ENTREVISTA

Andreu Claret: "La Barcelona del 'procés' es un nido de espías"

El periodista firma 'El cònsol de Barcelona', una novela situada en 1937 con ecos en el 2017

zentauroepp49090200 mas periodico barcelona 16 07 2019 andreu claret foto xavier190722185429

zentauroepp49090200 mas periodico barcelona 16 07 2019 andreu claret foto xavier190722185429 / periodico

Núria Navarro

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En 1937, mientras Mussolini lanzaba bombas sobre Barcelona, Hitler reducía Gernika a escombros y Franco declaraba ya su año triunfal, "los catalanes se mataban por las calles", completa el catastrófico retablo Andreu Claret (Ax-les-Thermes, 1946), periodista e histórico del PSUC. Se refiere a los 500 muertos en los enfrentamientos entre fuerzas de la Generalitat –respaldadas por el PSUC–, y los milicianos de CNT-FAI, con la ayuda del POUM.

En ese paisaje incandescente, Claret construye la novela 'El cònsol de Barcelona' (Columna), que enfoca el cañón de luz en los pasos de Vladímir Antónov-Ovséienko, superhéroe bolchevique que dirigió el asalto al Palacio de Invierno y que fue enviado a este lado de los Pirineos por un Stalin más obsesionado en aplastar trotskistas que en pararle los pies al de Ferrol.

–Vertiginoso y poco explotado en la ficción el 37.

–Es el año en el que las miserias de la República –y las de Catalunya en especial– se ponen muy de manifiesto. En las cenas que mi padre montaba en el exilio, solía oírle decir: "Nois, la guerra no l’ha guanyat Franco, l’hem perdut nosaltres" ["Chicos, la guerra no la ha ganado Franco, la perdimos nosotros"].

–George Orwell, que fue miliciano del POUM, culpó a Moscú.

–No creo que Stalin tuviera tanta influencia. Quería que las armas fueran a manos comunistas y perseguir a los trotskistas. Para mí, el personaje dramático es Companys, un hombre que, siendo de la pequeña burguesía más o menos progresista, tiene las calles en manos de los anarquistas. El Gobierno de la República desconfiaba del de la Generalitat y, haciendo un paralelismo entre 1937 y el 2017, la desconfianza tenía una base.

–Veamos esa base.

–Una parte de los líderes de la Generalitat y de ERC intentaron negociar a espaldas de la República–con Inglaterra, con Francia– el sueño de que Catalunya firmara una paz honrosa y, con un poco de suerte, acabara siendo una república independiente.

"El Gobierno de la República
desconfiaba de la Generalitat y, haciendo un paralelismo entre 1937 y el 2017, la desconfianza tenía una base" 

–Capto el paralelismo.

–Hubo gente que lo llevó a un extremo delirante –el 'complot Revertés'–: el partido Estat Català, con la complicidad del presidente del Parlament, se planteó eliminar a Companys, a quien no veían dispuesto a explorar esa vía.

–Entretanto, asesinaron a Andreu Nin. ¿Cómo lo ve el psuquero que hay en usted?

–Siento malestar porque el PSUC condenara las barbaridades de los rusos en Checoslovaquia y no el asesinato de Nin. Estoy seguro de que la gente del PSUC no estuvo implicada directamente, pero su campaña contra Nin fue infame y creó las condiciones para legitimar su asesinato. Y una vez muerto, más indigna fue la campaña: "¿Dónde está Nin? En Salamanca o en Berlín". Se asumió la explicación estalinista de que se lo llevaron a Alcalá de Henares y lo liberó un comando de la Gestapo. 

–Varias Barcelonas se miraban de reojo. ¿Era un nido de espías?

–Lo era.

–¿Como en los 70, cuando se movía usted en la clandestinidad?

–La Barcelona del ‘procés’ sí que es un nido de espías. Los consulados han reforzado su inteligencia. Les preocupa lo mismo que en el 37, cuando enviaban telegramas mostrando su inquietud por una Catalunya que pudiera buscarse la vida por su cuenta.

–¿Alguna lección que pasar hoy a limpio?

–Una es que las utopías –que son necesarias– en manos equivocadas provocan disparates. La revolución rusa fue una utopía que abrió perspectivas, pero acaparada por Stalin acabó mal. La del anarquismo en Catalunya cambió conciencias –su rastro sigue presente en el gran nivel de adhesión social a toda movilización–, pero fue incapaz de transformarla en ideal político. La de la independencia podría haber sido positiva, pero políticamente está mal administrada.

–En esta última utopía, ¿señala a alguien con el dedo?

–A Puigdemont. Su liderazgo es populista. En una reunión anterior al 6 y 7 se septiembre del 2017, en la que yo estuve como miembro del Consell Consultiu del Diplocat, nos explicó lo que quería y le advertí: "Si a Europa le hablas de votar, bien; pero si dices ‘nos vamos’, no lo apoyará". Bruselas es el imperio de la ley.

–Mucha gente creyó rozar ese cielo.

–Los catalanes, al ser una nación sin Estado, tienen incapacidad para comprender al Estado. Todo lo piensan en términos de sociedad civil –¡y en eso somos artistas!–, pero el Estado es un conjunto de leyes en un régimen democrático que hay que respetar. Quizá si Jordi Pujol hubiera querido participar en el Gobierno central –siempre se negó–, habría dejado de existir el extrañamiento de España. Ahora la situación corre el peligro de cronificarse.

"Cuando se culturaliza la diferencia entre catalanes y españoles, es difícil volver atrás"

–Ha mediado en Oriente Próximo, África, Centroamérica. ¿Cómo desencallar el asunto?

–He vivido en Alejandría durante gran parte del ‘procés’ y lo que más me sorprendió al volver fue que la gente había culturalizado la diferencia entre catalanes y españoles, como si los españoles fueran ontológicamente diferentes. Al llegar a este punto, es difícil volver atrás. En el discurso que hizo Azaña en Barcelona el 18 de julio de 1938 habló de "paz, piedad y perdón". Haría falta alguien con esa altura de miras que hiciera un ejercicio de reconciliación.

–La reconciliación de la Transición no convence a todos.

–¡Me irrita cuando oigo hablar del régimen del 78! Hicimos lo que pudimos para crear un marco de convivencia y de respeto. 

–¿Buen recuerdo de Carrillo?

–Carrillo era un dictador en su manera de gestionar el partido. No tenía ni un gramo de democracia en su ADN político. Pero era un hombre espabilado que se dio cuenta de que la URSS comenzaba a tambalearse y, junto a los italianos, se inventó el eurocomunismo. Sin embargo, no dejó de ser estalinista en el sentido de eliminar toda disidencia.

–En 1986 dijo usted "basta" de PCE.

–Quería volver al periodismo. Me gustaba más analizar que hacer política. También conocí a mi mujer, la editora Patrizia Campana, italiana, más joven que yo, y cambié de vida.

–Y ahora va IC-V y baja las persianas. ¿El acabose?

–Mi voluntad de cambios sustanciales sigue intacta. Hoy los temas son: mujeres, cambio climático y desigualdad. Mi historia es eso, no unas siglas.