Análisis
Barbosa, Zico y Bernard
Sergio Xavier
Director de la revista 'Placar'
SERGIO XAVIER
Todo fue superlativo la tade del Mineirazo. La mayor derrota en las Copas, la semifinal más humillante... Podemos gastar líneas y más lineas enumerando todos los récords negativos. El Mineirazo, en números, es insuperable en sí mismo. La madre de todas las vergüenzas. Pero ya tuvimos martirios mayores. Se hace hasta difícil medir el tamaño del Maracanazo. Vencer la Copa del 50 significaba convertirse en una nación grande y solo bastana un empate con Uruguay delante de 200.000 espectadores. Era sencillo. Pero se falló.
Brasil entero quedó, no con la sensación, pero sí con la certeza absoluta de que nunca más seríamos nada. Y lo fuimos. Ocho años después ya éramos alguien. Y seríamos algo más importante. En 1982, la bofetada no fue menor. Teníamos un tricampeonato para llamar de nuevo y un equipazo. El fútbol se había afeado después de 1970 y la generación de Falcao, Zico y Sócrates lo habría hecho todo más bonito de nuevo. Belleza y eficiencia en un mismo equipo. Nos equivocamos. De nuevo. El italiano Paolo Rossi lo rompió todo. Perdimos la Copa y las ilusiones de felicidad en el deporte más apreciado en estas tierras tropicales.
En comparación con el Maracanazo y la Tragedia de Sarrià, el Mineirazo de 2014 parece café pequeño. Vergüenza, humillación, sí. Pero tragedinha desde el punto de vista de las consecuencias. Las mozas pintadas de verde y amarelo borraron el maquillaje, los niños lloraron. Triste todo. Solo que los mismos que ahora lloran saben que venceremos de nuevo algún día. Que no fue el fin.
El 7-1 a la arrogancia
La dimensión de la catástrofe puede ser determinante para el inicio de algo. El 7-1 es la medida exacta de nuestra arrogancia. Seguimos creyendo firmemente en la capacidad de improvisar de nuestro fútbol. No nos gusta entrenar, ensayar, repetir acciones. Vamos a confiar en la magia, en nuestra alegría en las piernas. Un gran plan A necesita de un plan B. Y si todo sale mal, balón para un Ronaldinho o un Neymar cualquiera. Tal vez, el 7-1 sirva para algo. Independientemente de las reformas que deberían comenzar por las categorías de base (coincidencia, en Alemania fue así...) no hay por qué pensar que el mundo se acabó. En 1950 y en 1982, parecía que ya se había terminado. Y no, fue ahora cuando se acabó de verdad.
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