Sumar bits con átomos

Digerir la transformación digital no pasa por diseñar una 'app' o abrir un 'e-commerce¿; supone incorporar la gobernanza dual de ambas fábricas, la de los átomos y la de los bits

CARLOS COSIALS Y SÍLVIA GONZÁLEZ EHLERS. UIC BARCELONA

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Que la digitalización de las empresas es una asignatura pendiente, es una cuestión ampliamente referenciada que aún es más preocupante cuando nos enfocamos específicamente al ámbito industrial. Según el estudio de Pwc ‘Global Digital Operations Study 2018’, dos de cada tres empresas industriales españolas se están quedando atrás en el proceso de digitalización. Esto debería inquietarnos porque la digitalización ha calado en nuestra sociedad y en nuestros hábitos como consumidores, y ha llegado para quedarse. Y, tal como advierte otro estudio publicado por la consultora McKinsey en el 2017, el avance de las nuevas tecnologías amortiguará el crecimiento y los beneficios de aquellas empresas que no sepan adaptarse.

El temor a desaparecer es un potente motivador pero, ¿por dónde empezar? Según Jorge Wagensberg, "cambiar la respuesta es evolución, pero cambiar la pregunta es revolución", y no es casual que se haya acuñado el término revolución digital, en relación a la industria 4.0. Ahora el principal objetivo es encontrar las nuevas preguntas que impulsen a las empresas industriales a brillar, de nuevo, durante el siglo XXI.

La automatización del siglo XIX

A finales del siglo XIX y principios del XX, la industria y su progresiva automatización fueron la respuesta a la aspiración de alcanzar una modernidad, en la que el progreso trajera la felicidad a la población, y esta idea activó a todos los sectores de la sociedad para aportar su parte al diseño de esa modernidad. Por su parte, los gobiernos, con sus legislaciones fiscales, incentivaron que la industria aumentara su producción, induciendo la adopción de economías de escala como respuesta.

Las industrias digitales, con su habilidad para entregar búsquedas, información, música, etc., de forma ubicua e inmediata, han satisfecho y mimado nuestra desleal impaciencia consumidora, convirtiendo en factores diferenciales la personalización y la inmediatez e imponiendo que estos dos ejes delimiten ahora el nuevo terreno de juego de la competencia. Mientras, la industria tradicional, cuyas máximas eran estandarización y repetitividad, quedan cada vez más desfasadas para algunos productos. Solo 1,3 de los dos millones de clientes que compran un BMW al año, coinciden en querer exactamente el mismo coche: modelo, color, etc. Por lo tanto, partiendo de un contexto tradicional, las empresas ya se están viendo forzadas a entregas más propias del entorno digital.

Expertos y gurús animan a promover la entrada masiva del bit en la fábrica y en los productos. No obstante, sentar en la misma mesa a ingenieros informáticos y de telecomunicaciones, exitosos en una cultura de versión beta permanente, y a ingenieros industriales, que diseñan y manejan fábricas y productos, sujetos a numerosos condicionantes normativos y legales, evidencia los diferentes puntos de partida que hay que conciliar. Y es que los actuales usuarios aceptan 'productos plátano' (que maduran en casa del cliente) cuando se trata de productos o servicios digitales, pero la tolerancia es menor cuando se trata de productos industriales. Lo estamos viendo en las críticas y las demandas a las que se enfrenta Tesla actualmente en EEUU.

Digerir la digitalización en una empresa tradicional de productos atómicos no es solo cuestión de diseñar una ‘app’ o abrir un ‘e-commerce’ en paralelo a la producción. Comporta incorporar, como parte del proceso productivo y operacional, la gobernanza dual de ambas fábricas, la de los átomos y la de los bits, como un todo. Hay que servir híbridamente átomos y bits. Por tanto, a nuestro proceso fabril de transformar átomos, hay que integrar, que no sumar, la operación de gestionar estos bits omnipresentes que recopilan la información del proceso, de las actividades de las personas y que viajan con nuestros productos para indagar cómo se comportan nuestros clientes. Para volver a la fábrica, donde mejorar constantemente el producto y el proceso, gracias al conocimiento que, automatizadamente, se va generando.

La 'servicialización'

Desde el punto de vista del negocio, la digitalización permite abrazar la oportunidad de obtener ingresos recurrentes a través de la prestación de servicios tras la entrega, en lo que se está referenciando como ‘servicialización’. Un ejemplo de esto es la facilidad de acceder a la prestación fotocopiadora, pagando por hoja impresa, frente a la casi imposibilidad de adquirir el aparato.

Si la industria 4.0 consistiera en un añadido cosmético no hablaríamos de revolución digital. Buscar la manera de ‘servicializar’ nuestro producto es, en nuestra opinión, el mejor punto de partida para plantear las preguntas adecuadas. En este sentido, será preciso buscar una comprensión integral, que permita a las empresas incorporar las disciplinas digitales a sus procesos industriales y así dar con las respuestas de posmodernidad, que nuestra sociedad reclama ahora.