Entrevista

Miguel Guillén: "Los conflictos nacionalistas han hecho que me reafirme aún más en mi identificación con mi barrio"

El politólogo y profesor de Mataró ha publicado recientemente un libro que recopila artículos suyos escritos en los últimos diez años

Miguel Guillén posa con su nuevo libro.

Miguel Guillén posa con su nuevo libro. / Roser Garcia

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Miguel Guillén Burguillos (Mataró, 1980) ha publicado recientemente un libro que recopila artículos suyos publicados prensa en los últimos diez años. El trabajo del politólogo y profesor mataronense está editado por la Fundació Nous Horitzons y lleva como título Els 'equidistants' tenien raó, El PCE al govern i altres articles. Selecció d'articles d'uns anys (no només) políticament apassionants (2011-2021). El volumen cuenta con prólogo de Joan Coscubiela, ex secretario general de CCOO de Catalunya, ex diputado de ICV y actual director de la Escola del Treball de CCOO. La visión que da el autor se enmarca en una tradición política y social concreta, aquella que bebe de la fuente inagotable del movimiento obrero y el catalanismo popular.

-¿En qué tenían razón los equidistantes?

En primer lugar, quiero dejar claro que ser equidistante en ningún caso significa ser indiferente, eso lo suele explicar muy bien Joan Coscubiela, un compañero al que aprecio especialmente y que no por casualidad firma el prólogo del libro. Un antifranquista y sindicalista de piedra picada, un defensor de las clases populares durante toda su vida, que ha tenido que escuchar cómo se le acusaba incluso de fascista. Esto ejemplifica hasta dónde ha llegado el delirio y el fanatismo de algunos.

Pues bien, el término "equidistante" hizo fortuna, como tantas palabras durante el Procés, para desacreditar a estas personas que comento, singularmente a los dirigentes políticos de lo que hoy sería el espacio de los ‘comunes’, Podemos o anteriormente Iniciativa per Catalunya Verds. En este sentido, políticos con trayectorias y sensibilidades diferentes fueron acusados de equidistancia. El propio Coscubiela o Lluís Rabell, o también Ada Colau, Jéssica Albiach, Xavi Domènech... incluso dirigentes a nivel español como Pablo Iglesias en algún momento fueron acusados de equidistantes.

Eso quiere decir que por un lado recibían ataques absolutamente furibundos por parte de personalidades del nacionalismo español más irredento, que los acusaban de hacer el juego al independentismo y plegarse a sus intereses en contra de la indisoluble unidad de España, mientras que por el otro lado también eran atacados por parte del nacionalismo catalán más radicalizado e identitario, que entendía, en su estrechez de miras, que no se podía ser catalán o incluso de izquierdas sin adherirse acríticamente a un proyecto hoy ya claramente fracasado, como fue el unilateralismo. Y aquí cabe recordar que mientras los supuestos "equidistantes" defendían que los catalanes y catalanas debían poder expresarse democráticamente sobre el futuro político de Catalunya, los partidos independentistas optaron por la vía unilateral e incluso hablaron de un eventual referéndum como una "pantalla pasada".

Los “equidistantes” se mojaron, probablemente como nadie, denunciando la violencia del 1 de octubre, reclamando los indultos o insistiendo en la necesidad de dialogar. Y nunca se les ha agradecido como tocaba. Fueron los que desde el principio alertaron a la ciudadanía catalana que las promesas que les hacían desde los partidos independentistas eran irrealizables, al menos en los términos que se planteaban. Ya vemos donde estamos… Lo cierto es que nadie duda que hoy estamos peor que antes del Procés, pandemia al margen, y la pregunta que me hago es la siguiente: ¿De verdad valió la pena? Por todo ello creo que ha quedado suficientemente acreditado que los mal llamados equidistantes tenían razón. ¡Vaya si la tenían! Porque ni el conflicto político se puede solucionar por la vía represiva o haciendo como si no pasase nada, como pensaron en el PP, ni a través de vías unilaterales que no conducen a ningún lado. Por eso los equidistantes siempre hablaron, y siguen hablando, de diálogo, de negociación, etc.

Creo que el hecho de que el PP ya no esté en el gobierno de España y que ERC ostente la presidencia de la Generalitat ayuda a la distensión. En este sentido, los indultos a los presos y la mesa de diálogo son dos elementos que ayudan y que muchos hemos venido defendiendo siempre. También creo que, a pesar de la difícil situación que ha generado la pandemia, la mesa de diálogo debe dar algún fruto y avanzar, porque no nos engañemos: esto no se ha acabado, por mucho que lo deseemos.

-Se presenta usted como uno de los catalanes a los cuales el Procés les ha helado el corazón, usando la metáfora de Machado. ¿Su caso desmiente los tópicos de exclusión social de los castellanohablantes en Catalunya o los avala?

Es mentira que los castellanohablantes en Catalunya estén excluidos. ¡De ninguna manera! Yo por lo menos, en mi condición de castellanohablante, hijo de andaluces y criado en un barrio obrero de inmigrantes, nunca me he sentido excluido. El conflicto lingüístico es una cuestión que a veces se agita, desde un lado u otro de la trinchera, con intereses políticos, partidistas diría yo, sin calibrar suficientemente el daño que se hace a la lengua, y con ello, a la sociedad catalana. De hecho, un partido que ha sido nefasto especialmente durante los años del Procés, como es el caso de Ciudadanos, nació precisamente con el tema de la lengua como ‘leitmotiv’.

La realidad es que no hay conflicto lingüístico: la gente se expresa en la lengua que quiere y, salvo casos muy contados, no existe ningún problema. Eso lo sabemos bien todos los catalanes y catalanas, también aquellos que desvergonzada e irresponsablemente usan la cuestión de la lengua para enfrentarnos, entre nosotros y con el resto de españoles. Y todo para conseguir un puñado de votos, porque el "tema catalán" siempre viene bien para soliviantar al personal y eso los estrategas de los partidos de la derecha y la ultraderecha lo saben bien. Respecto a todo lo que ha pasado estas últimas semanas con el modelo de inmersión lingüística, un sistema de éxito que deberíamos defender a capa y espada, se han dicho muchas barbaridades y creo que hay que recordar que precisamente se trata de un gran logro de las clases populares catalanas.

Aquellas familias de clase trabajadora tuvieron altura de miras, supieron leer la realidad y el momento, y entendieron que sus hijos debían aprender el catalán para tener las mismas oportunidades que aquellos niños que sí conocían la lengua. Y la solución que se encontró, acertadamente, fue el sistema de inmersión lingüística. Aquí podríamos discutir si hay que actualizar o revisar el modelo, algo que propuso el propio conseller Josep Bargalló, y debemos estar dispuestos a ello, pero sin olvidar que el catalán está en una clara inferioridad respecto a una lengua global como es el castellano y hay que darle especial protección. Y quiero decir que no es casualidad que yo haya decidido publicar el libro en catalán. Creo que una de las formas de defender la lengua es precisamente utilizándola.

-Los artículos del libro datan de entre el 2011 y el 2021 y precisamente el Procés empezó formalmente con la Diada del 2012, cuando Artur Mas vuelve a Barcelona después del portazo de Mariano Rajoy a las demandas de pacto fiscal. ¿La coincidencia es buscada?

La verdad es que no. Pero sí es verdad que el año pasado, cuando me planteé, o mejor dicho, me sugirieron que recopilase mis artículos, pensé: "Bueno, en los últimos años han pasado muchas cosas, han sido muy agitados, y yo he ido publicando mis opiniones sobre todo lo que ha ido pasando". El caso es que me di cuenta que en 2011 pasaron muchas cosas y fue un año que creo que abrió una etapa especialmente intensa. Podría haber optado también por incluir artículos de 2010, porque fue el año de la famosa sentencia del Estatut, pero elegí el 2011. Sí, es verdad, en 2011-2012 se podría decir que comienza el Procés con un dirigente nefasto como Artur Mas como President, pero es que no solamente de Procés vive el hombre... Fue el año del 15-M, el final de ETA, la llegada de Rajoy a la presidencia del gobierno, etc.

-El otro título de su nuevo libro -El PCE al govern- hace referencia a que el partido al cual está afiliada la actual vicepresidenta del gobierno, Yolanda Díaz, es el PCE, ni a Izquierda Unida ni a Podemos. Se entiende que hace una alabanza a este retorno a los orígenes. ¿Por qué?

Bueno, no sé si a Yolanda Díaz le conviene mucho ahora mismo hacer referencia a sus orígenes y al carné del PCE. (ríe). La verdad es que a la hora de elegir el título, que por otra parte no es demasiado comercial, no nos engañemos, quería que apareciesen dos temas que han sido protagonistas en mis artículos de prensa durante los últimos diez años: el Procés y el papel de las izquierdas transformadoras en la política española y catalana. En este sentido, una vez hago referencia al Procés a través del artículo de los "equidistantes", no se me ocurría mejor manera de referirme a la segunda cuestión que recordando el hecho histórico que supuso que en el consejo de ministros se sentasen miembros de partidos a la izquierda del PSOE, cosa que no ocurría desde la Segunda República, si bien es cierto que antiguos miembros de formaciones comunistas ya habían sido ministros, aunque después de abandonar la militancia, como fue el caso de Jordi Solé Tura o Jorge Semprún, por citar solamente dos ejemplos. Que, a pesar de todas las resistencias y dificultades, haya un gobierno de coalición, con varias formaciones representadas, creo que repara una anomalía histórica en cuarenta años de democracia, y es que la izquierda transformadora, a pesar de contar con un apoyo electoral importante a lo largo de todos estos años, nunca estuvo formalmente representada en el consejo de ministros. Que Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Irene Montero o Yolanda Díaz formen parte de él es algo que ha sido un hito en la historia reciente de las izquierdas españolas, y eso de alguna manera tenía que plasmarlo en el título del libro.

Recordar al PCE es recordar, junto al PSUC, al partido más importante de la lucha antifranquista, y es una manera de homenajear modestamente a aquella generación heroica que se lo jugó todo para que hoy podamos disfrutar de una serie de libertades y de una democracia que, con todas las limitaciones que quieras, no fue gratis. Por eso creo que es ventajista hablar hoy en día de lo mal que supuestamente lo hizo la izquierda en la Transición y demás, porque la correlación de debilidades de que hablaba Manolo Vázquez Montalbán era la que era. Y en el antifranquismo hubo mucha menos gente de la que ahora parece, hay que recordarlo.

-No obstante, en su anterior libro, Podemos-Izquierda Unida. Del desamor a la confluència, de algún modo alababa que se hubieran puesto de acuerdo el mundo comunista y el mundo de Podemos, que no era el mismo. ¿Se ha desengañado de aquella confluencia?

En absoluto. Siempre he sido un firme partidario de la confluencia y la unidad entre las organizaciones y las gentes de izquierdas, que como sabemos supone una tarea harto complicada. Es verdad que, a menudo, se da una imagen de desunión y conflicto interno que no gusta en absoluto al electorado y que luego se penaliza en las urnas, pero creo que es mucho más fácil dar la batalla al adversario político si hay unidad, si se unen esfuerzos, si se tiene claro que el enemigo está fuera y no dentro, porque es más importante lo que nos une que no lo que nos separa. En este sentido, a veces se dedica mucho tiempo al conflicto interno, al quítate tú para ponerme yo, a mirar de reojo a nuestros compañeros y compañeras, y se pierde un tiempo precioso que se podría y debería dedicar a explicar el proyecto de la izquierda transformadora, a poner en evidencia las mentiras de las derechas políticas y mediáticas, etc. Lo que creo es que esta coalición entre Podemos e Izquierda Unida hace tiempo que debería haber dado un paso más y trabajar conjuntamente más allá de lo institucional o lo electoral, organizándose en todo el país. Porque como dejó dicho Gramsci, las ideas no viven sin organización. Esa lección se debería haber aprendido ya, porque el reto es mayúsculo y no nos podemos permitir que, con la que está cayendo, la extrema derecha se siente en el consejo de ministros. Nos jugamos demasiado.

-En esta ocasión el libro también tiene una vertiente local y habla de Mataró, en muchos de los artículos. ¿Por qué los incluye? ¿El conflicto identitario generado acerca del Procés le ha llevado a subrayar su identidad local?

Se dice que la patria de uno es su barrio, o incluso su infancia, que decía Rilke. No creo que tenga nada que ver con el Procés, si bien a mí estos conflictos nacionalistas alrededor del mundo, no solamente aquí, lo que han hecho en los últimos años ha sido que me reafirme aún más en mi identificación con mi barrio, con mi ciudad, con mi gente. Pero sobre todo con mi clase social, que parece que es algo que ya no está de moda pero que sigue siendo absolutamente determinante. Aquellas personas que, como yo, tenemos inquietudes a la hora de poner negro sobre blanco nuestras reflexiones, tenemos la obligación de hablar de nuestro entorno más cercano, y en este sentido yo siempre he querido reflexionar sobre mi barrio y mi ciudad, en los que me siento muy a gusto. A mí, supongo que como a todo el mundo, me ha marcado profundamente crecer en un barrio como el mío, el de Cirera de Mataró, un barrio de gentes humildes llegadas de todos los lugares de España con una mano delante y otra detrás. La gente de barrio lo tenemos más fácil para vivir con los pies en el suelo, porque sabemos lo que es tener que levantarse temprano para ir a trabajar duro, porque lo hemos visto cotidianamente en nuestra casa, porque nadie nos ha regalado nada. El Procés precisamente ha tenido también que ver con eso, porque algunos de los dirigentes que tomaron determinadas decisiones creo que lo hicieron porque tienen un desconocimiento absoluto de la realidad del país que tanto dicen amar. Y mucho me temo que algunos de ellos, que incluso han ocupado la presidencia de la Generalitat, no tienen ni idea de lo que son los barrios como el mío, en los que viven muchos catalanes y catalanas, aunque a veces haya quien insinúe que en realidad no lo somos, o que lo somos de segunda categoría. Pues mira, no. Porque como dijo Josep Benet, Catalunya és un sol poble. O debería serlo, aunque haya quien se empeñe en que no sea así.

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