La primera semifinal

Humillación histórica

EDUARDO SOTOS

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Tragedia, masacre, humillación. Es difícil encontrar adjetivos para lo que se vivió anoche en el estadio de Mineirao en Belo Horizonte. La anfitriona, la pentacampeona mundial, dejaba el Mundial, su Mundial, de la peor manera. La fría, por momentos cruel maquinaria alemana se imponía a la garra y la pasión de la Canarinha. La torcida, que junto a su equipo habían prometido dedicar la victoria a Neymar, era incapaz de hacer reaccionar a los suyos de las cuchilladas de los alemanes que en tan solo seis minutos (del 23 al 27) lograron cuatro goles.

Hundidos, con los rostros desencajados, filas enteras de brasileños abandonaban el estadio escuchando los «olé, olé» de los apenas 4.000 aficionados alemanes que formaron ayer una ínfima isla blanca en un mar verdeamarillo pero que acalló a los locales que apenas podían dar crédito al descalabro.

LA PEOR DERROTA / Fue la impasible mano de los teutones, bajo el comando del hasta entonces un cuestionado Joachim Low, la que firmó la peor derrota de los brasileños en un Mundial. Al lado del 1-7 de anoche, la derrota por 6-0 ante Uruguay en el campeonato sudamericano de 1920 pareció una minucia para unos brasileños que en una semana han tenido que asumir la pérdida de su estrella, de su capitán y hacer las maletas completamente humillados.

La maldición de los anfitriones se cumplía, la revancha de los alemanes, también. Sobre el terreno de juego, el veterano Miroslav Klose se sacó la espinita al marcar el segundo tanto de los europeos de la derrota que Felipe Scolari le infrigió en la final del Mundial de 2002 en Japón.

Para Brasil este no era un Mundial cualquiera. Era la oportunidad de recuperar el trono del fútbol, el lugar que Pelé dejó libre y que apenas Romario y Ronaldo se habían atrevido a ocupar en 1994 y 2002 respectivamente. El país del jogo bonito lo tenía todo para alcanzar ese sueño. Los 200 millones de brasileños que en un principio se habían mostrado contrarios a la celebración del torneo más caro de la historia habían dejado de lado sus rencores y se habían volcado con la fiesta del fútbol.

Pero sobre todo, lo que tenía Brasil era un candidato firme a ocupar ese trono: Neymar. Su camisa 10 era la gran prueba de ello, y sus 22 años, la edad ideal para comenzar a escribir una historia, quien sabía si igual o mayor que la de O Rei, que se puso la corona en tres ocasiones.

DEL 'MARACANAZO' AL 'MINEIRAZO' / Su salida por la puerta de detrás del torneo, tras la agresión del colombiano Zúñiga en el partido de octavos, fue como una puñalada en el corazón de la torcida. Ayer se pudo comprobar, Neymar no era solo el talento de su equipo, sino la mágia y el descaro que hacían posible lo imposible a pesar de las limitaciones técnicas de un equipo casi enteramente compuesto por novatos en la competición. El crack no estuvo allí para compartir las lágrimas. Compartir el dolor. Los rostros de Thiago Silva, Marcelo o David Luiz eran un retrato de la más pura decepción.

Puede que muchos, aunque jamás lo reconocerán, desearon anoche estar en el lugar de Neymar. Nadie sabe como el que estaba llamado a llevar a los suyos a la gloria vivió el partido desde su casa en Guarujá. Sin duda, las lágrimas de sus compañeros se repitieron en el rostro de Ney frente al televisor. Al igual que ocurrió con el crack el viernes, el sueño acabó en pesadilla. El Mineirazo de ayer pesará en los corazones de la afición por generaciones como aquella tarde de 1950 en Maracaná.