TRIBUNA

La gran lección de los barrios

En ellos brotan grandes historias de humanidad anónimas, generadas desde la proximidad.

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Enric Canet

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Hace pocos días asistí a la proyección del filme 'Le Havre' (Aki Kaurismäki, 2011), un cuento que muy bien podría ser real. Idrissa, un niño subsahariano llega accidentalmente al puerto de este municipio de Normandía viajando en un contenedor desde Gabón. Quería ir a Inglaterra, donde vive su madre, inmigrada. Cuando lo quieren detener se escabulle y huye a un barrio marginal próximo, donde es acogido por Marcel, un antiguo escritor fracasado, que se gana la vida como limpiabotas de zapatos.

Pese a los esfuerzos de la policía y de un delator para impedirlo, los vecinos del barrio, todos ellos marcados por una vida que los ha llevado a ser perdedores, se unen a Marcel para conseguir que el Idrissa escape para ir a encontrar su madre. Todos se compadecen de un niño abandonado y se la juegan por él. Todos juntos se hacen fuertes apoyándose. Este es un cuento con final feliz.

No es la realidad de tanta y tanta otra gente, tantos niños que buscan una vida que les permita vivir en dignidad. Unos mueren por el camino después de grandes sufrimientos. Muchos de los que llegan acaban durmiendo en los parques públicos. Los que pueden salir adelante tienen que luchar contra muchas dificultades: aprender la lengua, encontrar un lugar donde vivir, regularizar su situación, tramitar durante años un permiso de residencia o esperar que algún empresario quiera ofrecerles una oferta de trabajo. Malviviendo años sin los derechos sociales más elementales.

En este cuento también hay muchas personas que, como en 'Le Havre', ponen la humanidad por encima de las leyes y las normas. Gente que en las costas de Andalucía no cede ante las amenazas y se implica en la atención y los primeros cuidados de los que llegan, dándoles de comer, pagándoles billetes.

También, casas ocupadas que acogen a desahuciados, compartiendo lo poco que tienen. Familias sencillas que comparten pisos con recién llegados. Gente que siempre ha tenido las de perder en un sistema injusto pero que lucha aferrada a la humanidad.

Es una historia muy antigua. El Casal dels Infants nació porque, hace más de 30 años, vecinos del barrio del Raval decidieron que la atención a la infancia y su educación era una prioridad. Como también lo era garantizar la vivienda y luchar contra la miseria. No ha sido solamente nuestro origen: otras muchas entidades en varios barrios periféricos fueron impulsadas desde la fuerza de la ciudadanía: la Fundación Marianao, el Ateneo de Santo Roc, Itaca, la Fundación Padre Manel, ... En estos barrios la acción social a favor de la infancia y, por extensión, a favor de la mejora de las condiciones de vida de muchas familias ha sido el centro de los esfuerzos de mucha gente.

Es la gran lección que dan muchos barrios: ponen la mirada en los que son más vulnerables. En los niños, pero también en los que el azar y un sistema excluyente han hecho perdedores: las mujeres que sufren violencias, la gente mayor sin medios, los que pierden el piso. En contra de lo que pueden pensar quienes no han pisado los barrios desfavorecidos, en ellos brotan grandes historias de humanidad anónimas, generadas desde la proximidad. Gente que no ha tenido ningún gran éxito social y se ha hecho fuerte desde la proximidad y la compasión.

Ante los problemas complejos que tendremos en el futuro, los barrios tendrán que jugar un papel clave: la acción colectiva comunitaria será fundamental para mejorar nuestras condiciones de vida. También lo será para exigir que las instituciones públicas garanticen nuestros derechos. Los barrios, en definitiva, existirán en la medida que velen por todo el mundo que viva en ellos.

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