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Melendi: "Un día descubrí que yo era mi peor enemigo"

El cantante, que también es 'coach' de 'La Voz' interpreta para EL PERIÓDICO 'Tu jardín con enanitos'

NÚRIA MARTORELL
BARCELONA

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Este tiarrón de 1,91 ha resultado ser un llorón. Melendi, el coach de lágrima fácil de 'La Voz' acaba de sacar el disco 'Lágrimas desordenadas', que ya es número uno en iTunes.

-Su primer disco como celebrity.

 

-Sí. Pero no creo que afecte a mi música. Por lo menos tan temprano. Lo que puede pasar es que gente que tenía las orejas tapadas, impermeables a mi propuesta, ahora las abra. Pero todo lleva un proceso.

-¿Era consciente de que a muchos les provocaba cierta urticaria?

-Sí, he provocado rechazo porque nunca he cedido ante nada. Es probable que no me conocieran, o que solo supieran de mí algo negativo, después de aquello que sucedió [suspira, refiriéndose al incidente del avión en el que provocó tal altercado que el capitán decidió regresar y acabó detenido por la guardia civil]. Nunca había dejado ver mi personalidad. Y a la gente les ha sorprendido pues eso, conocerme a raíz de mi participación en el programa La Voz.

 

-¿Ha vuelto a viajar en Iberia?

-Sí, claro. Sin problemas. Todo se solucionó a la semana siguiente.

-Pero, ¿cómo puede pasar uno de las rastas al alisado japonés?

 

-La vida son cambios continuos; aprendizaje. La única diferencia es que el mío es visible. Tengo un amigo cirujano que si lo hubieras visto con 15 años pensarías, ¿voy a dejar mi vida en manos de este?

-¿Y cuál es el verdadero Melendi?

 

-El que ha sido siempre: una persona normal, sensible. Con sus complejillos y sus historias.

-En este disco se ha vuelto «más blando», admite. Y más romántico.

 

-Tenía más claro lo que quería. Mi carrera a largo plazo es de cantautor y sé que las letras son lo importante, mientras que la producción ha de ser mínima. Prevalece lo que quiero contar. He aunado, unificado mis diferentes etapas, y el cambio no ha sido tan drástico. Solo he evolucionado musicalmente, que es en lo que andaba más verde. Llevo 12 años estudiando, enriqueciéndome.

-Usted mismo ha reconocido abiertamente que no tiene una gran voz...

 

-Mi voz no da para más y soy consecuente con el tipo de canciones que hago. Y esa coherencia es el secreto del éxito. Y el de contar historias con las que la gente se identifica.

-Este es su álbum más autobiográfico y es fácil reconocerle en canciones como De pequeño fui el coco, con guindas del tipo «fui el primero que me dijo 'oye Ramón, creo que te estás pasando de cabrón'».

 

-Entre los 25 y 26 años cambié. Fue un proceso duro. Tenía muchas manías, mucha mierda dentro, y me di cuenta de que yo era mi peor enemigo. Todos somos modelos de pensamientos que generamos de pequeños y si son equivocados cuesta cambiarlos. Y yo los confronté con la realidad cuando fui padre. Hice un reset. Podía haber sido Peter Pan hasta los 50 de no haber tenido a mis dos hijos.

-Otra pieza que sorprende es Cheque al portamor, con estrofas del tipo: «Yo vivo un cuento chino y tú en una peli de Almodóvar».

 

-Habla de la importancia que le damos al físico cuando si no hay nada más, la pasión desaparece a los tres meses. Le damos demasiada importancia a lo vanal.

-Otra letra autorretrato: «Yo antes era un calavera y ahora aquí en mi habitación viendo una telenovela cualquiera, nena se me cae el lagrimón» [es de Tu lista de enemigos].

 

-Cada vez estoy más sensible. Con la edad uno está cada vez más permeable. De niño eres más egoísta, pero con hijos profundizas más.

-¿Por qué llora tanto en La Voz?

 

-Allí tratamos de exteriorizar. Se genera una energía que es muy bonita pero también hay momentos duros porque no siempre tienes la sensacion de tomar una decisión justa. Y de noche empiezas a darle vueltas al tema cuando ves que puedes haberte cargado la vida de esa determinada persona. Siempre les digo que no les afecte, pero también para librarme yo de esa culpa. Es complicado. Y hay gente como Mercedes [una abuela sevillana con mucho gracejo y ternura], que te toca de manera especial. Es un programa muy bonito.

-Pues conozco a más de un artista que se ha negado a actuar allí argumentando que se concibe la música como una competición de ring...

 

-Solo es una manera metafórica de plantearlo. Y hay que ser pragmático. Hoy en día es muy difícil hacerte un hueco en el mundo de la música. Y aquí al ganador le aseguran tres discos y un seguimiento continuo.

-Más lágrimas. Pero estas muy duras: «Lágrimas de sangre», canta, en  La tortura de Lyss. Una historia de un incesto con suicidio incluido.

 

-En un correccional de Galicia supe del caso de uno que falleció en la cárcel de una manera complicada. Era la tercera generación de una familia que sufrió abusos infantiles. Y me asusté cuando investigué y comprobé el alto índice de casos que hay en España. Siempre he tenido fe en el ser humano, pero esto te hace ver lo enfermo que se puede llegar a ser. Me impresiona, además, la vergüenza que sufren las víctimas en silencio. No lo confiesan ni que les torturen. Inicialmente la titulé La tortura  de Ruth, pero después del caso de Granada no lo vi oportuno.

-En el disco también habla de las drogas en Mi primer beso. ¿No cree que hay mucha hipocresía sobre este tema?

 

-Mucha. Se me ha tachado de hacer apología de las drogas y sí, yo llego a casa y me fumo algún porrillo, pero fíjate en letras mías como el Mesías de Vallecas: acaba en muerte. La gente escucha solo lo de las drogas y no ve la moraleja. Y entonces pienso, joder, algo estoy haciendo mal. Además, creo que si las legalizaran todo sería diferente. Lo que atrae es lo prohibido. ¡Si cuando uno fuma su primer porro fijo que vomita! ¡Si hay que hacer un esfuerzo para engancharse!

-El disco acaba con un canto a la utopía: De repente desperté. ¿Cuál ha sido su despertar más revelador?

 

-El que te hablaba antes de hace seis años, a raíz de mi primer hijo. Tuve que elegir entre ser niño toda la vida o madurar.