MEMORIA HISTÓRICA

El último miliciano (de juguete)

El muñeco de hojalata fue fabricado por la empresa Payá al inicio de la guerra civil

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NACHO HERRERO

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Con su puño alzado y su fusil al hombro este pequeño soldado tuvo cientos o miles de compañeros de milicia pero, que se sepa, solo él ha sobrevivido a la doble batalla del tiempo y de la particular represión que sufrieron los juguetes republicanos.

En algún momento sin fecha, regresó de un exilio desconocido para instalarse en una vitrina en el Museu del Joguet de Catalunya aunque desde hace unas semanas y hasta marzo está en el IVAM de València acompañando en una exposición a otro miliciano mucho más conocido, el de Robert Capa y Gerda Taro.

De sus peripecias desde que salió de Alicante hasta que apareció en Figueres no se sabe apenas nada, ni si quiera Josep Maria Joan, director e impulsor del museo ampurdanés, aunque él intuye cuál pudo ser su camino, que incluiría dos paradas en La Rioja.

«La pieza la tengo desde mucho antes de que abriéramos el museo, de eso estoy seguro. La tendremos desde los años setenta. Puede que llegara del Bazar del Tío Primo en Arnedo, pues iba allí mucho con mi 'dos caballos'. Ellos compraron buena parte de la carga de un tren de juguetes que en la guerra civil se quedó parado en Calahorra. Subastaron todo lo que había dentro y ellos se llevaron muchas cosas. Me imagino que pudo estar en alguno de los lotes que les fui comprando», baraja.

Miedo a conservarlo

Sea cual sea su historia, si no es el único superviviente de esa peculiar brigada no deben quedar muchos más y si queda alguno estará bien escondido puesto que la victoria del bando golpista debió animar a quien tuviera un ejemplar a deshacerse de él. «El miedo era grande y la gente se lo quitó de encima. No era una época para ir jugando. Tenemos claro que, de quedar alguno más, serán muy pocos», apunta Joan.

El muñeco, que se exhibe hasta marzo
en el IVAM, 
pertenece al
Museu del Joguet
de Figueres

De la misma opinión es el profesor universitario José Ramón Valero, autor del libro 'Payá Hermanos. Historia Social de una industria juguetera', que piensa también que «el miedo era tan terrible, que es difícil que quede algún otro».

Como 'biógrafo' de la mítica empresa, Valero ha sido quien ha podido aportar algo de luz sobre el origen del miliciano. La figura era en realidad la transformación del molde de un policía, que se fabricaba antes de la guerra y que se retocó para adaptarse al fin propagandístico que requería la nueva figura.

El ideólogo

Sus investigaciones y sus conversaciones con antiguos trabajadores apuntan a que el responsable de su fabricación fue Raimundo Payá, nieto del fundador de la empresa e hijo del mayor de los tres hermanos (Pascual, Emilio y Vicente) que en 1905 se convirtieron en propietarios de la hojalatería que había puesto en marcha su padre, Rafael Payá. Este emprendedor comprobó, mientras el calendario cambiaba de siglo, que eran mucho más rentables los pequeños juguetes que, sin grandes pretensiones, había comenzado a hacer de algunos de sus productos que sus versiones en tamaño real.

Raimundo Payá entró a trabajar en la fábrica en 1917 cuando él tenía 16 años y la producción ya estaba orientada a los juguetes y la cuchillería. Estudiaba en València y fue reclamado por la familia ante la aparición en la propia Ibi de un fuerte competidor: la empresa Rico. Antes del estallido de la guerra, este joven llegó a ser director de la sección de juguete de una empresa que en aquellos años 30 era, sin duda, una de las más grandes e importantes de España, si no la que más.

Colectivización

Pocos días después del golpe de estado del 18 de julio de 1936, ambas compañías fueron colectivizadas y unidas bajo el mando de la UGT. «Payá estaba entonces entre las más importantes de España y posiblemente era la de mayor tamaño, aunque Rico era más rentable», desgrana Valero.

Unos meses después, en septiembre de 1937, se convirtieron en Cooperativa Rai y en el verano de 1938 la unificada compañía pasó directamente a depender de la Subsecretaría de Armamento del Gobierno de la República. Era la Fábrica nº27, que combinaba la venta del numeroso 'stock' de Payá, que era de más de un millón de unidades, con la elaboración de material de campaña y balas de 7mm., de las que al día se producían entre 60.000 y 250.000 unidades.

La fabricación del miliciano fue la única concesión del febril ritmo de producción que se implantó. Los turnos se sucedían durante las 24 horas de cada uno de los siete días de la semana. Ni si quiera el 14 de abril o el 1 de mayo hubo descanso y de sus máquinas salieron también varias tiradas de pesetas y reales de uso exclusivo en Ibi y que, como el miliciano, pasaron a ser material comprometedor tras la victoria de Franco.

Pese al cambio de producción y de dirección que se impuso desde el verano del 36, Raimundo Payá siguió en la empresa y así pudo nacer el miliciano. «Estuvo toda la guerra trabajando y tuvo un puesto de responsabilidad en la empresa porque era el mas habilidoso aunque lo mantuvieron alejado de la dirección, imagino que para que no pudiera hacer sombra», cuenta Valero.

Él había sido ya el responsable del Cine Sonoro Rai patentado en seis países y uno de los grandes éxitos comerciales de Payá junto con el Bugatti, la moto Tuf-Tuf o sus míticos trenes eléctricos. «Lo mantuvieron en la fábrica porque era el mejor con diferencia y los que mandaban entonces no tenían ni idea», apunta su hijo, también Raimundo Payá. Cuando se le pregunta por el miliciano, sus borrosos recuerdos apenas le traen la imagen de una antigua fotografía pero exhibe la certeza de que, si salió de aquella fábrica, jugó con él.

Posguerra

El 'bando de la victoria' que Franco firmó el 1 de abril de 1939 fue la particular sentencia de muerte de este inofensivo miliciano de hojalata de 17 centímetros y uniforme azul con ribetes rojos. «Lógicamente ese juguete no era un producto para el año 39. Todo lo que fuera comprometedor desapareció, así que ahora no está en el mercado del coleccionista y lo que quedara en 'stock' en la fábrica lo fundirían», apunta Carlos Salinas Salinas, autor del estudio 'Juguetes en tiempos de guerra'.

«Seguramente,
después de la
guerra, los que
quedaron en
'stock' se
destruyeron»,
dice Carlos Salinas

Las posibilidades de supervivencia pasan principalmente porque alguno saliera en un temprano exilio, porque viajarán varios en el tren aparcado en Calahorra o porque alguno de sus compañeros esté en una caja tan escondida que aún siga olvidado en algún altillo.

Al acabar la guerra, los antiguos propietarios recuperaron una empresa saneada, con más máquinas de las que tenían antes del estallido del conflicto y que, tras unos años de pleitos, pudo acceder a los fondos bloqueados de la Cooperativa Rai, aunque la devaluación de la peseta redujo su valor cuando en 1944 pudo acceder a los mismos.

Su crecimiento se disparó en las siguientes décadas pero en 1985 la empresa entró en suspensión de pagos y cedió sus derechos a una cooperativa de trabajadores que durante unos años realizaron reproducciones de sus juguetes más emblemáticos, sin que el miliciano estuviera entre los elegidos.

Los fondos de Payá, 4.400 piezas entre las que tampoco hay rastro de este soldado, pasaron al Museo Valenciano del Juguete que se creó en una parte de sus inmensas instalaciones. Por sus ventanas se puede ver una nave anexa que se conserva tal y como estaba el último día que estuvo en marcha. De aquellas polvorientas mesas salió el último juguete de la República.