'Urbs', ciudad, 'ville', 'city'... ¿'chéngshì'?

A las puertas del año 2020 resulta evidente que solo la escala metropolitana ofrece la dimensión mínima necesaria para ser relevantes en el entorno de competitividad global que vivimos. La gran Barcelona tiene motivos para ser optimista.

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CRISTIAN BARDAJÍ. DIRECTOR DE ESTUDIOS DE INFRAESTRUCTURAS DE LA CAMBRA DE COMERÇ DE BARCELONA

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Ahora que vivimos con la sensación de que la reputación internacional de Barcelona se encuentra en un punto de inflexión, en un cambio de rasante del que puede salir reforzada o debilitada por una larga temporada, vale la pena seguir el hilo de la historia para constatar que las raíces de este reconocimiento son profundas y firmes. Y que, en buena parte, estos fundamentos son indelebles, porque son la huella física que la creatividad de las personas que hemos vivido y trabajado a lo largo del tiempo ha ido aportando a la identidad de Barcelona como ciudad.

Simplificando, pero no demasiado, podríamos decir que la ciudad de Barcelona comenzó a ser digna de tal nombre en época romana. Por lo tanto, primero fue '. A partir de un asentamiento ubicado alrededor del monte Táber y aprovechando un puerto natural. Definiendo una primera estructura de calles de trazado ortogonal, que aún hoy sigue siendo bien visible, y dedicando espacio a las plazas. Porque somos una ciudad de mar y somos una ciudad de plazas.

De ciudad grande a gran ciudad

Y la ciudad fue creciendo, con altibajos, hasta hacerse ciudad grande y, después, gran ciudad. Un crecimiento económico sustentado, progresivamente, en la agricultura, el comercio, las artes y oficios que desembocaron en la industria y los servicios. Añadiendo cada vez una nueva capa de especialización al sustrato existente. Extendiendo el ámbito de influencia. Saltando barreras. Demoliendo murallas. Ensanchando los límites de la ciudad construida. Haciendo barrios. Levantando edificios, unas veces mejor que otras. Proveyendo de servicios urbanos a sus habitantes. Agua corriente, saneamiento, energía, transporte público, gestión de residuos. Cuidando el espacio público. Manteniendo siempre esta inquietud por la calidad del espacio público.

Y un día escuchamos «'À la ville de'... !». Y el tiempo se aceleró. La ciudad dio un salto adelante. Aunque justo estábamos descubriendo las consecuencias prácticas de la incorporación a lo que en ese momento llamábamos CEE (Comunidad Económica Europea), todo el mundo entendió que el salto iba más allá. Barcelona entró por méritos propios y por la puerta principal al selecto club de las grandes ciudades mundiales. Y se arregló para dar la talla a nivel internacional. Siendo fieles a las raíces. Construyendo las rondas para reducir carriles de circulación y ampliar aceras en el interior de la ciudad. Preparando el puerto y el aeropuerto para el siglo XXI. Cuidando el interior para proyectarnos hacia el exterior.

Pero el tiempo siguió acelerándose y empezamos a hablar de globalización. Y las grandes ciudades mundiales comenzaron a ser 'global cities'. Así, en inglés. Y Barcelona ha afrontado un nuevo salto de escala, al menos a efectos funcionales. Porque a las puertas del año 2020 resulta evidente que solo la escala metropolitana ofrece la dimensión mínima necesaria para ser relevantes en el entorno de competitividad global que vivimos. Como ejemplo más paradigmático de estos tiempos, Barcelona se ha posicionado como Mobile World Capital... de la mano de un Mobile World Congress que se celebra en L'Hospitalet de Llobregat.

En buena forma

Si hacemos caso de las cifras agregadas, Barcelona ha llegado a este punto del camino en buena forma. Así lo muestra una vez más (y van 15 ediciones) el último informe anual del Observatori de Barcelona, un proyecto conjunto del ayuntamiento y la Cambra de Comerç que tiene por objetivo comparar nuestra ciudad con las principales ciudades europeas y del mundo, a partir de 32 indicadores estructurados en seis ámbitos: los negocios, el conocimiento, el turismo, la sostenibilidad y la calidad de vida, los precios y los costes, y el mercado laboral y la formación.

El informe subraya la confianza que genera Barcelona en ámbitos como la inversión internacional y el emprendimiento tecnológico. Y claro, el reto es mantenerla e incrementarla. Y eso pasa por potenciar las fortalezas identificadas, como el atractivo turístico y el dinamismo exportador, para reforzar la promoción de la ciudad en el mundo y para atraer nuevos eventos, ferias y congresos.

Las megalópolis

Pero además, habrá que continuar cuidando el entorno más cercano. Fomentando un crecimiento inclusivo. Avanzando hacia un modelo productivo basado en el conocimiento, la creatividad, la innovación y la sostenibilidad. Adaptando el metabolismo metropolitano en términos de flujos energéticos y de flujos de movilidad a los requerimientos emergentes de calidad de vida que nos planteamos como sociedad. Ofreciendo una vez más las soluciones que nos funcionen como referente para el resto de 'chéngshì' del mundo, que así es como se llama ciudad en chino ... Porque existe una percepción generalizada de que el tiempo se sigue acelerando y que las megalópolis protagonizarán el futuro, especialmente las chinas.

Y con esta tensión viviremos los próximos años, con el dilema de si seremos capaces de progresar entre las ciudades de referencia global o si más bien tenderemos a ser encasillados como un lugar pintoresco pero poco influyente. El hecho de haberlo conseguido de manera reiterada en el pasado debería permitir a la gran Barcelona ser optimista. Y más aún si sumamos la complicidad y el compromiso de todas las personas a las que nos gusta vivirla.