El sueño de un diagnóstico mental sin estigma

El gran reto social de normalizar la salud mental

Asociaciones de afectados, oenegés y la Administración procuran atención, servicios y actividades destinadas a la integración de personas con algún trastorno mental en circuitos de vida estandarizados. El reto es borrar toda marginalidad.

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Carme Escales

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El 30 de septiembre de 1987 cerraba sus puertas el Instituto Mental La Santa Creu de Barcelona. La actual sede del distrito municipal de Nou Barris ocupa parte de las instalaciones del centro que se salvaron del derribo. Atrás quedaba un siglo de asistencia en clausura a personas con diagnóstico de salud mental. Un año antes del cierre, algunos internos fueron trasladados a otros centros psiquiátricos. El fallecimiento, en tan solo un año, de 34 de ellos llevó a la fiscalía de Barcelona a abrir una investigación. Fueron las familias de los pacientes quienes lo pusieron en conocimiento de los jueces. La mayoría de pacientes fallecieron en el Hospital Frenopático de Barcelona, al que se trasladó a 109 enfermos. Otros murieron en el hospital psiquiátrico de Sant Boi, donde ingresaron a otros 78 internos del Institut Mental de Sant Pau.

Barcelona crecía y los terrenos de aquella enorme instalación, de envergadura equiparable al Palacio de Versalles, era un caramelo para la ciudad que priorizó el suelo y no el devenir de quienes habían vivido intramuros. Sus propios médicos ofrecieron la posibilidad de tutelar a los pacientes en pisos, algunos de los cuales ellos personalmente pusieron a disposición de los desahuciados del Mental.

Recursos comunitarios

El cierre de aquel centro en Barcelona donde se aislaba socialmente a las personas con trastorno mental catapultó la reforma psiquiátrica que en muchos otros países ya se estaba dando. En Italia, por ejemplo, la 'ley Basaglia', fruto de la ‘psiquiatría democrática’ promovida por el psiquiatra Franco Basaglia, que puso a la persona en el centro de la atención y no solo a la enfermedad de su mente (página 4), sentó las bases para cerrar todos los manicomios del país.

"El objetivo es que las personas con diagnóstico de salud mental puedan ejercer su condición plena de ciudadanos»

Dotar a la sociedad de recursos comunitarios, espacios donde las personas con un diagnóstico de salud mental puedan ejercer sus derechos y responsabilidades como cualquier otro ciudadano, de manera autónoma, o supervisados o acompañados en mayor o menor medida, es el objetivo de quien presta atención y convive con este colectivo. Limpiar todo estigma sobre su enfermedad, sin marginar a quien la padece demanda aún más normalización de la salud mental. Saber que una de cada cuatro personas a lo largo de su vida tendrá algún problema de salud mental ayuda a considerar una atención que nos afecta a todos, directa o indirectamente. Aportar más información sobre causas y una correcta supervisión de la enfermedad, y sobre todo de las capacidades de la persona al margen de su condicionante diagnosticado, requiere más pedagogía en escuelas, universidades, empresas y espacios de ocio, tal como afirman los expertos en acompañar a quien convive con un trastorno mental.

Planes individuales

«Las dificultades que comporta la enfermedad mental afectan de manera muy diferente», apunta Victòria Martorell, responsable de desarrollo de servicios de la Fundació de Gestió Sanitària de l’Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. «Que no pueda trabajar nunca más una persona con diagnóstico de salud mental no es el común denominador. Nosotros potenciamos al máximo la autonomía, por mínima que sea, y supervisamos de por vida que siga correctamente el tratamiento farmacológico », dice Martorell. «A veces, el gran plan individualizado es lograr que la persona se duche cuando toca y que su entorno no se degrade», afirma. Su posicionamiento es claro: «Igual que no rechazamos los tratamientos paliativos oncológicos, sería un gran error negar el acompañamiento de alguien cuyas estructuras físicas cerebrales –dañadas o de naturaleza diversa– hacen que sus neurotransmisores no trabajen igual que los de una persona sin enfermedad mental».

Una residencia en régimen abierto, en Nou Barris, con 33 camas; 18 pisos tutelados y 104 plazas en un centro de día configuran la estructura del modelo comunitario de la Fundació Sant Pau que el psiquiatra Josep Chusa empezó a promover cuando se cerró el hospital mental. «A partir de 1987 se fue improvisando gracias al trabajo de agentes sociales y familias. Hoy la fundación atiende a casi un centenar de pacientes con el trabajo de 35 profesionales. Talleres que potencian la socialización y el empoderamiento de usuarios y el apoyo en el propio hogar a quien vive en su casa son otros de sus servicios.

"Si no rechazamos los tratamientospaliativos oncológicos, es un error negar todo acompañamiento en salud mental»

 «La enfermedad mental cronificada es la asignatura pendiente», afirma Victòria Martorell y corrobora desde Lleida la presidenta de la Associació Salut Mental Ponent, Eva Barta. «Faltan recursos para adaptar lugares de trabajo en cualquier empresa que apueste por las capacidades de estas personas erróneamente descartadas muchas veces por su diagnóstico», dice. «Tenemos que poder hablar con naturalidad de estas enfermedades que no anulan a la persona, sino que requieren un acompañamiento y mucha comprensión de su circunstancia, especialmente en sus posibles crisis», añade. Un club social, cuatro pisos tutelados y programas de formación e inserción laboral, así como grupos de ayuda mutua forman parte de su acción por la integración social de personas con trastorno mental.

Barcelona previene

El Ayuntamiento de Barcelona cuenta por primera vez con un plan de salud mental que, desde el 2016 hasta el 2022 desarrolla 101 acciones para mejorar los servicios de atención a la salud mental, luchar contra el estigma y acompañar a quienes conviven con un trastorno mental (www.barcelona.cat/salut). La prevención es uno de sus principales focos. “Ponemos el acento en la infancia y adolescencia, para reducir antes de los 18 años el riesgo de desarrollo de enfermedades mentales”, precisa la comisionada de Salud de Barcelona, Gemma Tarafa. Puntos de información para jóvenes en los barrios y el trabajo de las emociones en todas las escuelas son acciones del plan.

Desde Salut Mental Catalunya se empuja a las administraciones públicas a creer en esa integración posible de la persona con un diagnóstico de enfermedad mental, empoderándola y situándola en el centro. “Para que sea capaz de tomar decisiones y garantizarle oportunidades de desarrollo y logro de un trabajo y vivienda dignos, debe contar con el apoyo de todos los agentes sociales y en todos los momentos”, precisa la directora de Salut Mental Catalunya, Marta Poll. El otro gran reto, añade, “es que todos lleguemos a entender ese cerebro que se rebela y las dificultades que ello comporta”, concluye.

Una isla de atención asocial

En el año 1857 los responsables del <strong>Hospital de la Santa Creu de Barcelona</strong> encargan al <strong>doctor Pi i Molist</strong>, el frenópata que dirigía la sección de ‘locos y maníacos’ de la institución, la redacción del proyecto médico para construir un manicomio en la ciudad. El arquitecto <strong>Josep Oriol i Bernadet </strong> dibujó los planos. Y gracias al legado de un benefactor anónimo se compraron las fincas entre Horta y Sant Andreu del Palomar en las que el 20 de diciembre de 1885 se colocó la primera piedra del proyecto. En 1889 se inauguró la primera parte de las instalaciones del <strong>Mental de la Santa Creu.</strong> Tres años después, el doctor Pi i Molist murió, dejando su fortuna para acabar lo que él llamaba "mi manicomio". Fueron 12 pabellones aislados con capacidad para <strong>800 pacientes</strong>, hombres y mujeres separados; ventiladas enfermerías, amplias salas de reuniones y comedores, cámaras de baño y biblioteca, frontón, sala de billares, sala de música, un teatro, patios, jardines y capilla. Los internos hacían talleres de papelería, carpintería y cuerda. Unos ayudaban a fabricar gasas para el hospital, hacían pan o cuidaban el huerto.