EL GP TALISMÁN DE LA F-1
Correr en Mónaco, una experiencia casi religiosa
Para algunos pilotos es una experiencia casi religiosa; para el resto, el pináculo de la mundanidad. Es el Gran Premio de Mónaco, la carrera más lenta y aburrida, también la que genera más expectación y audiencias; la que se antoja más peligrosa pero resulta de las más seguras, la que invita a pensar en el despilfarro, pero se constata como la más rentable. Mónaco es una constante entre contradicción y, quizá, ese sea su gran secreto desde el primer Gran Prix en 1929.
“Dame el GP de Mónaco y Ferrari y haré un Mundial de F-1”. Es una de las frases míticas de Bernie Ecclestone, el inventor, impulsor y hasta hace poco dueño del negocio de la F-1. Es el único gran premio que no paga canon por acoger la F-1 (entre 25 y 65 millones en el resto de citas en el calendario de F-1) es la carrera central de la temporada, incluso hasta hace poco era la primera que se fijaba en el calendario coincidiendo con la festividad de la Ascensión. De hecho, sigue sin haber actividad de F-1 el viernes, aunque ya no coincida con la festividad, porque un día más es una tradición, pero también un negocio: una jornada más de hoteles, restaurantes, atraques…más gasto. El coste de todo el montaje del gran premio se sufraga con el IVA recaudado esta semana: el negocio perfecto.
Un trazado que jamás cambia
En realidad, el GP de Mónaco nació para que el Automóvil Club de Mónaco fuera reconocido como un club nacional por la Federación Internacional de Automovilismo. La única manera era celebrar una carrera en las calles en el diminuto Principado, y el actual trazado, diseñado por Anthony Noghes, es virtualmente idéntico al que se utilizó en el primer evento de 1929. Desde su inicio como pasatiempo para millonarios de toda Europa que descubrían el placer de correr en automóvil, hasta lo que es ahora, una ocasión para que los nuevos ricos de todo el planeta se dejen ver, la carrera es una mera disculpa. “Queremos que la actividad en pista sea solo una parte del entretenimiento de todo el evento”, dice el director del Circuit de Cataluña, Joan Fontseré, en relación al modelo de negocio que podría hacer rentable en el GP de España en el futuro. Pues bien, Mónaco inicio este modelo en 1929. Lo que suceda en la pista es casi lo de menos.
Las carreras bajo la lluvia han pasado a la historia de este deportes como algunas de las más emocionantes, pero en seco suelen ser un tostón sin adelantamientos. “Le dije al príncipe Alberto el otro día que tal vez es el momento de hacer el trazado más largo”, desvela el pantacampeón del mundo y residente en Mónaco Lewis Hamilton, principal candidato a lograr la pole y su tercera victoria.. ¿Pero por qué traicionar la historia si un cambio en el trazado no garantiza más espectáculo?
Aquellos tiempos con Senna
Una de las características de Mónaco es que cualquier aficionado puede cerrar los ojos y completar mentalmente la vuelta, o poner nombre a las curvas: Santa Devota, Massenet, Casino, Loewe, Portieres, La Chicane del Túnel, Tabac, La Piscina, la Rascasse… Quién no ha interiorizado las imágenes de la película Gran Prix, o esa onboard de Ayrton Senna durante la clasificación de 1988 con McLaren, la llamada ¿vuelta perfecta¿. “Recuerdo que corría más y más deprisa en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas de segundo, luego por medio segundo, después por casi un segundo y, al final, por más de un segundo. En aquel momento me di cuenta, de repente, que estaba pasando los límites de la consciencia”, explicó en su día el tricampeón brasileño.
Al día siguiente, durante la carrera, Senna fue aumentando la distancia con sus rivales de manera increíble, iba a a doblarlos a todos cuando chocó en Portiers. “Aquello no fue solo un error de pilotaje. El accidente sólo fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano…” Mónaco era una auténtica experiencia religiosa, un éxtasis místico para el vencedor en seis ocasiones entre 1987 y 1993. Sin tanto misticismo, el resto de ganadores en Mónaco reconocen una sensación muy especial cuando el coche se covierte en una prolongación de su cuerpo entre las vallas del Principado.
La carrera del glamour
Mónaco genera también otro tipo de éxtasis, el del hedonismo. Unas 200.000 personas acuden al gran premio, y con tan solo 1.000 se cubre el aforo de la pelusse de la Rascasse, el único a un precio razonable. El resto son tribunas, terrazas, balcones de hotel y barcos, muchos, gigantescos y lujosos barcos donde dejarse ver en la cita más mundana del año en el automovilismo. No es raro que en un hotel con vistas al trazado pidan 10.000 euros por una noche este fin de semana.
uchos de los barcos, tienes cubierta para helicópteros y pasan de los 100 metros de eslora… pero la aristocracia europea ha sido sustituida en parte por los nuevos millonarios asiáticos y de las repúblicas de la antigua URSS, horteras, a los que les encanta la ostentación, rodeados de cientos de escorts, buscando un buen partido. Es la nueva mundanidad que viste a una idea tan brillante como antigua: hacer correr a los coches más rápidos por las estrechas calles de un Principado de cuento.
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