GOL A LOS TÓPICOS

La remontada del fútbol base femenino

Los últimos éxitos de los equipos de mujeres en grandes campeonatos animan a las niñas a practicar un deporte identificado desde siempre con los hombres

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Eva Melús

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El fútbol catalán sumó 12.000 licencias femeninas la temporada pasada y, con esta cifra, alcanzó un récord histórico. La campaña '#Orgullosa', iniciada por la <strong>Federació Catalana de Fútbol (FCF) </strong>en verano del 2017 con una inversión de más de tres millones de euros para los tres años siguientes, ha contribuido a que Catalunya sea la líder destacada de la tabla, pero el interés es creciente en todos lados. Los datos lo certifican. En toda España, las 65.091 licencias de la temporada 2018-19 suman más del doble que las de hace solo una década. 

También en el resto del mundo la tendencia es al alza: más de 1.600 universidades de Estados Unidos cuentan con un equipo femenino de 'soccer', y el informe de la UEFA 'Women’s football across the national associations 2016/17' revela que el fútbol ha superado al voleibol como deporte de equipo más practicado por las europeas. Casi un 1,3 millones le dan al balón. 

Hasta aquí las cifras. Ahora, analicemos el fenómeno partiendo de la historia. El fútbol ha arrastrado el estereotipo de ser un deporte de hombres y para hombres desde sus inicios. Cuando la británica Nettie Honeyball puso un anuncio en un periódico para crear el primer equipo de fútbol femenino de la historia, en 1894, respondieron una treintena de mujeres. Unas 12.000 personas asistieron a su primer partido. "Siempre hay curiosidad para ver a mujeres hacer cosas impropias de su sexo", fue una de las conclusiones a las que llegó la prensa local. De todas formas, la federación inglesa acabó cancelando todas las competiciones de fútbol femenino en 1902 y no las recuperó hasta 1971. 

Las Folclóricas y las Finolis

Ese mismo año, en pleno franquismo, el entonces presidente del Rayo, Pedro Ruiz Campos, organizó el famoso partido entre las Folclóricas de Lola Flores y las Finolis de Encarnita Polo, Pedro Masó estrenaba la película 'Las Ibéricas Fútbol Club', una sucesión de tópicos machistas sobre la época. 

Con objetivos menos faranduleros, en 1971 también se creó oficialmente una primera selección femenina española, capitaneada por Conchi Sánchez, alias Amancio, y se jugó el primer Barça-Espanyol, un partido benéfico. Elsa Franganillo era entonces la capitana del Espanyol y jugaba con el sobrenombre de Paquita, para no ofender a sus padres. El fútbol femenino se veía  entonces como algo subversivo. 

"Los niños de
mi equipo me
llamaban
marimacho", se
duele Iona Gallés,
de 15 años

En la década de 1980 se vivió un repunte para la esperanza. En 1984, se creó la Copa de la Reina y cuatro años después, la Superliga femenina, con clubes como el Levante, el único donde las jugadoras cobraban, o el Espanyol y el Barça, donde las chicas jugaban con las camisetas masculinas de la temporada anterior y se costeaban el desplazamiento. El Barça, por ejemplo, no contó oficialmente con una sección de fútbol femenino hasta el 2002 y no la profesionalizó hasta el 2015. 

Reconocimientos

Hubo grandes proyectos puntuales que se desmontaron rápidamente cuando desapareció la inversión que los sustentaba. También, algún reconocimiento. El tercer puesto en la Eurocopa en 1997, de repercusión mediática escasa, fue un aviso de la primera Eurocopa Sub-19 en el 2004, el primer título internacional, y de la primera de la Sub-17, en el 2011.

A partir de ahí, las chicas no han parado. En los últimos cinco años se han sucedido la mayoría de los grandes títulos, dos Eurocopas Sub-19 (2017 y 2018) y otras dos de la Sub-17 (2015 y 2018), que también ganó el Mundial en el 2018. De este modo, la sociedad ha ido asimilando poco a poco la imagen de una mujer marcando goles y levantando títulos.

Posiblemente, no habría una cosa sin la otra. En el 2015, el Consejo Superior de Deportes propuso a Iberdrola que pusiera su nombre a la liga femenina a cambio de una aportación de dos millones de euros anuales. La visibilidad, por fin. 

Las niñas que quieren jugar ya tienen modelos de referencia cerca y están dejando de ser el bicho raro. "Yo fui la primera del cole en jugar y todos se extrañaban, pero ahora somos unas cuantas. En el campo de juego se pueden oír insultos. En mi caso, siempre de padres, nunca de madres, aunque la mayoría de la gente ya no insulta. Les parece interesante lo que hacemos y nos preguntan", explica Queralt Gallés, de 13 años, central del Masnou Athletic. 

¿Efecto llamada?

¿Un mero efecto llamada? En parte, eso parece. Si una juega, otras pueden hacerlo. "Yo he conocido niñas que siempre han querido jugar, pero no lo han hecho hasta ahora", confirma Telma de Frutos, defensa del Vilassar de Mar, de 13 años. 

Hasta hace poco, no había niñas suficientes para crear competiciones con una estructura dividida por edades a imagen de la masculina. Las niñas estaban obligadas a escoger entre jugar junto a chicas más mayores o en equipos mixtos, permitidos hasta la categoría de infantil. A los 13 años, las únicas opciones eran encontrar un equipo de chicas o dejar el fútbol.  

"A una chica que  
quiera jugar, le
diría que si pone
ganas y esfuerzo
lo logrará", apunta
Noa Ortega, de
12 años

De hecho, la gran mayoría de jugadoras que hoy son adolescentes empezaron siendo las únicas niñas de equipos masculinos, a menudo peleando contra el prejuicio. "A veces, pasabas con el grupo y oías que alguien decía que debíamos ser malos, porque había una chica", revela Xesca Carbó, de 15 años, que desde hace cuatro años juega en el Espanyol como medio centro.

Iona Gallés, de 15 años, encontró un ambiente hostil incluso jugando en casa. "Casi todo el equipo se metía conmigo y me llamaba marimacho. Siempre… Solo había dos chicos que me defendían. Yo no contestaba. Seguía jugando", cuenta Iona. 

Las chicas en equipos de chicos suelen ducharse en su casa y, en general, tienen una convivencia relativa con el resto del grupo. Al llegar a cierta edad, las distancias entre ellos y ellas se agrandan. "Al menos en mi caso, mis compañeros quedaban entre ellos y nunca me decían nada. Yo era parte del equipo, pero no del vestuario", lamenta Iona. 

Muchas chicas han descubierto recientemente la experiencia del post-partido, una pequeña fiesta. "Nosotras ponemos música en el vestuario, hablamos de nuestras cosas y es divertido. Cuando estás en un equipo de chicos, esos momentos los pasas sola y es distinto", explica Irune Prats, portera de 15 años del Sabadell. 

'Guerra' de sexos

Iona juega ahora en el Marcet. Justo en aquel verano que le llegó la edad de dejar el equipo de chicos, se creó uno femenino cerca de su casa. Sus antiguos compañeros de equipo, a los que sigue viendo en el colegio, van aceptando que el balón no tiene género. "Ahora dicen que las chicas sí que podemos jugar al fútbol, pero que nunca llegaremos a ser tan buenas como ellos", relata Iona. 

No debe de ser casualidad que las benjaminas entre las entrevistadas expliquen que se sienten cómodas jugando con niños. Mireia Campozo, delantera de 8 años del Seagull, empezó a jugar hace tres junto a niñas de 10, la mínima categoría disponible. Este será el primer curso que milite en la categoría que le corresponde por edad. "Me gustó jugar con niños", asegura, desinhibida. 

Dunia Martínez, que a los 10 años juega en el alevín masculino del Vilassar de Dalt, tenía la opción de inscribirse en un equipo de chicas, pero prefiere a sus compañeros. "Ellos juegan más rápido y de forma diferente", concluye. Esta temporada ha fichado por el Barça. 

La clave, precisamente, está en poder elegir y que niños y niñas tengan las mismas oportunidades de pelear por lo que quieren. Noa Ortega, delantera de 12 años que esta temporada ha marcado 36 goles con el Sant Gabriel, también jugará en el Barça. Ella recuerda que su tía, futbolista a su vez, tuvo un entrenador que solía mandarla a fregar los platos. "Ahora, yo le diría a cualquier chica que quiere jugar a fútbol que si pone muchas ganas y esfuerzo, todo se puede lograr. Nada se puede comparar a cuando marcas goles y lo celebras o cuando tu equipo está empatando y tú estás nerviosa por jugar. A veces, algunos piensan que te podrán superar fácilmente porque no te ven suficientemente grande y tú tienes que demostrarles que no podrán", explica. Así de simple.

En la foto que encabeza este reportaje aparecen las siguientes jugadoras: En la fila de atrás, desde la izquierda: Irune Prats (Sabadell), Iona Gallés (Marcet), Telma de Frutos (Vilassar de Mar) y Noa Ortega (Sant Gabriel). Delante, desde la izquierda: Mireia Campozo (Seagull), Xesca Carbó (Espanyol), Dunia Martínez (Vilassar de Dalt) y Queralt Gallés (Masnou Atlètic). 

La cantera de Terrassa

El fútbol femenino ha crecido extraordinariamente en Terrassa. Como recoge un estudio presentado en marzo del 2019 por un equipo de la UPC que encabeza Irene Trullàs, hasta niveles que la colocan a la par de las potencias europeas de este deporte, y sus 1,9  jugadoras por cada mil habitantes triplican la media española. 

La tercera ciudad en población de Catalunya, con 218.000 habitantes, inscribió nueve equipos femeninos en las competiciones de la temporada 2013-2014. Solo cinco años después, la temporada pasada, ya eran 21. Y va a más. 

El Terrassa FC, en plena euforia tras ascender a la primera división nacional, ya ha anunciado que pasará de siete grupos de chicas a 13. 

En Terrassa se iniciaron las famosas jornadas de fútbol femenino del 1 de mayo, pero sobre todo ha habido una apuesta importante de los clubes, como el histórico Bonaire, que se integró en el Terrassa hace dos temporadas, o la Escuela de Fútbol Femenino Manu Lanzarote, que la temporada pasada contaba con siete equipos.