Hacia un cambio de paradigma comercial

El problema de Trump con el comercio internacional no es el proteccionismo en sí; es algo peor, el unilateralismo. Y su eso no augura nada bueno. El presidente de EEUU ha creado un nuevo paradigma: la defensa de unas relaciones comerciales diferentes

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PELAYO CORELLA. PROFESOR DE ESCI-UPF

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Cuando Donald Trump se presentó a las primarias republicanas para conseguir la nominación en la carrera presidencial, nadie creyó en sus posibilidades. Era un 'outsider' que ganaba espacio televisivo gracias a verdaderas barrabasadas. Conocedor de los entresijos y del funcionamiento del 'show business', el candidato Trump tenía un discurso simple, a la par que maniqueo, pero sumamente efectivo: nosotros, los estadounidenses, los buenos; los demás, secundarios y, en muchos casos, prescindibles. 

Nadie vio lo que se avecinaba. Y el caso es que ganó. Y al ganar, ya se han producido las primeras sacudidas. En lo político, la polarización en EEUU es extrema y no augura nada bueno para los próximos meses y años. En materia comercial, el aldabonazo estaba anunciado: la introducción unilateral de aranceles a sus principales socios comerciales, la salida de acuerdos recién firmados (el Transpacífico o TTP) y la renegociación de los ya existentes (el NAFTA con México y Canadá).

Trump y la balanza comercial

Lo curioso del caso es que Trump, en su simplicidad desmedida, no entiende lo que significa una balanza comercial. Y mucho menos en un momento de globalización. Tampoco creo que le importe en demasía. El mundo se ha convertido en una gigantesca cadena de montaje: las empresas externalizan deslocalizan parte o la totalidad de la producción y buscan nuevos proveedores en pos de una mayor eficiencia y competitividad.

Es verdad que EEUU acumula un gigantesco déficit comercial de cientos de miles de millones de dólares con China y otros países, pero también lo es que el culpable no es solamente el maléfico gobierno de Pekín. También son corresponsables conocidas multinacionales estadounidenses que producen en China y en otras latitudes asiáticas sus productos estrella. 'Stricto sensu', la balanza comercial dice que gana China, pero los márgenes comerciales y los beneficios empresariales, así como el precio de las acciones en Wall Street, señalan como ganadoras a empresas con pasaporte estadounidense.

Un triunfo pasajero

En cualquier caso, el problema de Trump con el comercio internacional no es el proteccionismo en sí; es algo peor, el unilateralismo. Según él, EEUU está maniatado fruto de un sinfín de organismos internacionales y al consiguiente entramado de acuerdos y pactos con terceros. Trump considera que EEUU, como primera potencia mundial, debería ir por libre. Y a eso aspira.

Ante la creciente complejidad de los problemas del globo, su airada unilateralidad no augura nada bueno. Su país pierde simpatía, se aísla y, en definitiva, pierde influencia. Su triunfo es pasajero, aunque su labor de gobierno tendrá un impacto en la gobernanza mundial y en la de su propio país en el futuro inmediato.

A la espera del resultado de las elecciones de este otoño, en las que los republicanos pueden perder el control del Legislativo y complicar la última parte de su mandato, lo cierto es que el ínclito presidente ha creado un nuevo paradigma: la defensa de unas relaciones comerciales diferentes.

Malestar de las clases medias blancas

Con razón o sin ella, los futuros inquilinos de la Casa Blanca tendrán que fijarse en algo que Donald Trump supo ver: el creciente malestar de las clases medias blancasHastiadas de una globalización de la que no se han sentido beneficiadas, temerosas de que sus hijos no tengan mejor futuro que ellas, muchas de estas familias habitan en los estados del llamado cinturón del óxido, que han vivido una lenta pero inexorable desindustrialización en el noreste de EEUU.

Vista la polarización política existente, los demócratas necesitarán el apoyo de una parte de estos votantes. Ese olvido condenó a Hillary Clinton en las pasadas elecciones presidenciales. Los demócratas tienen el futuro a su favor: el país es más plural y diverso, y esa diversidad racial prefiere abrazar el discurso demócrata, pero ese WASP (blanco, protestante y anglosajón) desesperado es parte primordial aún hoy del país. Y determinantes para lograr mayorías presidenciales fruto de un proceso de elección presidencial indirecto que no se corresponde con un hombre, un voto.

Más allá del discurso racista, de su mala educación, de sus sandeces y sus exabruptos tuiteros, Trump tiene un plan: atender ese desasosiego WASP, aún a costa de desarbolar el legado ideológico de los republicanos. Muchas de sus políticas están diseñadas para dar cumplida respuesta a esos miedos. También es cierto que esas políticas acabarán, en algunos casos, volviéndose en contra: si se introducen aranceles, los productos importados serán más caros y el consumidor estadounidense pagará más caro lo que quiera comprar.

China, el reto pendiente

Ahora bien, de momento, con sus amenazas ha conseguido que México deje en la estacada a Canadá y haya renegociado bilateralmente unas nuevas bases del NAFTA y que Angela Merkel, la todopoderosa canciller alemana, haya templado los ánimos y busque desde ya para su industria automovilística una honrosa salida. Queda pendiente el reto ante China. Palabras mayores.

Trump dijo que era fácil ganar una guerra comercial. La lógica dice que no: pero, a veces, el sentido común es el menos común de los sentidos.