Así son las Cosas de la Vida

En estos 35 años, la sociedad ha vivido cambios radicales. Casi una revolución. EL PERIÓDICO lo ha contado de la mano de los lectores

Las aulas han sidoun fiel reflejo de la llegadamasiva de inmigrantes.

Las aulas han sidoun fiel reflejo de la llegadamasiva de inmigrantes.

BERNAT GASULLA

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Cosas de la Vida. El nombre de una sección y toda una declaración de intenciones. Históricamente, los periódicos han ordenado la realidad mediante áreas temáticas tradicionalmente aceptadas. Estructuradas mediante una convención muy útil para presentar de manera accesible la información, las páginas de la prensa impresa han entendido que lo que ocurre en el mundo se puede fragmentar en áreas que todos los informadores han aceptado. Internacional, Política, Economía (aunque esta última no siempre ha tenido una entidad propia), Deportes, Cultura…

EL PERIÓDICO ha entendido desde su fundación, hace 35 años, que la realidad periodística debe abarcar mucho más que la información convencional y ha abierto caminos profesionales que otras cabeceras con mucha más historia no han dudado en seguir. Ya en su primer ejemplar, el histórico titular de portada -«Los escolares catalanes dependerán de Tarradellas»-- establecía un paradigma pionero en su momento en la prensa española de lo que después se ha venido a llamar periodismo de proximidad. Una escuela periodística que, además de intentar responder las clásicas preguntas del periodismo -qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué—pretende cumplir con otro interrogante: ¿qué le interesa a la gente? Un hecho que se podría haber titulado: «La Generalitat asume las competencias de educación acabó siendo titulado: Los escolares catalanes dependerán de Tarradellas». El sujeto de la noticia, el punto de vista desde el que se presenta la información, es el más próximo al lector, incluso en hechos de la mayor trascendencia política y social.

¿Y qué le interesa a la gente? La respuesta, pese a ser obvia, no deja de ser una de las obsesiones de la redacción de EL PERIÓDICO, que ya empieza a acumular canas. Lo que interesa es la vida. No solo la oficial, sino también y sobre todo la personal, la que acaba marcando las existencias de los ciudadanos. Sí, las Cosas de la Vida, epígrafe bajo el que este diario ha ofrecido desde sus primeros días los temas de interés humano con igual o mayor dignidad y trascendencia que los acontecimientos políticos del país o de fuera.

Nuevas relaciones

En 35 años, la sociedad contemporánea ha experimentado una evolución tan radical que cuesta creer que este cambio se haya producido sin aparentes revueltas pero que ha acabado destapando los corsés que ahora vemos todos en el marco político del que se dotaron España y Catalunya tras la muerte de Franco. Hemos presenciado, a menudo sin darnos cuenta, una auténtica revolución social apoyada en la tecnología, las nuevas relaciones personales, familiares y sociales, el mayor tiempo libre, la laicización de la sociedad española… La perspectiva que dan estos siete lustros de vida de EL PERIÓDICO permite cerciorarse de que los cambios han sido continuos, imparables y radicales y que la redacción del diario los ha servido puntualmente y de manera cotidiana. Hasta el punto de que EL PERIÓDICO ha llevado por primera vez a las páginas de un diario asuntos que muchos profesionales de la información no consideraban dignas de atención. Todo importa, sobre todo lo que afecta a las personas.

Sí, hemos cambiado, y mucho. Demos un pequeño salto en el tiempo y veremos que nos ha pasado de todo. En ese año del Señor de 1978, recién roto el cascarón de la democracia, por ejemplo, no existía el sida. Tras convertirse en una de las epidemias más mortíferas y estigmatizantes de la historia de la humanidad, ahora es un síndrome que en los países más desarrollados se ha logrado contener como una enfermedad crónica. En estos últimos 35 años, no han dejado de caer los matrimonios, primero los religiosos y después los de cualquier tipo, mientras los divorcios han aumentado exponencialmente. Ahora se pueden casar los homosexuales. Ha caído también la fecundidad y la natalidad en las familias españolas, al mismo tiempo que las parejas han retrasado cada vez más la edad a la que se animan a tener un hijo.

En estos siete lustros, la edad de emancipación de los jóvenes ha superado ya los 30 años. El analfabetismo es solo funcional, la escolarización se ha ampliado a las edades más tempranas -a finales de los 80 nadie hablaba de la educación de 0 a 3 años—y la enseñanza universitaria ha dejado de ser el destino natural de las clases económicamente más favorecidas para convertirse, para bien o para mal, en casi una obligación de los vástagos de casi todas las familias. En este periodo, la sanidad en España fue declarada universal y gratuita y pasó a atender a millones de personas que cruzaron las fronteras para encontrar una vida mejor. El país había dejado de ser fábrica de emigrantes para ser punto de acogida de inmigrantes. Muchos, tras jugarse la vida en el viaje, llegaron para quedarse.

Hace 35 años, no sabíamos nada de ordenadores, de redes sociales, de teléfonos móviles, de internet. Ahora constatamos, con resignación y algo de miedo, que no sabríamos vivir sin ellos. El desarrollo de la ciencia y la tecnología ha sido tan precipitado que da vértigo y plantea unos enigmas sociales, éticos y morales que siguen sin respuesta. Hemos sido capaces de clonar células y seres vivos. Hemos desentrañado los secretos del genoma humano mientras no renunciamos del todo a volver al espacio con misiones tripuladas. Y somos cada vez más conscientes de que el planeta se irá a criar malvas si no frenamos a tiempo el calentamiento global. Ha dejado de ser una cosa de ecologistas trasnochados.

La transformación de Barcelona

Y en una escala menos global, EL PERIÓDICO ha sido testigo, casi protagonista, de la incesante urbanización de la sociedad catalana y de una de las transformaciones metropolitanas más espectaculares de Europa. La capital de Catalunya, Barcelona, se agarró al tren de los Juegos Olímpicos para pasar a ser, para rabia de muchos, referente entre las grandes capitales occidentales y uno de los destinos turísticos preferidos en todo el mundo.

Pero no tiene mucho sentido hacer un repaso prolijo de los acontecimientos grandes y pequeños que nos han cambiado la vida. No estamos haciendo un  resumen de los 35 años de EL PERIÓDICO. Es una simple y casi aleatoria muestra que pretende demostrar que la sociedad ha cambiado radicalmente y que este diario, ya adulto pero aún poco desengañado, ha afrontado esos cambios intentando responder siempre a la misma pregunta: ¿Qué le interesa a la gente? Para dar respuesta a esta cuestión, caben pocas alternativas. El informador de EL PERIÓDICO debe ponerse al lado de los intereses e inquietudes de sus lectores. Algo tan obvio tiene que ser constantemente recordado a los periodistas, precisamente ahora, cuando la profesión atraviesa por una de las enrucijadas más críticas. En este momento, cuando buena parte de esos avances sociales corren riesgo de esfumarse por culpa de una crisis que dista mucho de ser solo económica, es cuando se debe exacerbar la apuesta fundacional de este diario por las Cosas de la Vida. Por el periodismo próximo.

Los informadores de EL PERIÓDICO deben atender las necesidades del lector, trasladar al lenguaje común las grandes cuestiones y convertir en interesantes aquellos acontecimientos o fenómenos que resultan importantes. No solo es una cuestión de técnica redaccional. Es también apostar continuamente por el reporterismo, por la presencia en los lugares donde ocurre la noticia, por no emplear solo fuentes oficiales, por contrastar continuamente las informaciones, por desconfiar de los que tienen la sartén por el mango y por recabar la opinión de los ciudadanos sobre hechos o tendencias sociales. Este compromiso ha llevado al diario incluso a reparar situaciones de injusticia flagrantes, como el caso de Óscar, el lavacoches de Montgat encarcelado sin motivo en Italia.

Si algo nos han demostrado los últimos años es que las instituciones tradicionales, incluyo a la prensa entre ellas, no han sabido dar respuesta a las necesidades de la mayoría social, que reclama una participación más horizontal y menos dirigida por las cúpulas. En los diarios no deben salir solo las personas importantes, aquellas que tienen capacidad para tomar decisiones que pueden cambiarle la vida a los demás.

En los periódicos deben salir también aquellas personas que sufren esas decisiones, más allá de los despachos de las corporaciones y las administraciones. Esta actitud ante la información ha llevado a EL PERIÓDICO no solo a emplear un lenguaje llano, a facilitar la lectura de las noticias sino también a dar voz a personas y fenómenos que normalmente no han hallado sitio en la prensa escrita. Como consecuencia de ello, este diario ha optado recientemente por implicar más a los lectores en la génesis y elaboración de los grandes debates informativos (Entre Todos) y ha apostado por colocar en la entrevista de la última página a personas anónimas y ordinarias que, en el fondo, son extraordinarias (Gente Corriente).

¿Por qué no pueden salir en las páginas de un diario pequeñas historias humanas, de heroicidades anónimas y cotidianas, de pequeños gestos altruistas? Los desastres, accidentes, crímenes y guerras tienen su sitio asegurado. Pero, ya lo sabemos, así son las Cosas de la Vida. Lo bueno y lo malo.