Ciudad escenario: suspenso en sostenibilidad

Hay que frenar los festivales. De forma consensuada, debemos corregir la dirección. No podemos seguir pensando que serán la solución para todo. También son responsables de algunos efectos negativos de la transformación urbana y social de nuestras ciudades

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ALBA COLOMBO. DIRECTORA DEL POSTGRADO DE GESTIÓN DE EVENTOS CULTURALES, DEPORTIVOS Y CORPORATIVOS DE LA UOC

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Todos estamos eufóricos al empezar la temporada de festivales en nuestra ciudad, ha llegado la primavera y salimos a la calle para gozar de un atardecer con buena música y amigos, ¿pero somos conscientes de lo que este festival supone para nuestra ciudad? ¿Lo que nos aporta pero también lo que nos cuesta como ciudadanos?

Miles de casos ilustrarían la estrecha relación que han tenido las ciudades con grandes festivales de música, teatro, cine, danza o circo. Han crecido juntos, han adquirido visibilidad y en muchas ocasiones, tanto la ciudad como el festival, han llegado de la mano a la esfera global. Se han posicionado en otra liga que les ha dado muchas ventajas, pero también inconvenientes. Las metrópolis han visto en los festivales un potencial único para generar imagen y marca, que ha desembocado en reacciones extremas como la turismofobia al culminar con éxito sus estrategias de promoción. Por otro lado, los festivales globalizados han intentado, a medida de sus posibilidades, establecer vínculos entre la escena local y los flujos globales de la industria que representan, pero los resultados no han sido relevantes. No se puede pedir a las estructuras globales que tengan responsabilidad local ya que son dimensiones que dialogan difícilmente. 

Los recursos que se consumen

La imagen pública de los grandes festivales urbanos se ha ido transformando en los últimos años pasando a ser consumidores de recursos y generadores de efectos que solo benefician a unos pocos. Recursos, como por ejemplo el espacio público, muy apreciado en ciudades con cierta limitación y convergencia de usos. Los festivales y los eventos en general tienen la capacidad de interrumpir la naturaleza de los espacios públicos y cambiar así las dinámicas tanto a corto como a largo plazo. La comercialización del espacio público a favor de los festivales y eventos ha generado la llamada 'festivalizacion' de las ciudades contemporáneas, que da lugar al embellecimiento superficial construyendo espacios atractivos para ciertos estilos de vida y que tiende a generar exclusión. 

Los festivales también son grandes consumidores de recursos del ecosistema local que son importantes para las ciudades. Agua, energía, transporte, desechos, salud y seguridad, son elementos que los festivales tienden a consumir de forma poco sostenible a lo largo del evento, antes y después, y esto puede dañar el ecosistema existente. Así que las metrópolis y sus ciudadanos tienen que invertir recursos en mantener una temporada de festivales sin tener muy claro qué les reporta, más allá de ventajas económicas para muy pocos.

Exprimir el potencial

Dicho esto, el potencial que puede tener un festival es infinito y las ciudades aún no han sabido exprimirlo adecuadamente. O a lo mejor son los festivales que no se han puesto a disposición de las ciudades. Sin querer ser solución para todo, los grandes eventos, pero también los de pequeñas dimensiones, pueden generar efectos de distinta índole, con diferentes intensidades, y para varias comunidades, que pueden garantizar una evolución social, sectorial y urbana dinámica y coherente. Así los festivales son gotas que generan grandes ondas expansivas a partir de tres dimensiones; la vertical, es decir el propio festival, sus características y delimitaciones; la horizontal, es decir el territorio donde se materializa este impacto; y la diagonal, la profundidad de campo de las ondas de expansión. Lo único que tendremos que decidir es qué tipología de onda y en qué intensidad se busca.

La idea de la ciudad sostenible en eventos emerge de la desenfrenada crecida de festivales que han vivido recientemente muchas ciudades. Esta explosión ha sido sustentada por la impaciente legitimización de la existencia de ciertos festivales que ha generado una masificación descontrolada. En muy raras ocasiones se ha hablado de la sostenibilidad de los eventos y de la salud de este sector en las ciudades, ya que generalmente tendemos a segmentarlos por industrias y áreas de influencia. Esto ilustra la inherente necesidad de establecer un claro portafolio de eventos de ciudad para poder coordinar o al menos determinar la voluntad político-social y comunitaria de su existencia.

Por eso hay que frenar los festivales. Hay que dar un paso hacia adelante y corregir la dirección. De manera consensuada entre el sector, la administración y la ciudadanía hay que encontrar la mejor manera de que los festivales se relacionen con las ciudades. Hay que evitar que estos actos puntuales dominen el cauce de la evolución económica, social y urbana de nuestras metrópolis. Las ciudades tienen que dejar de ser escenarios al uso dónde festivales de creación local o de importación desarrollan su actividad. Las ciudades tienen que tener un papel determinante en este tipo de eventos y entenderlos como socios y aliados para su desarrollo sostenible.