El 'sheriff' de la frontera

La esencia del neoproteccionismo a la carta es falaz. La guerra arancelaria perjudicará a los consumidores de las economías implicadas, que sufrirán pérdidas de bienestar derivadas del encarecimiento de precios y menores posibilidades de consumo

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JOSEP LLADÓS. PROFESOR DE LOS ESTUDIOS DE ECONOMÍA Y EMPRESA DE LA UOC

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Obcecada con las cifras del déficit exterior, la Administración Trump inicia una cruzada mercantilista en busca de un balance más favorable por la vía de la imposición de obstáculos comerciales. Pero la esencia primordial de este neoproteccionismo a la carta es falaz, porque los promotores de la escalada arancelaria no atienden a los mecanismos económicos modernos de transmisión internacional.

El déficit comercial es el resultado de un nivel agregado de consumo que supera la producción destinada al mercado interior. Para mitigar el déficit existente sería necesario dirigir esfuerzos a estimular la capacidad de ahorro o mejorar la competitividad de la producción interna. En cambio, transitar por los senderos de la guerra arancelaria perjudicará a los consumidores de las economías implicadas, que sufrirán pérdidas de bienestar derivadas del encarecimiento de precios y menores posibilidades de consumo.

Tampoco mejoraría el mercado laboral, porque la pérdida de empleo industrial en EEUU fue más la consecuencia de la automatización digital de tareas rutinarias que no el resultado de la competencia exterior. Los aumentos potenciales de empleo en las industrias directamente protegidas no compensarían las pérdidas de empleo en otras actividades, dependientes de importaciones encarecidas y perjudicadas por el descenso de demanda. Si la escalada comercial se ampliara a más productos, el impacto sería aún más desfavorable.

Apreciación del dólar

La disonancia es aún más estridente al ámbito financiero, porque el déficit comercial es una contrariedad solo cuando no puede ser financiado de forma sostenible desde el exterior. Este no es el caso de la economía norteamericana, que satisface sus necesidades de financiación esencialmente mediante ventas de deuda pública a un coste muy inferior al rendimiento que obtiene por sus operaciones de inversión internacional. En realidad, las empresas de EEUU se benefician mucho más de la producción en el extranjero de lo que los datos comerciales muestran. Las rentas de la inversión directa exterior aportan anualmente al país entre el el 7 y el 8% del capital invertido, muy por encima del abonado a los acreedores de la deuda soberana. El endurecimiento de la política monetaria por parte de la Reserva Federal no cambiará este resultado pero sí puede inducir, en cambio, una apreciación del dólar que disuelva los efectos protectores de la coraza arancelaria.

Las medidas proteccionistas pueden favorecer temporalmente el acceso al mercado interior de los productores estadounidenses pero perjudicarán también su competitividad internacional, porque la participación de EEUU en las cadenas globales de valor se explica mayoritariamente por la presencia de productos intermedios en las exportaciones de los socios comerciales. China y los asociados al NAFTA son los principales mercados exteriores y a la vez también los proveedores principales de recursos para las exportaciones estadounidenses. Es un nexo estrecho que ha crecido con el paso del tiempo. Significativamente, la mitad del valor contenido en las exportaciones chinas a EEUU no proviene del país asiático. En este contexto, es contraproducente encarecer los intercambios comerciales entre los integrantes de las cadenas de producción de metales, maquinaria o material de transporte. Probablemente, solo terminaría induciendo efectos de desviación de comercio en favor de países terceros.

Incertidumbre creciente

Tal vez la amenaza proteccionista acabe siendo simplemente una estrategia para lograr mejores condiciones exportadoras, inducir reducciones en la producción de los competidores o modificar el diseño de alianzas empresariales en sectores estratégicos. Pero la caótica arquitectura de la 'Trumponomics' no genera solo fuegos artificiales. Amenzando la pervivencia de un multilateralismo que facilita los intercambios de mercancías y capital, el contexto económico vira hacia una incertidumbre creciente que tiene en las decisiones de inversión empresarial su punto crítico.

La mayor parte del comercio internacional actual no son bienes de consumo sino productos intermedios que circulan en el interior de cadenas de producción y suministro que tienen carácter global. Los intereses nacionales se diluyen en estas complejas redes generadoras de valor para que la fragmentación internacional de la producción ha motivado una creciente interdependencia económica. De modo que, de proseguir la escalada bélica, los efectos adversos del proteccionismo se distribuirían generosamente entre los implicados. La pérdida de renta sería evidente y estaríamos a las puertas de una reestructuración profunda de algunas actividades industriales, deseosas de sustituir importaciones fiscalmente penalizadas por proveedores alternativos.

En principio, las economías con disponibilidad de más recursos internos podrían aprovechar mejor esta reconfiguración de las cadenas de valor. Pero probablemente la distribución de ganadores y perdedores en el nuevo escenario dependería críticamente de su contribución a la eficiencia de las nuevas redes de producción. En esencia, ahora y después, es la productividad, ¡estúpido!