conservación frente a progreso

Madagascar se desangra

Un lémur, primate endémico de Madagascar.

Un lémur, primate endémico de Madagascar.

ANTONIO MADRIDEJOS
CERDANYOLA

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Madagascar era siglos atrás una isla cubierta casi por completo por bosques de una biodiversidad sin igual, repletos de especies endémicas como los lémures, las fosas e infinidad de murciélagos, roedores y camaleones, pero en las últimas décadas ha sufrido una deforestación galopante que le ha llevado a perder el 85% de su cubierta original. «Ahora, los turistas que salen de la capital, Antananarivo, y se dirigen a los parques nacionales del sur observan durante el camino horas y horas de estepa desarbolada», explica Álvaro Fernández-Llamazares, especialista en etnoecología que trabaja en Madagascar en diversos proyectos que intentan fomentar el crecimiento sostenible de la isla. Fernández-Llamazares, investigador del Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA) de la UAB, participa en un programa coordinado y sufragado por la Universidad de Helsinki, en Finlandia.

La isla, con un tamaño ligeramente superior al de España, se deforesta por dos motivos esenciales: por una parte, el crecimiento acelerado de la población tiene como resultado una necesidad imperiosa de nuevas tierras de cultivo; por otra, al amparo de poderosas mafias, las motosierras avanzan en busca de oro y maderas tropicales como el palisandro. A todo ello se une una inestabilidad política que ha supuesto perder buena parte de los fondos internacionales de ayuda al desarrollo. «Desde el espacio, los astronautas dicen que parece que Madagascar se esté desangrando porque la erosión arrastra hacia el mar la tierra ferruginosa típica de la isla. Despoblados de vegetación, los ríos tiñen de rojo el océano», dice el investiador.

Lo que busca el programa de gestión, encabezado por Mar Cabeza, profesora de Ecología de la Universidad de Helsinki, son «alternativas» para las poblaciones que viven junto o incluso en el interior de las pocas zonas conservadas en buen estado. Fernández-Llamazares cree que existen fórmulas para explotar la tierra sin menoscabar sus riquezas, lo que se conoce como permacultura. «Se necesitan sistemas agrícolas estables porque, una vez desprovistas de su cubierta vegetal, las tierras se empobrecen rápidamente, al igual que en la Amazonia», afirma. El investigador se muestra partidario de la creación de zonas «tampón» junto a los parques nacionales en las que se pueda cultivar, cazar y hasta instalar plantaciones madereras. Y también que se permitan dentro de los espacios protegidos algunas actividades tradicionales como la recogida de frutos (miel y vainilla, por ejemplo) y determinados cultivos. De lo contrario, la presión sobre los parques será insoportable. El equipo también cataloga toda la riqueza biológica, algo esencial para conocer lo que debe protegerse.

Escuelas y maestros

Una de las esperanzas es el turismo a la estela del modelo costarricense. Un ejemplo es lo que sucedía en el parque de Ranomafana, una de las joyas del país: las comunidades locales, dice el investigador del ICTA, recibían el 50% de los ingresos, lo que les permitía crear pozos, mejorar sus sistemas agrícolas o construir escuelas, pero «desde el golpe de Estado del 2009 no han visto nada». Para encarar el futuro, el programa de gestión forma a jóvenes universitarios malgaches. «Confiamos en que sean la base de una nueva de generación de políticos y ecólogos». El programa también canaliza fondos desde Finlandia para haya profesores en las escuelas de las comunidades en las que trabajan los investigadores.

Fernández-Llamazares dice que se dedica a «tender puentes» con las comunidades locales, lejos del «paternalismo». «Nosotros, que hemos devastado nuestro medio ambiente, no estamos en condiciones de decirles a la gente de aquí lo que debe hacer. Sería hipócrita», concluye.