creación suya, Interviú, la apuesta de hacer llegar a los ciudadanos una información veraz y rigurosa sigue siendo uno de los retos de este diario. Si lo fue demostrar que estos contenidos no eran monopolio de una determinada prensa, con más razón hay que redoblar hoy ese esfuerzo cuando, con el acceso a las nuevas tecnologías, es posible llegar a un público mucho mayor.

No es ningún secreto que los medios en general y muy en especial la prensa atraviesan por una grave crisis, insospechada hace menos de una década, pero la certeza que el periodismo saldrá de esta nos estimula a seguir trabajando, porque, como decía recientemente el director del influyente semanario The New Yorker, David Remnick, en una entrevista a la revista Jot Down, «sin periodismo no hay presión sobre el poder». Y sin presión sobre el poder, sin control sobre él, los ciudadanos estamos desarmados y nuestra democracia queda (aún más) vacía de contenido.