NEOCOLONIALISMO DE DESPERDICIOS

Asia ya no quiere nuestra basura

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Adrián Foncillas

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El reciclaje global está afortunadamente al borde del colapso. La fórmula, que había consistido durante décadas en el despreocupado envío de basura a Asia, ha caducado. Miles de contenedores han sido devueltos en los últimos meses a sus remitentes con un mensaje conciso: no somos vuestro estercolero. De la crisis se espera que emerja una alternativa más ética y solidaria que este neocolonialismo de las basuras.

Solo el 9% de las siete mil millones de toneladas de plástico generadas desde 1950 han sido recicladas. Su uso generalizado forzó que el primer mundo aprobara en los años 80 regulaciones más estrictas que dispararon los costes de su eliminación. La lógica empresarial aconsejó externalizar un negocio de rentabilidad escasa y la solución fue obvia: China recibió durante décadas la mitad del plástico, papel y metales del mundo para alimentar la caldera de su industria manufacturera. Le servía todo. Diez años atrás, en un pueblo de la provincia costera de Guandong visitado por este corresponsal, toneladas de viejos ordenadores, lavadoras y demás chatarra electrónica llegaban en camiones desde el puerto y eran repartidas entre familias que los despanzurraran con sus manos en sus viviendas para rescatar cualquier pieza valiosa. El río hediondo, los arrozales arruinados y el cáncer rampante eran una factura asumible. Pero esta China no es aquella, han subido los estándares de vida y con los desechos propios le bastan para su industria cuando el Gobierno ya confía en el autoconsumo como nuevo motor económico.

El 'yang laji' o basura ajena

El sector se despertó el 1 de enero del 2018 agitado por un tsunami. China cerraba sus puertas al 'yang laji' o basura ajena. También la solución fue obvia: reconducir los contenedores unos cuantos miles de kilómetros más abajo y volver a empezar. El sudeste asiático comparte con aquella China la dolorosa pobrezaregulaciones laborales y medioambientales laxas y una ubicua corrupción para regatearlas. Las toneladas de plástico se duplicaron en Vietnam, Filipinas e Indonesia, aumentaron un 1.370% en Tailandia y Malasia, con apenas 30 millones de habitantes, se convirtió de la noche a la mañana en el mayor importador global.

Pero los veloces procesos de industrialización y urbanización de la región cubren ya el cupo de residuos gestionables y el flujo externo ha terminado por arruinar el cuadro. Ríos filipinos mugrientos, playas vietnamitas cubiertas por plásticos y ballenas y tortugas asfixiadas han frecuentado las portadas en los últimos años. Para los gobiernos es una cuestión tan ecológica como patriótica. Malasia, Filipinas, Camboya, Sri Lanka e Indonesia han devuelto cargamentos a Europa y Norteamérica en el último año.

Malasia, Filipinas, Camboya, Sri Lanka e Indonesia han devuelto cargamentos a Europa y EEUU este año

Su transporte es un ovillo de intermediarios que dificulta la fidelidad del etiquetado y la asunción de culpas. Sri Lanka no encontró los metales prometidos por el Reino Unido sino restos de la morgue en el centenar de contenedores que tuvieron que abrir por la pestilencia. Los gobiernos admiten que su control sobre lo que reciben es escaso. Pero, aún cuando el contenido es el prometido, carecen de una cadena de reciclaje eficiente y las toneladas son frecuentemente incineradas o terminan en vertederos.

"No tienen la tecnología ni recursos para resolver su propio problema de desechos, mucho menos para lidiar con los ajenos. Tienen estándares medioambientales bajos, condiciones laborales pobres y les falta una industria para el reciclaje", confirma Abigail Aguilar, responsable de Greenpeace en el sudeste asiático.

Al Convenio de Basilea de 1989primer intento de ordenar el caos, le sobraron buenas intenciones y le faltó arrojo. No prohibió el envío de desechos a los países en desarrollo y lo fio todo al consentimiento de sus gobiernos para aceptarlos. En la práctica basta con que los exportadores negocien con empresas privadas locales pare eludir la intervención oficial. Canadá desatendió durante años las peticiones filipinas para responsabilizarse de las 2.400 toneladas de desechos ilegales etiquetadas como plástico reciclable que descansaban en sus puertos desde el 2013 aludiendo a una transacción comercial privada. El levantisco presidente Rodrigo Duterte hubo de amontonar amenazas: declarar la guerra a Canadá, verter los contenedores frente a su embajada en Manila o capitanear un barco para dejárselas en sus costas. Canadá las repatrió en mayo.

Plástico peligroso

Las enmiendas acordadas este año a aquel convenio de Basilea han sido descritas como históricas por los expertos. Extienden el consentimiento gubernamental a los contratos privados, agregan el plástico al listado de sustancias peligrosas sujetas a restricciones y exigen que los exportadores supervisen su llegada a destino con un sistema transparente. Fue firmado bajo el amparo de la ONU por 186 países, con la notable y previsible excepción de Estados Unidos. Organizaciones como Greenpeace defienden que el sudeste asiático debería prohibir por completo las importaciones del primer mundo.

"La decisión china tuvo el efecto positivo de elevar la conciencia sobre la naturaleza global del comercio, que había sido ocultada a los consumidores occidentales", opina Isabel Hilton, experta en medioambiente en Asia y fundadora de la publicación 'China Dialogue'. "Pero hasta que gobiernos y empresarios no se comprometan con el desarrollo de la economía circular, que implica racionalizar los tipos de plástico permitidos, organizar procesos de reciclaje y establecer fuertes multas al contrabando y los vertidos ilegales, el problema persistirá. No es algo que el consumidor por sí solo pueda resolver", añade.

La cultura del reciclaje descansa en la tranquilizada asunción de que los desechos que el consumidor deposita en el contenedor pertinente serán gestionados con diligencia y no terminarán en una playa filipina. No parece exagerado preguntarle también al gobierno qué va a hacer con ellos. Malasia devolvió en junio a España cinco contenedores de plástico contaminado.