Espectadores o actores del porvenir económico

Lejos de ser meros observadores del hecho económico, los consumidores, ahorradores y empresas pueden contribuir al buen funcionamiento macroeconómico

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PEDRO GARCÍA DEL BARRIO. PROFESOR DE LA FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS DE UIC BARCELONA

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El análisis económico ha contribuido al bienestar material de manera insospechada por la mayoría de los ciudadanos. Incluso los economistas no dejamos de asombrarnos ante ideas y aportaciones que, siendo hoy generalmente aceptadas, no eran obvias antes de ser formuladas.Y sin embargo, las implicaciones de estas teorías han supuesto un avance enorme. Un ejemplo es el principio de la ventaja comparativa de David Ricardo, y los beneficios de la especialización e intercambio. Se atribuye a Gilbert K. Chesterton la frase de que no hay nada más práctico que una buena teoría…

Mi interés por la teoría económica nació precisamente del asombro ante lo que ésta era capaz de proponer. Motivo de asombro es también el excesivo tiempo que ha costado alcanzar conclusiones que hoy día se consideran elementales. Lo vemos en el papel que juegan las expectativas, su influencia sobre las decisiones de los agentes económicos y su impacto en la economía real. La relevancia del tema hizo merecedor del Premio Nobel de Economía en 1995 a Robert E. Lucas, máximo exponente de la escuela de las expectativas racionales. En efecto, las expectativas son demasiado importantes como para dejarlas de lado, pues ayudan a entender las actuaciones de las personas y el devenir de la economía real.

¿Basta con aplicar soluciones técnicas?

Este es el contexto en el que quisiera plantear algunas preguntas que no se refieren al bienestar particular de agentes individuales, sino que se abordan desde una perspectiva macroeconómica. ¿Somos los ciudadanos meros espectadores del porvenir macroeconómico?; ¿basta aplicar soluciones técnicas a los problemas que nos aquejan? O, por el contrario, ¿tenemos los individuos un papel protagonista en relación con la prosperidad futura?; ¿depende el bienestar de un país de la actitud con que consumidorestrabajadoresinversores empresarios enfrentamos las situaciones? Según el parecer de algunos, la evolución macroecoómica puede controlarse mediante procedimientos y soluciones técnicas, diseñadas por unos pocos expertos. Para otros, toda mejoría debería operarse a través de la creciente intervención de un sector público poderoso. En mi opinión, ni unos ni otros apuntan a la verdadera raíz del problema. Los primeros porque consideran que no hay nada esencial que deba restaurarse, olvidando acaso el papel irremplazable de los valores que han vertebrado durante décadas el avance del sistema de libre mercado. Los segundos porque dan por sentado que toda solución reclama necesariamente reducir la iniciativa privada en favor de la pública, sin reconocer los perjuicios y mermas de bienestar -por no mencionar la pérdida de espacios de libertad- que las economías centralizadas han traído consigo.

Comencemos por prestar atención a quienes cuestionan el 'status' quo del sistema económico que predomina en el mundo occidental. Según Piketty, autor del 'best-seller' 'El capital en el siglo XXI', las economías de mercado basadas en la propiedad privada contienen ciertos factores que provocan desigualdad creciente, como el que la tasa de rendimiento del capital privado pueda ser durante largo tiempo mayor que la tasa de crecimiento económico. La discusión se torna más radical para quienes, dando un salto adicional, afirman que los problemas son algo intrínseco al libre mercado y la propiedad privada.

Corregir disfunciones

Sin entrar en la complejidad del debate reabierto por Piketty, justificaré ahora la postura de que la economía de libre mercado sigue siendo el sistema con menos inconvenientes para generar prosperidad y bienestar material. Si bien existen disfunciones que deben corregirse, como una globalización asimétrica o los excesos especulativos de cierto capitalismo, eso no implica que debamos caer en el extremo opuesto, como si la única salida posible fuese renunciar a los espacios de libertad, también económica, entregando así algo de valor inestimable. Considero convincente la idea de los economistas de la escuela de Chicago -Milton Friedman (Premio Nobel en 1976) o Gary Becker (Premio Nobel en 1992)- cuando defienden que quienes tienen mayores incentivos para que una actividad prospere han de ser quienes se encarguen de gestionar dicha actividad. Se reivindica así el papel subsidiario del Estado, alegando motivos de estricta racionalidad económica.

La propuesta de estas líneas podría sintetizar así: lejos de ser meros observadores del hecho económico, los consumidores, ahorradores y empresas pueden contribuir al buen funcionamiento macroeconómico, que nunca estará totalmente determinado por las circunstancias, ni por soluciones técnicas, mecanismos de regulación o intervención del gobierno. Siempre habrá espacio para influir mediante la actitud con que las personas asumimos nuestro protagonismo, no solo respecto de nuestra vida personal, sino también de la situación macroeconómica. Piénsese, por ejemplo, qué hubiera sido de la economía española en el 2012 (con 6 millones de parados, y 55% de tasa de paro juvenil), si en lugar de una actitud constructiva y paciente, se hubieran desencadenado revueltas y protestas colectivas… Por supuesto que la recuperación económica posterior no se hubiera verificado, o al menos no al mismo ritmo.

En la medida en que una sociedad apuesta por aunar energías y que se logran formar una adecuadas expectativas, cabe aún abrigar la esperanza de que los excesos y desequilibrios de la deriva equivocada del capitalismo podrán corregirse. Pero para ello habría que restaurar los fundamentos sobre los que éste se ha desarrollado durante décadas: respetar la verdad y los compromisospremiar el esfuerzo y la integridad, asumir los errores y responsabilidades, etc. Un buen propósito para 2018 sería que los agentes económicos asumiéramos un papel protagonista y constructivo; se lograría entonces que hubiera «más honrados y menos pobres» en nuestras economías.