opinión

¿Solidaridad en declive?

Las entidades debemos demostrar nuestra utilidad para evitar un frenazo en el compromiso social

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Josep Oriol Pujol i Humet

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El octavo informe de la Fundación FOESSA de Cáritas es el primer documento riguroso que osa apuntar cierta “fatiga” en la solidaridad. Sin que haya datos, es un comentario habitual entre directivos de entidades sociales la disminución de las donaciones recibidas.

¿Cuáles son las causas? Probablemente nos falta autocrítica y asimilar que los errores y fraudes en la gestión afectan la impresión que tenemos las personas de las penegés. Por otro lado, el neoliberalismo económico que todo lo domina y unas derechas radicales en pujanza van introduciendo una visión culpabilizadora de las personas excluidas, así como el rechazo a los recién llegados, en especial los que provienen de otros continentes. El estancamiento del gasto social público, desprendido de unos recortes significativos, favorece cierta competencia para poder disfrutar de los beneficios de los menguados servicios públicos, cosa que atiza la desconfianza hacia el recién llegado.

Este debilitamiento del modelo de Estado del bienestar va unido a una rotura del pacto social entre capital y trabajo que permitía cierta redistribución de la riqueza. El diferencial entre las rentas más bajas y las más altas ha experimentado un crecimiento desbocado y una de las consecuencias es el empobrecimiento de las clases medias, que cuando disponen de unos mínimos demustran ser bastante solidarias.

Si la globalización conduce a Europa hacia un modelo económico neoliberal con unas garantías sociales mínimas, los populismos políticos encuentran el terreno adobado. Y en un contexto de carencia de valores, donde cada uno tiene que cuidar de él mismo porque todo, empezando por el empleador, es anónimo, es explicable cierto retroceso de la solidaridad. Los entornos cambiantes, ciertos miedos por inseguridad y la dificultad de acceso a la vivienda dificultan el sentimiento y el compromiso comunitarios.

El informe FOESSA no nos habla solo de una reducción de los donativos, sino también de una disminución en la participación en asociaciones y entidades, otra forma de solidaridad. Y es que el único ocio que este sistema injusto promueve es, de hecho, el consumo: comprar experiencias sin necesidad de asumir responsabilidades y compromisos, como sí que hay que hacer en el caso de la iniciativa social.

Es fundamental que las entidades sociales sepamos mostrar la utilidad de nuestra acción, el enriquecimiento humano que supone el participar y que la Administración, con perspectiva, sea capaz de promover la solidaridad social. Evitamos la competencia con las políticas públicas de prestación de servicios, y conviene que los líderes sociales aprovechamos los altavoces al alcance para hacer un discurso ético, que movilice la responsabilidad social de las personas. Nuestra sociedad es especialmente solidaria: Cáritas, Banco de los Alimentos, Marató de TV-3, becas para colonias... Hay que prevenir una inflexión en este generoso comportamiento colectivo.