Las lobas del Medievo

La historiadora Helen Castor rescata a cuatro reinas protofeministas vistas en su época con malos ojos

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Núria Navarro

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Durante la pugna electoral entre Hillary Clinton Donald Trump en el 2016, el bilioso republicano la acusó, entre otras cosas, de ser muy, pero que "muy ambiciosa". Como centurias atrás Matilde de Inglaterra, Leonor de Aquitania, Isabel de Francia y Margarita de Anjou, cuatro mujeres que aspiraron a mandar en la Inglaterra del Medievo, reunidas por la historiadora británica Helen Castor en el libro 'Lobas' (Ático de los Libros). "Han pasado muchos siglos, pero hemos avanzado muy poco", lamenta.

'Loba', en latín, describía a la 'mala mujer'. Isabel y Margarita, de los siglos XIV y XV, son las que oficialmente han arrastrado a lo largo de la historia esa fama, publicitada por dos caballeros con mucho crédito: Willam Shakespeare, que se lo endilgó a Margarita en el drama 'Enrique VI', y el poeta Thomas Gray, a Isabel, en 'El Bardo'. (Matilde y Leonor, del XII-XIII, no tuvieron enfangadores tan ilustres).

"Por entonces, los reyes impartían justicia y blandían el acero pesado en el campo de batalla", resume Castor. ¿Cómo iba a hacer eso una mujer? El reparto de papeles no admitía peros: ellos reinaban y ellas eran paridoras de herederos. No cabía en la cabeza cualquier otra pretensión. De hecho, el fundador del presbiterianismo, el escocés John Knox, llegó a publicar, en 1558, el tratado titulado 'El primer toque de la trompeta contra el monstruoso gobierno de las mujeres'. Así estaban las cosas.

El marco mental de la época, explica la historiadora, estaba secuestrado por dos arquetipos explotados por la Iglesia: la manida Eva, que además de ser un apaño –salió de una costilla de Adán– era la responsable de la Caída; y Jezabel, el paradigma de la ambición y la maldad del Antiguo Testamento, que fue condenada por influir en su marido, el rey Acab. "El papel de las mujeres debía limitarse a la obediencia". Y punto.

Mal asunto para las chicas medievales. Seguramente, si las cuatro elegidas por Castor pudieran salir a manifestarse el próximo 8-M, gritarían a una: "Creed en las mujeres". No solo porque fueron "inteligentes y capaces en política", sino porque soportaron un chaparrón de 'fake news' que jibarizan las que tuvo que aguantar la candidata Clinton.

'Fake news'

Un repaso. Matilde, en el siglo XII, era la emperatriz del Sacro Imperio Germánico por vía matrimonial y la única descendiente viva de Enrique I de Inglaterra. Cuando la corona estaba a punto de aterrizar sobre su testa, los cronistas se pusieron tibios a vituperarla: que si había sucumbido "a una arrogancia insufrible", que si "en lugar de obrar con la modestia y modales propios de su sexo, empezó a caminar, hablar y actuar con rigidez". Mientras, se le adelantó su primo Esteban, se montó una guerra civil de 20 años y ella acabó resignándose a cimentar los derechos sucesorios de su hijo Enrique.

"Los cronistas sexualizaron a Leonor de Aquitania"  señala la historiadora

A su nuera, Leonor de Aquitania, a la que primero casaron con el piadoso Luis VII de Francia –que le daba asquete–, los cronistas "la sexualizaron" hasta el desvarío. No solo porque hizo lo imposible por lograr la nulidad y se echó en brazos del fogoso Enrique II de Inglaterra –del que también tomaría distancia tras tener ocho hijos–, sino porque, con motivo de la segunda cruzada –en la que se embarcó–, hicieron correr que cabalgaba desnuda por los campamentos cristianos y que tuvo relaciones incestuosas con su tío Raimundo I de Antioquía ("para una reina el adulterio equivalía a traición", puntualiza Castor).

Aunque es difícil saber hasta dónde llegó su furor, está probado que Leonor –considerada la primera feminista de la historia– era una disfrutona. "Irónicamente, luego pasó 15 años en cautividad y ganó una sabiduría que le permitió tomar buenas decisiones ante los retos que se le presentaron", explica.

La peor parte

En el caso de Isabel de Francia, casi toda la (mala) fama tuvo su punto de apoyo. "Lo remarcable respecto a las otras tres es que hizo cosas que las mujeres no podían": 1/ abandonar a su marido, Eduardo II de Inglaterra ("eran tres en el matrimonio", y el tercero era un tal Piers Gaveston); 2/ rebelarse contra él, porque se convirtió en un tirano de manual; y 3/ tener un amante oficial a su lado (Roger Mortimer, que acabó colgado de una soga). "Su comportamiento –dice Castor– explica que, más que 'loba', al imponerse a un rey horrible, fue una 'salvadora' de la patria".

"Isabel, más que loba, fue una salvadora de la patria", defiende Helen Castor

Y por fin Margarita de Anjou, a la que Shakespeare tenía enfilada. Caracterizada como malota y vengativa, la medievalista asegura que en realidad tuvo que dar un golpe de cetro porque su marido –Enrique VI de Inglaterra– era un enfermo mental y estaba incapacitado para gobernar, y su hijo –Eduardo– era aún un cachorro. ¿La extranjera dando órdenes? Los nobles echaban espuma por la boca. "Margarita hizo lo que pudo, pero cuanto más actuaba, más la ponían del revés –prosigue la historiadora–. Estaba atrapada en una situación de 'catch 22'. Hiciera lo que hiciera, la boicoteaban".

Estómago de rey

Ahora, que las feministas del siglo XXI no corran a imprimirse camisetas con sus rostros. Las cuatro 'lobas' no eran interseccionales, ni nada parecido. Tenían un manifiesto sesgo de clase. "Ninguna creía que 'todas' las mujeres podían hacer lo que ellas", explica Castor. Isabel, por ejemplo, en un momento en que Inglaterra se enfrentaba a la posibilidad de una invasión española, se hizo valer diciendo: "Puede que tenga el cuerpo de una mujer débil, pero tengo el corazón y el estómago de un rey" (Theresa May, uf, cogió prestada la frase al llegar al número 10 de Downing Street).

Con todo, "las cuatro demostraron que eso de que los hombres encarnaran la virtud no era del todo verdad, y que tenían una gran capacidad de liderazgo". Lobas, sí. Pero por astutas, corajudas y con sentido de prole y comunidad.

Póquer de reinas 

Matilde de Inglaterra (1102-1167). Nieta de Guillermo el Conquistador e hija de Enrique I de Inglaterra y Normandía, la muerte por naufragio del heredero al trono, Guillermo, la situó en la primera línea de sucesión. Ella, que había sido enviada a los 8 años a casarse con Enrique V, emperador del Sacro Imperio Germánico, y que a su muerte matrimonió con Godofredo de Anjou, dio un paso al frente. Sería la primera reina de Inglaterra. Pero a los nobles les rechinaron los dientes, su primo Esteban se autocoronó y ella acabó optando por batallar por la sucesión de su hijo, Enrique.