OPINIÓN

Llegamos tarde con los menores

Si no actuamos con los jóvenes recién llegados corremos el riesgo de que las calles se llenen de xenofobia

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zentauroepp45208490 barcelona 26 09 2018 menores inmigrantes sin papeles y sin c181111105251 / FERRAN NADEU

Enric Canet

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¿Por qué un menor se arriesga a atravesar el Estrecho para buscarse la vida en Europa? ¿Es un aventurero? ¿Es un temerario? ¿Sus padres, unos inconscientes? ¿Qué sabe de los que mueren intentándolo? ¿Y de las grandes dificultades legales y de acogida que se encontrará en cuanto ponga los pies en Andalucía, si es que llega?

Son preguntas muy difíciles de responder. No hay un estereotipo único, aunque podamos ver todos los casos iguales. Sus historias son muy diversas, pero se encuentran con la misma realidad cuando llegan aquí: parte de la población arisca, las dificultades legales, la incertidumbre de los procesos que los tocará pasar.

En el Casal dels Infants, como muchas entidades, no somos especialistas en interpretar estadísticas ni en argucias legales y administrativas que vulneran derechos, a pesar de que a menudo tenemos que sacar el intríngulis. Pero sabemos de las personas; en nuestro caso de chicas y chicos inmigrados que ya no son menores y no tienen red de apoyo, y conocemos sus grandes dificultades para lograr la autonomía, a pesar de las ganas de salir adelante, cuando las instituciones públicas dejan de tutelarlos al cumplir los 18 años y los dejan a la intemperie. Sobre todo si todavía no tienen el permiso de residencia y, por lo tanto, no pueden trabajar.

Sabemos de sus historias, de los recuerdos de casa, de los paisajes de la infancia, del camino que han hecho y de las energías que los llevaron al norte. De las ganas de poderse construir un futuro. Nos cuesta dimensionar el riesgo del viaje que hicieron y los obstáculos que se han encontrado, pero podemos entender perfectamente sus motivaciones. Porque no son muy diferentes a las de muchos jóvenes nacidos en nuestro país que han buscado trabajo en Europa o en América: encontrar un buen trabajo, una vivienda digna, ayudar a los de casa y poder, en un futuro, formar una familia.

Historias que hablan de una situación en los países de origen cada vez más dura. De tensiones sociales y políticas, de carencia de puestos de trabajo o de trabajos precarios. Como la de Hammid, de 23 años, que trabaja en el puerto de Tánger por 350 euros al mes, y se lanza a la aventura de la costa andaluza desde allí mismo.

U Omar, viniendo de más al sur, deseando que su esperanza de vida aumente 20 años. O la de la Nuera, de la zona del Rift, donde los conflictos sociales generan una alta violencia. O Nadia, huyendo de una situación de violencia insostenible en su casa, buscando comprensión en algún nuevo entorno social.

Historias que hablan de situaciones de emergencia total en países del sur, cada vez más agravadas por unos juegos económicos que los hunden en la ruina, a manos de oligarquías políticas de poderes económicos de los países del norte que sacan un beneficio. Situaciones parecidas a guerras crónicas.

Estamos perdiendo su capital humano. Son gente con ganas de aprender que puede aportar mucho a nuestra sociedad

Cuando dejamos las estadísticas de lado y tenemos la suerte de poderlos mirar a los ojos, nos vemos reflejados en su tristeza y nos duele nuestra incapacidad, como sociedad de acogida, de ayudarlos. Porque a pesar de que han demostrado un valor, un coraje, estamos perdiendo (dejamos perder) su capital humano —el mismo que pierden sus países de origen—. Son gente que puede aportar mucho a nuestra sociedad envejecida: energía nueva con ganas de aprender y formar parte de nuestro grupo, arraigar en nuestro territorio. Su lucha para vivir dignamente, incluso jugándose la vida, cuesta de imaginar en un mundo desesperanzado como el nuestro.

Pero nos emperramos en asustarnos por las estadísticas y las percepciones de la situación global. Es cierto que nos ha desbordado. A todos, empezando por las instituciones, que no han trabajado con previsión. La infancia y la juventud no se encuentran en el centro de los debates políticos y continuamente llegamos tarde. Pero también nos ha desbordado a quienes teníamos que exigir una lectura correcta de las estadísticas, de los análisis, que ya nos habían dicho que el fenómeno iría además.

Todos hemos tenido una miopía extrema y la sociedad no ha exigido soluciones respetuosas con los derechos humanos. Queremos acoger, pero todos juntos nos hemos saltado unos cuantos derechos. Aquellos Derechos de la Humanidad, firmados por la mayor parte de los países. Derechos de protección de cualquier menor. Derecho a la dignidad de los jóvenes, derecho a una vivienda digna, derecho a un trabajo correctamente remunerado. Estamos en un momento clave. Son preocupantes reacciones viscerales excluyentes que olvidan que estos jóvenes son mucho más víctimas que todos nosotros. Porque el problema no son los recién llegados, es la desigualdad brutal que vive nuestra sociedad y todo el mundo. Son los recursos acumulados por unos cuantos que generan la miseria para tanta gente. 

Tenemos la obligación de exigir que se ataque de raíz el problema y evitar que se criminalice a quien es víctima. Si no, nos jugamos que otros lo aprovechen para usarlos de cabezas de turco y llenen las calles de xenofobia.

Mientras tanto, las entidades sociales que apoyamos a estas menores y a estos jóvenes seguiremos luchando no solamente por su futuro sino para garantizarnos un futuro más justo y digno como país.