Turismo, reiniciando

Algunas zonas de BCN se acercan a su límite de sostenibilidad. Si adoptamos una actitud optimista siguiendo el lema de «un problema, una oportunidad», este parece ser el momento para repensar el tipo de ciudad turística que queremos

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La temperatura del debate turístico sube como los grados centígrados conforme entramos en el verano. Barcelona sigue batiendo récords de visitantes, y de manifestaciones en contra de los mismos, de sus comportamientos y consecuencias. Las reivindicaciones en forma de grafitis, o en ventanas y balcones, han pasado del muy loable 'refugees are welcome', al excluyente 'tourist go home', en una curiosa discrecionalidad en las bienvenidas.

Ciertamente, algunas zonas de la ciudad se acercan a un límite de sostenibilidad o de carga turística que sería muy conveniente conocer. De otra forma, Barcelona puede terminar padeciendo su propio Síndrome de Venecia. La incomparable capital del Véneto es reconocida -además de por su góndolas y bellos rincones- como el destino turístico por antonomasia donde la población local se ha visto completamente desplazada por la actividad de los visitantes. No tan lejos encontramos el que empieza a ser nombrado como el Síndrome de la Boquería, referente a los mercados locales que pierden su orientación de provisión a los vecinos para enfocarse en surtir de productos de fácil consumo a los turistas.

Hay que aclarar que el turismo no es la fuente de todos los males que nos acucian. Pese a haber pasado al primer puesto de las preocupaciones de los ciudadanos, las prácticas poco cívicas de los turistas llevan ocurriendo lustros en los barrios más visitados, camuflando incluso el mal comportamiento de los que podrían ser nuestros vecinos. Otro de los aspectos que ha desbordado el vaso de la convivencia en ciertas zonas es el alza del precio de la vivienda en alquiler; y el proceso de gentrificación que esto conlleva. Pareciera que únicamente el turismo, y más concretamente la creciente oferta de viviendas de uso turístico (legales e ilegales), estuviera ejerciendo presión sobre los precios de alquiler de larga duración. Este aumento de precios se traduce en el consiguiente desplazamiento de la población local que ya no puede afrontar tales arrendamientos. Sin embargo, el crecimiento de los precios del alquiler tiene también explicación en el auge de la demanda tradicional de los mismos. Existe un cambio evidente de patrón de consumo inmobiliario tras la crisis de finales de la pasada década. Los jóvenes no compran vivienda con la facilidad de años atrás y el crédito hipotecario no fluye con tanta alegría. Buscan en el alquiler la solución al techo en el que vivir, imitando así el comportamiento de otras latitudes europeas. La falta de vivienda pública de alquiler tampoco ayuda en la ecuación urbanística.

Respuestas al crecimiento desorbitado

No quiere esto decir que no sea cierto que la actividad turística esté creando situaciones incomodas en diferentes zonas de la ciudad. La turismofobia ha aparecido con fuerza en el vocabulario periodístico como calificativo peyorativo a lo que es un rechazo evidente al crecimiento desorbitado del turismo. Acciones y pintadas violentas se descalifican en el debate; los mismos que las realizan han debido ser turistas en algún momento, probablemente reciente, de su vida. Sin embargo, si adoptamos una actitud optimista siguiendo el lema de «un problema, una oportunidad», este parece ser el momento clave para repensar el tipo de ciudad que se desea en su relación con el turismo. Así lo pretende el Plan Estratégico de Turismo 2020 del Ayuntamiento de Barcelona.

Las soluciones pasan por pensar previamente qué modelo de ciudad se quiere alcanzar. A partir de ese modelo se establecen las acciones tendentes a conseguirlo. Un modelo radical se acercaría a aquellos que manejan la idea de limitar la afluencia de turistas a según qué destinos o partes del mismo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en los parques naturales, donde, para mantener la biodiversidad, se prohíbe o limita exhaustivamente el paso de personas. Esta solución también empieza a plantearse en núcleos urbanos como VeneciaDubrovnik, o destinos como el área de Cinque Terre (Italia). En una escala mucho menor ya ocurre en Barcelona con los intentos de limitación de entrada de grupos al mercado de la Boquería, o el cobro y control de acceso a la zona monumental del Park Güell. El modelo opuesto es igual o más extremo, y sería aquel que dejara al libre albedrío la evolución del territorio en cuestión. Supondría abandonar a las leyes de la oferta y la demanda la convivencia entre la población local y los turistas; sin tener en cuenta la sostenibilidad a largo plazo de la ciudad en sí misma y como destino turístico.

Desarrollo armonioso

El equilibrio intermedio pasa por la perseverancia en una regulación y aplicación de la misma que busque el desarrollo armonioso de la ciudad para sus vecinos y visitantes. No es cuestión de establecer áreas libres de turistas, pero sí de frenar el desarrollo ilimitado de, por ejemplo, viviendas de uso turístico, calles tomadas por terrazas dedicadas a la restauración, autobuses turísticos que colapsan el tráfico, pérdida del comercio local, o plazas hoteleras ilimitadas; entre otros aspectos. Sin embargo, el papel mediador se antoja complicado entre aquellos que desean un brusco freno en toda actividad turística, y aquellos que quieren que la rueda siga funcionando sin remedio. La buena mesura en la búsqueda de ecuanimidad y la visión a largo plazo hará que Barcelona continúe siendo una urbe ejemplo de convivencia y con gran atractivo turístico.

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